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Viernes, 14 de septiembre de 2012

Orgullosa cicatriz

Hace ya cuatro años, Ian Breppes denunciaba en SOY la brutal transfobia de sus vecinos y la dificultad de vivir como hombre trans en su propio barrio. Hoy regresa aquí para compartir la alegría de su encuentro con su mujer, Anita, su vida familiar y, en especial, el relato paso a paso de su histerectomía, un estadio importante en su proceso de transformación personal.

 Por Paula Jiménez España

Fue en el año 2009, mientras todavía trabajaba y vivía en su bicicletería de Isidro Casanova, cuando Marta Dillon le hizo aquella entrevista que fue tapa de SOY. Entonces Ian habló de aquel horror que había sufrido –no en una ocasión sino en varias– y se animó a denunciar el nombre de sus agresores. Todo había empezado en julio de 2008, la mañana en que le preguntó al matarife César Rodríguez, su vecino, si por favor podía correr los camiones que había estacionado en la puerta de su negocio. La reacción del tipo fue inmediata: “Tortillera, marimacho, salí de acá, lesbiana de mierda”, le dijo. Después vino el golpe en la cara y fue el primero de una seguidilla. No resultó ser la libertad una enfermedad contagiosa, como temiera María Julia en los ’90, sino la transfobia, el odio y la violencia aquello que se expandió, malignamente, por el barrio. En poco tiempo, recibió peores agresiones todavía. En la última, terminó arrojado contra una vitrina y los pedazos de vidrio se le clavaron en el pie, cortándole tres tendones. “¡Miren lo que me hizo, me destrozó el negocio!”, gritaba su atacante, el panadero Martín David Albarrán, a los oficiales de la policía que, viendo a Ian en el piso, murmuraban y sonreían.

UN DIA ANTES

Esta es la tarde anterior al día más esperado y aquel infierno ya quedó lejos. Ahora, Ian y Anita, su nuevo amor –“el amor de mi vida”– bajan de un taxi y cruzan la calle. Anita va adelante y Ian la sigue. Cuando entran al bar nos presentamos. Ian está tembloroso, conmocionado, tiene los ojos más vivaces que haya visto en mucho tiempo. Tal vez por este amor, pienso. Mañana Ian Breppes cumplirá su sueño: se va a operar, será el primer hombre trans en operarse –y no con diagnóstico de “disforia de género”, sino por la fuerza de su deseo– en un hospital público argentino.

–La historia cambió. Y cambió con respecto a mi vida. Este es un momento bastante emotivo. Al fin llegó. Con la histerectomía se van a notar mucho más los cambios en mi cuerpo, porque ya no voy a segregar estrógenos. Eso es lo que siempre quise y estoy contento de poder lograr.

Hasta aquí el mayor cambio empezó con la toma de hormonas, ¿verdad? ¿Qué sentiste al iniciar el tratamiento?

–Los cambios fueron físicos: la voz, el cuerpo. Un montón. A mí no me afectó a nivel psicológico, yo me sentí y me siento bien. He escuchado que puede afectar lo neuronal, pero yo me he sentido retranquilo, más cómodo conmigo. A partir de las hormonas, me empecé a sentir satisfecho, creo que debería haberlo hecho mucho antes. Cuando era más joven iba mucho al gimnasio para endurecer los músculos. Quería formar un cuerpo musculoso, sabiendo que quería ser varón. Después de salir de la operación voy a hacer más deporte. Siempre fui deportista. El deporte que me hubiese gustado hacer es ciclismo.

¿Y por qué no hiciste ciclismo vos, justamente, que eras bicicletero?

–Mi viejo no me dejaba porque yo era mujer. Por su machismo. Y a mi hermano, cuando tenía cinco años, contra su voluntad, lo empezó a entrenar. Mi papá quería que su hijo varón fuera ciclista y lo obligó. Pero mi hermano odiaba el ciclismo. Una vez, de tanto que le rompí a mi viejo, logré que me dejara correr una carrera. Salí último. No había podido entrenar ni una vez y además me dieron una bicicleta que no era de mi medida.

