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Viernes, 27 de abril de 2012

Animal político

“¡Qué animal! ¿Por qué tuvo que decirlo? ¿Por qué ahora?”, se quejan opositores y también simpatizantes de Andrés Scagliola, el primer funcionario de Uruguay que hace pública su “no heterosexualidad”. El director nacional de Política Social en el Ministerio de Desarrollo Social responde con más preguntas: “¿Por qué no hacerlo? Y, ¿por qué no ahora?”. Además traza un panorama, no muy bello, de la situación sobre derechos sexuales en el país vecino.

 Por Gustavo Streger

Desde Montevideo

¿Qué motivos te impulsaron a salir públicamente del armario en esa entrevista de noviembre pasado?

—Sentía que tenía que contribuir y decir que los gays, lesbianas y trans somos padres, hijos, sobrinos, amigos, compañeros de trabajo y estamos también en política. Y en segundo lugar, transmitir que se puede ser abiertamente gay y cumplir cualquier rol social, sobre todo político, que es aquel espacio en el que se toman las decisiones colectivas que nos van cambiando y definiendo como sociedad. Yo no tengo un interés en particular de transformarme en un ejemplo o referente del movimiento gay; en realidad el movimiento de la diversidad sexual en Uruguay tiene referencias colectivas muy importantes.

¿Te molesta quedar fijado como “el político gay”?

—Yo le planteé mi homosexualidad a mi familia cuando tenía 24 años, hace 12, y ése fue el momento más difícil. Luego viví en Barcelona, donde me pude expresar más abiertamente y regresé en 2008. Ahí tuve que elegir si regresar al armario y decidí que no podía volver atrás, y cuando me propusieron para ocupar un cargo político, desde el primer día tuve claro que en algún momento lo iba a plantear públicamente. Lo que pasa es que quienes somos parte de grupos que sufren discriminación tenemos que demostrar que, además, somos buenos en lo que hacemos y capaces de hacer las cosas que el rol exige. Por eso, antes de decirlo públicamente, me tomé un tiempo para demostrar que desde la dirección de Política Social del Ministerio de Desarrollo Social podíamos empujar iniciativas relevantes y que no se pensara solamente como “el político gay” sino en el político que empuja determinadas iniciativas y que, entre otras cosas, es gay y lo habla públicamente. Yo también he comentado en alguna entrevista que hubiera querido que este tipo de referencias hubieran aparecido también en mi vida.

Hace no pocos años se pensaba que mostrarse homosexual públicamente podía significar el fin de la carrera de un político; sin embargo, cuando vos lo dijiste también se te acusó de “oportunista”. ¿Qué cambió?

—No se me ocurre empezar a hacer cálculos en torno de si me favorece o no me favorece. Obviamente si esto diera votos o impulsara trayectorias políticas, otros hubieran salido antes del armario. De todas maneras, la vida dirá.

¿Qué críticas recibiste?

—Uno de los argumentos más esgrimidos en las redes sociales ha sido: “Yo soy heterosexual y no me pongo un cartel”. Sin embargo, si sos heterosexual no tenés que andar demostrándolo porque obviamente eso ya se presupone y, además, lo cierto es que efectivamente los heterosexuales permanentemente están exhibiendo eso. Y más en política: es muy sintomático que ya en la segunda década del siglo XXI yo sea el primer político que habla abiertamente de su orientación sexual. Los signos de la política están permanentemente mostrando a políticos con sus familias, con su mujer, con sus hijos. Yo buscaba también hacer una movida política que reabriera este debate y no lo confinara a una lista de temas en una comisión parlamentaria.

¿Hay ámbitos en los que es más fácil blanquear la homosexualidad que en otros?

—El mensaje a transmitir es que no hay terrenos vedados y otros aceptables en la sociedad para poder visibilizarse públicamente. Hay áreas como el arte, la cultura o el baile donde socialmente se ve con mejores ojos y algunos terrenos que hasta ahora están presentados como inimpugnables como, por ejemplo, la política o el deporte. Es necesario empezar a abrir una brecha ahí. El día en que un futbolista salga del armario, esto va a ser irreversible.

Mencionaste que sentiste que debías mostrar credenciales de buen político antes de salir del armario, muchas mujeres que lucharon por entrar al ámbito político dijeron cosas similares, ¿sentís que la lucha del colectivo Glttbiq puede emparentarse a la lucha de género?

—Exactamente. Yo creo que hay muchas similitudes entre la lucha de las mujeres y la lucha de la diversidad sexual. Es inobjetable que muchas mujeres para poder acceder al ámbito de la política tuvieron que disfrazarse de hombres y asumir actitudes masculinas del ejercicio del poder.

