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Viernes, 2 de marzo de 2012

Porno en el horno

El genial director de cine John Waters rescata, literalmente de las ruinas, a sus dos pornógrafos preferidos de los años ’70. El mexicano Bobby García, pionero en las escenas hot con marines de verdad, y David Hurles, el fotógrafo de delincuentes y asesinos que lo dejaron sin un ojo y sin un peso. Más allá de un paseo por las prácticas y las andanzas de estos dos artistas disidentes, Waters propone una mirada sobre la perversión, sus límites y sus efectos para la salud.

“A los marines les gustan tres cosas”, confiesa el pornógrafo del off, Bobby García: “La cerveza, el porno y que se la chupen”. Debe saberlo bien. Bobby tiene obsesión por los marines y los ha estado persiguiendo, filmando y teniendo sexo con ellos durante los últimos 30 años. “Nunca le digas a un marine que sos gay”, aconseja a cualquiera que comparta su gusto por hombres presumiblemente heterosexuales, “hay que decirles que sos un chupapijas”. Y ateniéndonos a sus videos de porno amateur, su consejo parece haber funcionado. Bobby García es un gran artista, pero no lo sabe. Sus pequeñas y sucias “pruebas de video” son tomadas en su departamento, casi siempre en el dormitorio, filmadas como Blow Job de Andy Warhol, pero con el cuadro más amplio para revelar todo. El marine solito comienza por sacarse la ropa, doblándola al estilo militar, para acostarse en la cama o en el sofá de Bobby. Conociendo las películas porno, ellos saben que supuestamente tienen que masturbarse, algunos creen en la historia disparatada de Bobby de que es “una audición para una película porno hétero”. Bobby sabe predecir qué tan lejos puede llegar cada uno: “Los miro a los ojos... y después a la entrepierna”.

Todas sus películas tienen el mismo arco histórico: a veces el marine sólo se masturbaba; a veces se lo ve avergonzado, a veces no. A veces los mejores sienten el exhibicionismo corriendo por sus venas, y las antenas de Bobby se encienden. Uno ve la mano del director aparecer por un costado del cuadro para “posicionar” el miembro en ascenso. Si el marine no objeta, Bobby masturba. Si ve que se están tocando de alguna forma el ano, él los anima. “Los marines no quieren ver un pene –dice–, quieren ver tu boca y tu culo.” Muy de vez en cuando el marine se acerca y le agarra el pito a él, ahí se advierte claramente la decepción de Bobby ante la evidencia de un marine gay. Le gusta el abuso dominante, se lo puede escuchar ordenar a la cámara “decime cosas”, pero los reclutas sementales son bastante pobres en materia de imaginación, por lo tanto es Bobby el que les va dando pistas mediante bromas para poder llegar a lo que él quiere oír. Lo peor para Bobby es cuando quieren chupársela. Esto raramente pasa, pero cuando sucede, sigue la corriente porque no quiere desperdiciar valiosos videotapes empezando de nuevo, y además sabe que su audiencia va a estar igual de shockeada que él cada vez que descubre un marine gay de verdad. Y ni hablar de los marines que revelan que quieren que Bobby los monte. “¡Descalificado!”