Pero el tiempo ha pasado y si algo sabe y puede hacer ahora Ian es manejar su vida. Las circunstancias lo obligaron a irse de la bicicletería, pero “cuando uno se desprende de algo de lo que se tiene que desprender, después vienen cosas buenas”, dice. Las 9 de la mañana de mañana, por ejemplo, cuando haga el ingreso al hospital, y lo haga feliz. Los bolsos ya están preparados y, como si se estuviera quejando de algo que en realidad lo alegra, cuenta que Anita lleva de todo, que ya no hay espacio para nada más. Es que se internarán los dos –no sólo él– por cuatro o cinco días en el Dr. Diego Paroissien, que para Ian ya es su segundo hogar. El primero es la casa de su suegro en Lanús, donde vive momentáneamente con su pareja. El hombre será quien mañana lo lleve en su auto. Con ellos irá también su propia madre. “Es una santa”, dice Ian y Anita redobla: “Yo no sé si tengo un buen padre y vos una buena madre. Pero que yo tengo una excelente suegra y vos un suegro buenísimo, seguro”. Es que el amor y el cuidado que Ian recibe y que da están a la vista. Y toda la violencia recibida no parece haber siquiera rozado ese tesoro indestructible. El, que ahora es el yerno, el hijo, el amante, es también el tío de los sobrinos de Anita, el trabajador de la cooperativa y el alumno de secundaria a la que volvió después de haberla abandonado en la adolescencia por la incomodidad de ser nombrado en femenino. En esta nueva escuela donde concurre, todos lo conocen por su verdadera identidad, la que consta no sólo en su DNI, sino también en su partida de nacimiento, que ya ha sido modificada. Estas cosas son las que le trajo no sólo la ley de identidad sino también una incansable lucha por liberarse de todo lo que le fue asignado.

–Yo sabía lo que sentía, pero no sabía cómo expresarlo, cómo decírselo a mi familia, al mundo. Sabía que me gustaban las mujeres y creía que me tenía que encasillar en ser lesbiana. Pero, en realidad, cuando me enteré de lo que podía hacer, quise operarme.

¿Cómo recibías esto de que te tomaran por lesbiana?

–Lo sentía inadecuado, es más, a mis amigas les contaba que yo quería ser varón y una vez les dije: desde ahora me llamo Mariano. Pero ellas lo tomaron mal, decían: ésta está loca. Después elegí el nombre Ian, lo tomé porque Mariano no me convencía, yo no quería ningún nombre que terminara con o.

En 2008, cuando comenzó a atenderse en el Servicio de Psicología del Paroissien, no imaginó que ese lugar sería, cuatro años después, el mismo donde intervendrían su cuerpo. No imaginó, tampoco, que fuera el Estado y no él quien costeara este gasto; ni que daría con un equipo de profesionales “amigables” con la comunidad glttbiq, que no le soltarían la mano en el camino de su transición. Y desde la primera vez aquel día nefasto en que Ian ingresó dentro de un patrullero y en estado de shock tras los golpes de César Rodríguez, encontró en ese hospital contención, respeto, reconocimiento (trato que se fue manteniendo con el correr del tiempo, hasta llegar a la cercanía del cariño y la familiaridad: “Vos preguntás por Ian y allá lo conocen todos”, dice orgullosa su novia). Y no es casualidad. Esto de que el Paroissien sea “amigable” no es un adjetivo agraciado sino casi una especialización: este sitio cuenta con un equipo de profesionales formados para tratar a las personas glttbiq. “Los chicos trans no saben que pueden acceder a hospitales, que hay lugares que te acompañan. A Ian le preguntan por Facebook sobre el tema de las hormonas, porque ésta es una información que circula de boca en boca. Pero la gente no sabe que tiene que hacerse un dosaje hormonal, que se necesita evaluar la cantidad de testosterona, o la cantidad de estrógenos que se tiene. Por otra parte, se fajan, como Ian, que empezó a los 19. ¿Y los nódulos?, ¿y las mamografías? Todo esto es importante de controlar. Claro que para los chicos trans puede ser traumático ir a ver a un ginecólogo, a veces van con barba y ellos igual los llaman con nombre de mujer. Pero por suerte esto ya tiende a revertirse. Existen consultorios amigables, para todos los servicios. Allí también las chicas travestis pueden hacerse los controles o ponerse los implantes”, explica Anita, que además de ser la novia y enfermera profesional, está más que interiorizada en el tema. Sobre este plan de hospitales inclusivos puede consultarse en la página web del Ministerio de Salud Pública. Podemos adelantar que en la ciudad de Buenos Aires, además del Paroissien, el Hospital Evita, de Lanús, forma parte de este proyecto para una salud friendly, al igual que el Guillermo Rawson, de San Juan, el Centro de Salud N0 1, de Mar del Plata, y el Hospital San Bernardo, de Salta.