Entonces está el riesgo de que por ser homosexual el político se autocensure para evitar que el ciudadano piense que se toman determinadas medidas por ser gay. ¿Hay riesgos de autocensura?

—Yo estoy intentando evitar eso. Imagino que habrá de todo, no sé qué pensará cierta gente de mi mandato. Yo no voy a hacer un sobreejercicio de la autoridad para demostrar fortaleza, no voy a mostrarme con una masculinidad estereotipada. La diversidad debe entrar en la política, pero no sólo la sexual sino también la diversidad de masculinidades y de feminidades, me parece que ésa es la mejor pedagogía que se puede hacer.

Una de las luchas que impulsás es el matrimonio igualitario, ¿qué creés que significó la aprobación en la Argentina para la región en general y para Uruguay en particular?

—Como tantas otras cosas que pasan en la Argentina, para nosotros es una referencia muy importante. La aprobación significó que estos avances cruzaran el charco y no se limitaran a una iniciativa que se podía dar en “el primer mundo”. Hace poco, en Uruguay se aprobó la unión concubinaria que consagra las uniones civiles o “parejas de hecho”, y la aprobación en la Argentina motorizó la idea de ir por más. Tenemos un proyecto de ley presentado en el Parlamento y forma parte de la agenda de una de las comisiones parlamentarias. El tema es cómo hacer que este proyecto escale entre las prioridades de gobierno y sea tratado. En Uruguay se sigue una estrategia gradual. Se dio un primer paso con la unión concubinaria y corresponde dar el paso siguiente. La batalla simbólica tiene que ver con consagrar una igualdad total entre las distintas familias y parejas. No sólo se trata de consagrar leyes sino también de generar pedagogía. La política implica transformaciones institucionales y normativas, pero también pedagogía.

¿Cómo evaluás las posiciones dentro del Frente Amplio respecto de este proyecto?

—El Frente Amplio sigue atado a paradigmas que creo que están superados en muchos términos. Entienden la desigualdad exclusivamente como la desigualdad de ingresos. Por un lado, el Frente Amplio acompaña avances legislativos, pero lo hace sin entusiasmo, sin entender que este tipo de acciones forman parte de un proyecto igualitario que es propio de la izquierda. En la presentación de este tema, la bancada del Frente lanzó el proyecto, pero fue a la cola de proyectos que esperan ser tratados. Creo que tiene que ver con esa falta de reflexión y renovación en términos ideológicos. Esto no debe ser una mera consagración jurídica sino un replanteo de cómo vivimos y cómo queremos la relación entre personas, en dimensiones intersexuales, interraciales, entre otras.

¿En el presidente Pepe Mujica también ves un acompañamiento con apatía?

—Si bien ha habido declaraciones positivas a la necesidad de combatir la discriminación por orientación sexual, no hay una acción decidida, eso está ausente. También corresponde a cada uno de nosotros desde nuestra responsabilidad desde el gobierno o los medios empujar para que esto se produzca. Esto lleva a una dirigencia de izquierda que prioriza una desigualdad sobre otra desigualdad con la que convivimos.

En una entrevista dijiste que en Uruguay ves un doble discurso porque se impulsa el concepto de tolerancia, pero se remite al ámbito privado. ¿A qué atribuís esto?

—Percibo que en Uruguay vivimos una especie de cultura de la tolerancia y la clausura en contraposición al proyecto de sociedad que uno quiere empujar, que es de respeto y apertura. Lo comparo con la doctrina que en su momento tuvo el ejército de Estados Unidos del “no digas, no te pregunto”. Creo que tiene que ver con una actitud muy hipócrita, con una autocontemplación de la sociedad uruguaya como muy abierta, pero en realidad lo que hace es expulsar determinados temas al ámbito de lo privado. Como en su momento lo hizo con la violencia de género. Yo mismo participé de alguna manera durante mucho tiempo, pensando que mi orientación sexual en realidad tenía que ver con una cuestión exclusivamente privada. Lo que pasa es que uno se va dando cuenta de que en la medida en que esa orientación sexual es objeto de discriminación, estigmas, burlas o insultos, necesariamente para cambiar tiene que tener una dimensión política, tiene que ser visibilizada. Me parece que el camino es precisamente ir hacia esa sociedad que respete en el ámbito de lo público la vida y ser de cada uno; y que lo viva con respeto y abiertamente, no como una cuestión a tolerar sino como una cuestión con la cual convivir y respetar.

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