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Viernes, 7 de septiembre de 2012

Banalizando por un sueño

Si Tinelli acompleja al intolerante es porque el intolerante no puso su fascismo al día y sigue creyendo que el escándalo de las plumas multitudinarias prefigura un cambio real en las condiciones de dominio.

 Por Alejandro Modarelli

Bienvenidos a la última gesta del mercado de consumo: la mariconería de masas, donde la masculinidad popular cambia de máscara para reírse de sí misma, antes de reponer las fuerzas. Con pelucas de canecalón (la que lleva el Idolo es rubia y más cara) y tacos exuberantes (de Ricky Sarkany para El), la Maratón Gay de ShowMatch decreta la suspensión de los conflictos menores, entre éstos, la guerra de maricas y vedettes. Todo daño infligido (y fingido) en la competencia de bailarines, conforme la exigencia de los números del people meter, se repara en la pista de la diversidad, porque la Maratón Gay –y la festichola con que culmina– es el supremo disciplinamiento del artificio; la apelación del discípulo de Ravi Shankar a la pax de los comediantes. El mataputo le echa entonces una mano al puto y los dos parecen entenderse sobre los tacos; la madre Barbieri se confiesa con el hijo Bal, que le reprocha su dureza con el papá Santiago. Flavio Mendoza puede abrazarse con la concursante a quien llamó hace una semana gato de cuarta porque (dice ella) él le envidia las tetas, y si fuese necesario hasta besaría por respeto a la Buena Vibra a su archienemigo Ricardo Fort. Aníbal Pachano, que no está dispuesto a aclarar el género de su precursor en la seropositividad (“da lo mismo si fue un él o un ella”), podría perdonar a la villana Graciela Alfano, aunque parece que la ingeniera ha quedado fuera del suceso de la reconciliación –y del jurado– porque le faltó timing y astucia para sus simulacros de guerra. El universo de la farándula VIP readmite a Florencia Peña y Camilo; presta existencia a los hermanos Caniggia, cuando el fenómeno solitario de la Nannis declinó. Todo cabe en Bailando por un sueño, sobre todo los sueños de los bien despiertos.

El esfuerzo de la producción hace del circo de las rarezas un museo inclusivo, donde una parejita de chicos down aporta el momento de seriedad necesario que le retacea la especie gay. Está bien que así sea, porque se trata de congregar el capital y la ética, regresando a sus orígenes calvinistas, aunque a uno le suene el asunto a populismo de derecha. Demostrar a un público ávido de emociones clientelares de sobremesa que ni la diversión ni el rating deben olvidarse de las lágrimas (ni del tópico inseguridad, llegado el caso), es hacer docencia republicana.

“Revienta la bailanta y se abre el show / ha vuelto el Matador”, el tema provoca que la cámara se detenga en el Idolo, que está feliz con su peluca hasta la cintura, sus botitas fulgurantes, pero se mueve en el disfraz como un rugbier en una despedida de soltero, no se vaya a pensar que, además de estar feliz, está cómodo. No es que el jovenazo Tinelli –toda una victoria sobre el machismo en desuso, ese que se obstina todavía en los colores oscuros y en el fingimiento del desdén por la propia figura– se haya graduado en la universidad de la amplitud. Si Tinelli acompleja al intolerante es porque el intolerante no puso su fascismo al día, y sigue creyendo que el escándalo de las plumas multitudinarias prefigura un cambio real en las condiciones de dominio. Si enoja a otros que se sienten insultados por cómo se presenta en escena la diferencia sexual es porque éstos no entienden que Tinelli –y con él buena parte de la sociedad– ha decidido tomar en serio a Flavio Mendoza cuando afirma “nunca me discriminaron”. En esta época, las Marchas del Orgullo no son para muchos del público de ShowMatch la reafirmación de una identidad y un modo de vida históricamente perseguido sino el Comité de Despedida a la Discriminación. Por eso –pensarán– ese registro de fiesta (los reclamos políticos de los activistas no se transmiten por TV) sobre la Avenida de Mayo.

Discriminación líquida

“Qué bueno que ustedes puedan mostrarse como les gusta en televisión; en mi época se discriminaba todavía”, dirá el padre despistado a la hija lesbiana que el día anterior fue expulsada del local de McDonald’s por besarse con la novia, porque “hay familias que las ven”. Es que el fenómeno Tinelli es una convocatoria a desentenderse de los malos ratos de la realidad, que suele no enterarse del triunfo de la Buena Onda. Basta con ver cómo el Marce habla por teléfono al aire con la madre paraguaya de un concursante al que llaman en Ideas del Sur “la primera dama”, porque está saliendo con el jefe de los coach. Claro que la señora Blanca dice que no sabía del noviazgo, que agradece que le dé la noticia. Que, en fin, tendrá que tolerar la elección del hijo, porque “qué otra cosa se puede hacer...”. El Idolo administra a través del tubo las reacciones de la madre: “Acá lo queremos mucho al chico”.

Muchas maricas egregias de los medios de comunicación refuerzan el colchón de este presupuesto hegeliano del Fin de las Discriminaciones, donde se recuestan con demasiada tranquilidad. Las liberalidades prefabricadas en el set de Bailando por un sueño desmentirían –aunque no desmienten– la necesidad de seguir machacando con la reivindicación de nuestra identidad sexual y los derechos (¿qué más quieren ahora estas locas?), pero lo cierto es que en los dormitorios la amplitud del discurso permisivo suele ir angostándose a medida que se acerca a la cama, y ni qué decir en ciudades de provincia donde todavía se piensa sin ruborizarse que la homosexualidad es un edificio caótico de tres plantas: enfermedad, perversión y pecado.

El último tweet escrito por Marcelo Tinelli refuerza esa distancia entre el discurso y la cama. No porque él se crea obligado a negar –con todo su derecho– que no es gay, tal como falsificó el hacker que le robó por un rato la cuenta, sino por la trampa que le tendió el lenguaje. Es que debía haber respirado ritualmente, como le enseñó Ravi, antes de escribir su respuesta. El Idolo abandonó la Pax (el pack) de la Diversidad, empujado por el hacker, para reafirmar del único modo sincero su propia identidad de macho. Regresa a las cavernas después de haberse aventurado demasiado lejos: “Yo soy bien hombre”, aclara en Twitter. Si jugó con las dudas de la gente, no era para pasar este mal momento.

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