–En aquel momento, a la par de la terapia, empecé también con el tratamiento hormonal y, al tiempo, aparecieron mis dolores de abdomen. Consulté al infectólogo y él me mandó a ver a la ginecóloga, la Dra. Lazari, que es una gran persona y maravillosa profesional. Yo nunca había consultado ninguna. Ella me mandó a hacer los estudios y se detectó que tenía un quiste en un ovario. Ahí surgió la duda –o más bien la posibilidad–: ¿me operan el quiste o me operan todo?

Todo. Y hacia allí fue. Pero cuando el quiste apareció y con él la esperanza de una intervención mayor, la ley de identidad de género todavía no existía. “Antes necesitabas un protocolo, cartas al comité de bioética, llamados a personas –cuenta Anita–. Nadie se oponía, pero se necesitaba indicación médica para una histerectomía completa con anexotomía (vaciamiento de ovarios, trompas y útero). Si él no conseguía esa indicación le sacaban sólo el quiste.” Y ésta no los dejaba tranquilos, porque mientras Ian tomara testosterona, siguiera teniendo un aparato reproductor femenino y su hipófisis diera la orden de generar estrógenos, corría serios riesgos: tras cortar el ciclo menstrual y atrofiarse los ovarios, el peligro que amenazaba era el de contraer cáncer de cuello de útero. A partir de mañana, ese riesgo quedará descartado.

–Con la ley, la aprobación de la operación salió como agua. Nosotros hacía rato que veníamos peleándola. Tuve que hacer una nota al comité de bioética explicándole por qué yo necesitaba la operación. Ahora estoy nervioso como cualquier persona antes de entrar al quirófano. El después va a ser doloroso, lo sé, pero con los cambios necesarios para tener una mejor vida.

UN DIA DESPUES

“Tiene un sexo asignado cuando nació, femenino, pero desde muy chiquito se siente varón y ahora se está haciendo todos los procesos para ser varón totalmente”, así le explicó Anita a su sobrino, Panchito, que su nuevo novio es trans. Y cuando Panchito lo conoció no tuvo dudas: “Es un chabón”, dijo. Pegaron onda y al poco tiempo le estaba regalando un buzo de rugby con el número 14 que hoy Ian lleva puesto. “14”, dice, como quien descubre, de pronto, su número de la buena suerte: “Exactamente el día en que me hicieron la operación”. Pero para las fotos de esta nota Ian prefiere cambiarse y ponerse un pullover rojo con un cierre al costado que le queda muy pintón. Se para delante del fotógrafo, se sube el suéter y deja ver, orgulloso, su cicatriz. “Tengo muchas”, dice. Una de ellas, la inmediatamente anterior, es la que le dejaron los vidrios incrustados en el pie durante el ataque de Albarrán. Podría decirse que si su identidad lleva –como todas– las marcas de su cuerpo, la que muestra hoy frente a la cámara es la de la liberación. “Creo que Ian elige salir en el Soy en este momento de su vida para mostrar que hay un después. Un después positivo. Podría haber sido lo mismo que antes, pero hubo un crecimiento. Yo, como lesbiana y compañera de él, aprendí un montón de cosas, entre ellas que podés dejar de ser víctima y transformarte en el propio actor de tu vida, en donde vos tomás las decisiones y, por más que la sociedad te marque un camino, vos sos el que construye tus muros y el que los saca. Uno tiene la opción de salir de ese lugar en el que te pone la sociedad. Si te dicen sos trans o lesbiana, respondés: sí, y me encanta. Nadie puede torcer tu camino ni manejar tu deseo”, afirma, categórica, Anita. A Ian le encantan las palabras de su novia. No deja de admirarse ante esa facilidad que tiene ella para explicar las cosas. Es que él, que es un chico tímido, de pocas palabras, parece haber encontrado en esta posibilidad, la del diálogo, algo indispensable para transitar su camino.

