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Viernes, 3 de agosto de 2012

A LA VISTA

La bestia tiene que morir

Morir asesinado por un taxiboy, hasta hace muy pocos años y para una buena cantidad de generaciones, se contaba entre los hitos fundantes de la homosexualidad masculina. Al final del camino de aquel chico que empezaba con gustos desviados y sobre todo incontrolables, lo esperaba su decadencia física, la imposibilidad de encontrar amantes de su gusto, siempre tan jóvenes, la obligación o el placer de comprarlos. Además, estaba ese morbo que lo conducía hacia una clase más baja que la suya, la clase que se deja, como la de Las criadas de Genet, y que a la vez oficia como justiciera de todas las iniquidades burguesas, incluidas las sexuales. Ese modo de envejecer y de morir era uno de los puntapiés para que aun la más tolerante de las madres pudiera lamentarse argumentando que “si no quiero un hijo gay, no es por nada, es porque pienso en todo lo que va a tener que sufrir”.

Internet, las redes sociales y también Google, que han sabido juntar al muerto con el degollado, reunir gustos y gustosos, las últimas leyes reparatorias de años de injusticia, las instituciones médicas y psiquiátricas que dieron un paso atrás en su insistencia con aquello de lo desviado y lo invertido, han ido develando que esta escena que se veía como tan natural ha sido en realidad una construcción culposa y punitoria donde tanto unos como otros pusieron su pincelada necrológica.

El riesgo de morir en manos de un delincuente e incluso de un delincuente que lucra con el deseo, propio y ajeno, existe hoy y seguramente exista siempre. Pero no es lo mismo cuando una sociedad de lectores solapadamente aplaude al asesino que cuando se niega a hacerlo. No es el mismo caldo para calentar el crimen cuando se habla de crimen pasional,cuando la saña contra la víctima sugiere que después de todo se lo tenía merecido, como cuando se habla de crimen de odio, o de crimen a secas. La nota del diario Clarín (de la edición digital del lunes), luego de su elocuente título (o no tan elocuente: ¿con doble vida se hará referencia a la infidelidad o a la bisexualidad, o al ocultamiento de la homosexualidad?) comienza sin el menor desperdicio de incorrección: “En los detalles de cómo pasaba sus días el arquitecto cordobés Horacio José Sebaste, de 59 años, cuando estaba solo en Uruguay parece estar la clave para ir hilvanando por qué su cuerpo fue hallado ayer cerca de Punta del Este en el baúl de un auto conducido por un joven de 18 años, que admitió ser el homicida”.

Cuando el chico de 18 años que admitió ser el homicida culmina su declaración preguntando si se puede arreglar con una fianza e intenta convencer de que mató en defensa propia, porque la víctima en realidad intentó violarlo o, como dice Clarín, le propuso un cambio de roles sexuales, demuestra que, haya leído o no crónicas policiales, conoce perfectamente el contenido, le corre por las venas. Las crónicas dicen que el que muere, si no es embajador, es al menos un hermano de un embajador, tiene mujer adorable e hijos (“su señora es una persona muy bien, apreciada por los empleados del departamento” sigue la nota citada) a los que engaña, es escandaloso, está siempre al borde de la humillación pública aunque ya no respire. La Justicia uruguaya, por lo que se sabe hasta hoy, no dio lugar a estas inercias y no hubo fianza ni atenuantes. La prensa, en cambio, sí. Fue a preguntar a las empleadas que declararon que el señor era bastante amarrete, y que fue capaz de hacerle una propuesta indecente a una mucama negra. No se sabe bien si por razones de espacio o por razones de estilo, por no sonar redundante o por olvido, la nota en ningún momento felicita directamente al asesino.

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