No es sencillo encontrar hoy en día a Bobby. Por supuesto que uno puede comprar sus videos por correo o acceder a AWOL Marines online y ver sus más recientes trabajos con actualizaciones diarias... Pero Bobby hace mucho tiempo cedió los derechos de estas cintas y ni siquiera tiene registro de su distribución. ¿Cómo puede ser? Ni siquiera tiene una computadora. Apenas si tiene una casa. Después de años de búsqueda, finalmente una pista me llevó a su número de teléfono. Vi tantas películas suyas que conozco sus sillones y el sonido del tren acercándose como ruido de fondo mientras el traga aceite para bebé (Bobby ama el aceite para bebés. En uno de los videos, toma un gran trago directamente de la botella antes de agacharse frente al marine). Pero todos esos lugares ya no están. En fin, aquí estoy, en la casa del pornógrafo de marines del under más reconocido del mundo. Cuando me estoy bajando del auto, un par de perros asesinos corre desde la puerta para pararse en el cerco, ladrando y gruñendo mostrando los dientes. Bobby viene atrás, gritándoles para que se calmen y dándome la bienvenida. Parece mucho más delgado que en los videos. Pero es Bobby García, cuarentón mexicano-americano que ha mamado a cientos y cientos de hermosos marines y vive para contarlo. El Almodóvar de los culos, el Buñuel de las mamadas, el Jodorowsky de las pajas. Quedo estupefacto al ver el interior. Bueno, usé el termino “interior” gratuitamente: su casa es parte al aire libre. Los tiempos son duros para Bobby en estos días. Mientras buscamos un lugar para sentarnos, noto que hay dos cerdos de 750 libras dando vueltas. Bobby actualmente vive en un chiquero. Mientras nos sentamos y saco mi grabador, miro hacia arriba para encontrarme con un gigante gallo (uno de dos) quienes son al igual que los cerdos sus compañeros de casa. Pronto me doy cuenta de que en realidad no es la casa da Bobby sino el Arca de Noé. “Vivo con once perros, dos cerdos, dos gallos y más de quinientas ratas, mil o dos mil, ¿a quién le importa?”, anuncia graciosamente. De repente comienzo a notar ciertas criaturas que se mueven debajo de los papeles de diarios tirados en el piso de la cocina. “¿A los otros animales les gustan las ratas?”, pregunto en shock. “No podrían importarles menos”, se rió. “Las ratas no te molestan, les das comida para gallinas de WallMart.” Me cuenta que siente cómo se le trepan mientras duerme, y mentalmente considero tomar un descanso y correr a la seguridad de mi auto alquilado, pero algo en su dulzura y amabilidad hace que me quede. “Cuando se vive en la casa, uno llega a conocer a la madre y el padre. La madre va a tener diez, veinte pequeñas ratitas, así que uno tiene que saberse el nombre de la madre. Tengo un silbato especial para la hora de comer, las invito... Yo no quiero matarlas.” De todas maneras admite que le gustaría que no estuvieran. Pero de repente, inspirado por mi horror, “las puedo filmar si querés”, se ofrece. “Filmo a las ratas la semana próxima.” “No, gracias”, le respondo, preguntándome si no deberíamos hacer una coproducción: él está con el marine más hermoso de todos los tiempos y una rata aparece. Yo soplo el silbato de Bobby y ésta muerde al marine en el culo.

Semejante lujuria por los marines tiene que haber surgido en algún momento, y Bobby concuerda. “Me crié en Acapulco. Ahí es donde me hice queer.” Luego se mudó con su familia cerca de Fort Hood, en Texas, luego a una base militar. “Mi padre murió cuando yo tenía seis años.” Su madre “solía encargarse de un motel donde iban los de la Armada a vivir, así que mi trabajo era despertarlos para ir al trabajo”. Sea lo que fuere que haya pasado en este proceso de despertarlos, parece haberle marcado la monomanía sexual explosiva para toda la vida.

En los años ’70, Bobby se mudó a Los Angeles y empezó a grabar en 8 mm, siempre con hombres hétero, pero quemó la cinta, de lo que uno se podría imaginar que fue como una frustración artística. No fue hasta que Bobby fue contratado (trabajando bajo otro nombre) como ayudante de mantenimiento en la casa de una mujer del “showbiz”, quien él rápidamente dijo que era Raquel Welch (¡), en que la vida se le reveló ante sus ojos. “Manejé hasta San Diego para Raquel, y me quedé sin gasolina, y al bajar en Oceanside vi a los hermosos muchachos (los marines en Camp Pedleton) en su noche de viernes. Volví a Beverly Hills, pero eso seguía en mi cabeza, así que regresé para quedarme.”

“Filmaba donde vivía”, dice enfáticamente, compró una cámara de VHS “por hobby, no para hacer dinero y estaba a una cuadra de la calle principal. Sólo tenía que caminar media cuadra para conseguir un marinero. Decía: ‘Hola, ¿querés una cerveza?’. ‘No tengo veintiuno’, era su respuesta”. Pero Bobby sabía que dieciocho años era legal para lo que él tenía en mente. “Vivo acá cerca y tengo cerveza en casa”, decía Bobby al pasar. “¡Vamos!”, era una respuesta que me dijo que recibía usualmente.

El departamento de Bobby y su equipo de sonido fueron lo que fue Cinecità para Fellini. Ahí es donde siempre filmaría sus obras maestras sobre marines. Muchos de sus fans todavía pueden identificar las habitaciones de los tres diferentes lugares en Oceanside; Bobby tuvo más sexo que cualquiera que haya conocido: “¿Cómo un hombre como yo, que apenas habla inglés, puede conseguir bellezas como ésas? Todo lo que hice fue hacerlos sentir cómodos. Lo mas importante que les tenés que decir a ellos es que vas a mantener la boca cerrada con los marines. Si te veo en la calle, sigo de largo, no te veo nunca más. Si querés una buena mamada o algo más, ya sabés dónde vivo”.