–Anita hablaba mucho con las enfermeras y los médicos en el hospital. Ella es una activista que está todo el tiempo en comunicación con la gente. Guau, ¡cómo la escuchan y la entienden! Te das cuenta de lo mucho que sirve hablar de estos temas con todos, tanto con el que hace la limpieza de la sala como con un profesional. Durante mi internación, todo tipo de personas se mostró interesado. Se generaron conversaciones muy lindas y enriquecedoras, pudimos escucharnos mutuamente. La mía es una transición hacia una apertura personal y también social. No sólo existe la realidad de la persona, sino también la manera en que uno quiere que el otro lo vea y lo entienda.

El suyo era un caso extraordinario: un hombre al que se le practicaba una histerectomía; por eso, a diferencia del resto, en el hospital le asignaron una habitación individual. “No te pasees mucho por la sala, que está llena de mujeres”, le advirtieron cuidando –no se sabe bien de qué– a las parturientas y pacientes ginecológicas. Pero Ian se hizo ver y enfermeras y familiares de las internas terminaron de pronto en su habitación, tomando mate con él y Anita. Claro que esto no sucedió el primer día. Al principio estaba asustado y dolorido y pudo sociabilizar recién pasado un tiempo. Los médicos le aconsejaron que ni siquiera se moviera y él obedeció.

–Al comienzo sentí mucho dolor cuando fue pasando el efecto de la anestesia. Fueron quince puntos los que me dieron. Después fui recuperándome día tras día. Vi, y veo, una evolución muy favorable en mi cuerpo. Ya me sacaron los puntos y aún no puedo hacer fuerza. Pero sé que todo va bien.

La intervención que sigue a ésta es la mastectomía. En materia quirúrgica, se trata del último paso en el proceso de transformación de Ian. El orden de las cirugías tiene una razón médica: fue necesario hacer la histerectomía completa con anexotomía porque la consecuencia es que después las mamas se atrofian solas y son más fáciles de sacar. La mastectomía de Ian llegará antes de que el 2012, el año en que todo cambia, llegue a su fin.

¿Por qué suele ser la primera operación que los chicos trans eligen hacer?

–Es lo primero porque es lo que molesta a la visión. La visión del otro. Es por eso. Es lo más visible porque se sienten varones y quieren andar en cueros como cualquier hombre, así se pueden abrir una camisa.

Y vos ¿qué expectativas tenés?

–Yo creo que ya estoy realizado esté o no la mastectomía; igual me la voy a hacer porque me voy a hacer sentir más cómodo. No veo que una teta sea algo malo en mi cuerpo, pero no es para mí. Una vez en una de las marchas me saqué todo y marché a pecho abierto, ¿por qué no? Me sentí bien, ¿por qué me tendría que sentir mal si es mi cuerpo? Pero mi fantasía es que voy a hacer natación y no me veo en la pileta con una mallita de mujer, me veo con un short de baño.

Pasada la segunda operación, para el futuro, Ian y Anita tienen pensada la creación de una ONG, sobre la que ella, por supuesto, no duda en explayarse: “Nuestra intención es ayudar a personas trans. La idea es empezar a hacer encuentros y organizar jornadas y charlas. Para que puedan compartir, para que haya un ida y vuelta. Y basta de ocultarse. Basta de tener miedo de pasar de ser lesbiana butch a ser trans. Basta. Hay que traspasar las identidades”.

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Imagen: Sebastián Freire
 
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