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Viernes, 31 de agosto de 2012

MUSICA

Raperxs eran los de antes

El cantante norteamericano de R&B Frank Ocean salió del closet públicamente hace pocos meses y dictó tendencia: hoy lxs raperxs queer son novedad disputada y objeto de análisis de los grandes medios. Veamos qué hay de bueno y de nuevo en ese submundo.

 Por Ignacio D’Amore

Loca enamorada

La popstar Rihanna fuma DMT con su novio. Consumen toda clase de drogas sintéticas y disfrutan de una rave diurna en medio del campo. Discuten a los gritos, se maltratan, vomitan en technicolor, se desmayan, alucinan. Ella, cansada del descontrol y la violencia, arma un bolso y abandona a su chico, que yace semiconsciente en el piso de una habitación hecha harapos. Así podría delinearse el argumento del clip de “We Found Love”, indispensable himno house pop del verano último. Doble acierto: tema y video memorables.

Bootz Durango es oriundo de Carolina del Norte, y también tiene novio. Juegan al pool, se encierran a drogarse y a hacerse mimos, discuten, se reconcilian, bailan con sus amigos rodeando una fogata. Se le anima al spandex y las uñas esculpidísimas. Hablamos de “Love on Acid” (“Amor de ácido”), canción tributo a Rihanna. Bootz D. baila como ella y hasta imita algunas secuencias del clip de “We Found Love” mientras, a lo largo de la letra, nombra varios de los temas de su cantante homenajeada, al tiempo que aclara ser un chico al que le gustan los chicos. Se trata de alguien que captura el material producido por sus ídolas para convertirlo en suyo propio, procesado en algo nuevo completamente y que lleva su marca de género variable. Meses antes del guiño a Rihanna, Bootz ya había compuesto otro en la misma veta dedicado a la genial rapera Missy Elliott, quien le agradeció el gesto vía Twitter. Interesante cruce: Elliott es, desde hace años, nombrada por muchxs como una lesbiana que evita salir del closet por miedo a perder fans o ventas.

Escandalosxs de futuro

Justamente una de las figuras públicas en cuestionar a Missy es Syd The Kyd, de quien hemos hablado en alguna oportunidad en este mismo suplemento. Integra el dúo The Internet y a su vez forma parte del colectivo artístico Odd Future, que reúne a numerosxs productorxs y artistas under del rap, el hip hop y el r&b. Syd es abiertamente lesbiana y les canta a las mujeres en clave de soul elegante y sobrio.

Otro miembro destacado de Odd Future es Frank Ocean, especie de crooner finísimo que con veintiún años ha escrito para Justin Bieber y Beyoncé, entre otrxs. En julio último, Ocean editó su primer disco solista, Channel Orange, y dio un paso histórico al contar online un viejo romance con otro hombre. La decisión de hacerlo, según dijo, surgió de la mano del LP, en el que pueden escucharse estrofas de (des)amores dirigidas a aquel muchacho. Fue aplaudido por un establishment musical que, por madurez o conveniencia económica, parecía estar listo para recibir a su primer artista r&b gay. Ya el popular rapero Kanye West, hace un par de años, había defendido a la comunidad homosexual del ataque permanente de sus colegas masculinos. El universo del hip hop es homofóbico por defecto y los raperos se encargan de recordárnoslo permanentemente: si vendés pocos discos o si no te la bancás sos un culo roto (o te lo van a romper en cualquier momento); los autos más grandes y las joyas de más quilates son sinónimo de testosterona al por mayor, es decir, de todo aquello que compone y define a un auténtico macho del Bronx; tenemos las mejores minas, las feas son para los putos.

Por su parte, y nada ajeno a oportunismos publicitarios, el rapero Lil B tituló su disco de 2011 I’m Gay (I’m Happy), debiendo aclarar posteriormente que se trataba de un acto de apoyo a las minorías sexuales y no una declaración de carácter personal. Parecería existir una apertura progresiva y real del mercado rap/hip hop/r&B, críticos y consumidores inclusive; en una sociedad tan conservadora como la norteamericana, ciertos prejuicios y odios se ablandan ante la posibilidad de transformar una novedad cultural surgida de las minorías en un potencial fenómeno de ventas y marketing.

La sirena tremenda

Niña de los ’90, dibujo de Disney criada en Nueva York, Azealia Banks es la figura más candente del pop actual. Nació en 1991 y veinte años después se convirtió en hot property con la canción “212”, en la que defenestra y amenaza a un ¿ex? novio. Banks rapea con enojo y exactitud. Es veneno que rima. Su cabellera hasta más allá de la cintura, tornasol de verdes, lilas y ocres, oscila entre los tonos de un sticker holográfico y el mimetismo acerado de las escamas de una sirena. Es que así se define ella: como un ser de cuentos, de film infantil, que alternativamente puede ser mitad mujer y mitad pez, o princesa Rapunzel afro, o genio recién salido de su botella de cristal. El imaginario Disney, de heroínas y aventuras como las de La Sirenita o Aladdin, es inteligentemente contrastado con la lengua inagotable de su dueña, quien destruye a sus contrincantes tanto con su música como con sus twits. Son varias Azealias en una, tal como ocurre con su colorida colega Nicki Minaj, quien ostenta al menos un alter ego oficial, Roman.

Banks, abiertamente bisexual, opera a nivel artístico capturando canciones de otros productores, en su mayoría poco comerciales, y los condimenta con su fraseo de bestia. En Fantasea, híbrido de mixtape y LP editado gratuitamente en julio último, la rapera expande su repertorio hasta llegar al minimal tecno y el moombahton, en una sucesión entretenida y efervescente de insultos y arengas. Se espera su disco debut para fines de este año, además de una colaboración con Lady Gaga y una gira que posiblemente la acerque a estas tierras.

La escena madre

“Ima Read”, incluido en el mixtape de Banks, es originalmente un tema del rapero neoyorquino Zebra Katz. En sus letras aparece la actitud beligerante clásica del género, matizada con referencias y lenguaje del submundo homosexual y drag de los balls, aquellas competencias de look y actitud tan populares a finales de los ’80 en los ghettos de Nueva York. “Reading” es el arte de defenestrar a un oponente sin insultarlo, haciendo en su lugar referencias barrocas a las falencias estéticas y estilísticas del aludido. Lo que 50 Cent resolvería a las piñas, a los tiros o con un fajo de billetes de cien dólares, en este caso se plantea como un combate de igual a igual entre mariquitas o travas ingeniosas. Otros integrantes de la escena queer hop neoyorquina son Mikky Blanco y Dosha Devastation, que rapean y performan furibundas con taco, peluca y minifalda, pero sólo sobre el escenario. Componen personajes, como todxs, llevándolos en este caso a un extremo políticamente provocativo al sumergirse vestidos de chica en el centro mismo de la homofobia y el patoterismo machista.

Le1f, jovencísimo productor también de NYC, es otra de las mostras del momento. Su temazo “Wut”, un incomprensible abarrotamiento de sílabas y síncopes, suena a trabalenguas para robots. Baila como diva, se enrula el pelo (violeta) con el descuido de una nena de barrio y usa de banco de plaza a un chico blanco semidesnudo con una máscara de Pikachu. Afroamericano, trolo, habitante de un barrio marginal y rapero. Más onda no se le puede pedir. Será por eso que ya tiene contrato discográfico.

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