“Pero, ¿no se ponen nerviosos los marines por lo que los otros marines puedan pensar?” En algunos tapes, le recordé a Bobby, se puede escuchar la risa de otros marines fuera de escena en otras habitaciones, esperando su turno para masturbarse para la cámara. “Absolutamente”, me confirmó Bobby. “Yo sólo ponía una sábana sobre la puerta. Ellos sabían lo que estaba pasando porque ellos iban a hacer lo mismo a su turno.” Al igual que en la vida de muchos hombres gay, noté que el atractivo de sus marines disminuía progresivamente a medida que Bobby se ponía más viejo. “¿Existe algo como un marine feo?”, pregunté, intrigado por el riguroso proceso de selección para el casting. “Sí”, admite Bobby de mala gana.

A principio de los ’80, “alguien de Long Beach” vino y vio las cintas, y recomendó “a alguien para ayudar a Bobby a tener dinero” para sus películas y distribuirlas en VHS en los videoclubes en la sección de pornografía por todo Estados Unidos. Los videos eran distribuidos por una compañía de Los Angeles, y se convirtieron en una sensación al instante: fueron algunos de los “primeros videos de porno amateur” en ofrecer supuestamente “todos hombres heterosexuales”, un género que Bobby ayudó a crear, género que hoy es extensamente copiado. De repente el nombre de Bobby García se había convertido en una marca. Dispara a matar, Escuadrón Bomba y Entrenamiento básico son sólo algunos de los comiquísimos títulos, pero sus subtítulos eran incluso mejores: “Descargar significa sólo una cosa para Bobby: ¡terminas o te vas!”.

“¿Qué porcentaje de los marines a los que les propusiste participar en las películas te dijo que no?”, pregunté. “Mmm... Un diez por ciento”, estimó, antes de agregar que “algunos de los que no me dejaban hacer nada –excepto mirarlos cómo se tocaban– eventualmente volvían por más”.

Bobby trabaja solo. El es su propio staff. Porque Bobby estimula a sus talentos a descargar en cualquier parte (uno imagina que la limpieza y la lavandería son lo más costoso del presupuesto). Sea donde fuere que el semen aterrice, Bobby hace un zoom con la cámara, casi con un respeto religioso y místico por el marine y muchas veces deja ahí la toma casi eternamente antes de volver a abrir el cuadro para encontrar al responsable limpiándose a sí mismo.

“¿Alguna vez te sentiste atraído por un gay?” “No”, me dijo Bobby sin ninguna duda. “¿Pero alguna vez te enamoraste?” “Sólo me enamoré de uno”, admitió tristemente “De Chris, hace mucho tiempo. Estaba justo mirando su video anoche.” Me alivié al escuchar que Bobby tenía algo de electricidad en la casa, y lo escuché mientras me explicaba: “Yo se la chupaba... solía llamarlo a la una, dos, tres de la mañana, y su esposa atendía el teléfono. Diez minutos después él estaba acá”.

Cuando le pregunto, temiendo lo peor, si alguno lo golpeó, me responde: “¿Notaste que en varios de mis films los marines tienen las manos detrás del cuello?”. Lo noté y siempre asumí que era la pose por un servicio no recíproco, una pose que Bobby les pedía para que no sintieran la obligación de devolverle el favor. Pero no, estaba equivocado. Era solamente Bobby siendo práctico: “Era porque quería ver dónde estaban sus manos”.

Bobby está en contra de la guerra de Irak, y antes de que piensen cínicamente que es porque no quedan marines en los Estados Unidos para que Bobby filme, él te endereza diciendo: “Mi corazón va a las familias de allá, y a las de acá. Es malo, esperemos salir de esto pronto”, dice tristemente. “No me gusta que nadie salga herido, ni siquiera una mariposa.”

Pero Bobby todavía puede sorprenderme. Me dice que su película favorita es Las horas, basada en la novela de mi amigo Michael Cunningham. “La vi por lo menos entre veinte y veinticinco veces.” Le ofrecí invitarlo a cenar afuera y él quiere, pero elige un local de comidas rápidas que tiene cerca. “¿No estás orgulloso de tu impresionante trabajo?” “No, no estoy orgulloso, no estoy avergonzado. Sólo pienso que eso fue parte de mi vida.” “Pero, no trabajas más... ¿por qué?”, le digo pretendiendo no darme cuenta de que es tan pobre que no puede comprarse un equipo, ni tiene facilidades para editar. “Adoro a mis perros más que a los videos.” “¿Dejaste de tener sexo con marines?” “Tal vez en mi pick-up o en un motel –Bobby se ríe–, no hay nadie que venga a golpearme la puerta.” No menciono que no hay puerta que golpear en la casa de Bobby, ni mucho menos el hecho de que a cualquier marine se le haría difícil mantener una erección con los cerdos y las ratas del hogar.

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