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Viernes, 5 de octubre de 2012

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Educar sin el ejemplo

En febrero de este año entré a trabajar como docente de sexto y séptimo grado en la Escuela 19 del distrito escolar 11. Se trata de una escuela con un perfil muy “progre”, que baja línea con un discurso muy moderno, de trabajo con la diversidad, de inclusión, diálogo, de pensar a los niños y adolescentes como sujetos de derecho. Cada quince días, a pedido de la escuela, se da una capacitación en educación sexual para los docentes. Una profesional que manda el ministerio visita la escuela y se reúne con los maestros para hablar de los problemas y las dudas que vamos teniendo sobre cómo hablar de temas sexuales u otros en el aula.

En una de las primeras reuniones individuales que tuve con la capacitadora, aproveché para plantearle cuál es mi posición sobre mi identidad y mi trabajo: yo no oculto mi homosexualidad en el aula. No me parece que tenga por qué hacerlo, así como tampoco la expongo directamente. No hago bandera de eso ni lo oculto. Hay algunos aspectos de la vida privada y de la vida pública que en la escuela se mezclan: si una maestra tiene un bebé, por ejemplo, todos nos enteramos y le hacemos un regalo. Me parece que mi identidad sexual es un dato más de mi vida privada y que por eso no tengo por qué ventilarlo, pero tampoco es justo que, como no lo hacen los maestros heterosexuales, tenga que estar tapando todos los datos que van en ese sentido. Más simple: le dije a la coordinadora que si bien no iba a presentarme en el aula diciendo “hola, soy gay”, tampoco iba a negarlo si, por ejemplo, algún alumno me lo pregunta después de verme en la calle con mi novio.

La coordinadora estuvo de acuerdo y, de hecho, se dio una charla muy interesante con ella en ese momento. Después me enteré (no sé si es algo que pasa siempre o si sólo pasó conmigo) de que le transmitió a la directora que yo era homosexual. Después de eso, empezaron a darse situaciones raras, sin que yo estuviese al tanto de que la directora sabía esas cosas de mi vida privada. Entonces, todo empezó a ponerse más turbio y hubo situaciones concretas por las cuales yo después hice la denuncia en el Inadi, hace más o menos dos meses.

La entrega de los boletines es un momento en el que los papás tienen que venir sí o sí a la escuela, entonces se aprovecha para hacer una actividad con ellos. Yo le planteé a la directora que podíamos hacer un taller de “diversidad en la escuela”. En esa charla de pasillo, ella me dijo que le parecía muy bien y que hasta podíamos pasar unos videos sobre el tema que son de Canal Encuentro. Pero (esto me sorprendió) me advirtió: “Tratemos de que sea sobre diversidad en un sentido amplio, porque vos tenés una fijación con lo sexual”. Ella sabía que yo era homosexual y no es ninguna tonta. Es psicoanalista y una perversa: usó un modo sutil para convertir mi “identidad” en una “fijación”. No le contesté como debía, me quedé paralizado. Porque no me esperaba algo así y también porque no es una relación horizontal, sino una relación de poder que ella aprovechó para decirme eso. Yo contesté que sí, que lo iba a tratar desde un lugar amplio para hablar de todo tipo de discriminaciones dentro de la escuela.

Hubo otra situación. El día de lucha contra la homofobia (que está en el calendario escolar) me vinieron a preguntar si yo quería preparar alguna actividad en relación con la homofobia. Me pareció bien. Propuse trabajar con el libro Rey y rey. Pero a último momento me dijeron que no podía usar ese libro.

Hubo otra situación más, todavía peor. Yo tenía dos alumnas de sexto que estaban muy distraídas. No hacían la tarea, no prestaban atención, estaban siempre juntas y un poco desafiantes hacia los docentes. La directora habló a solas con ellas. Después yo me enteré, porque las chicas me contaron: les preguntó si habían pasado la noche juntas, que dónde habían dormido, que se estaban pasando de rosca, que en la escuela no puede haber esos vínculos raros. Las chicas se ofendieron porque decían que la directora las había tratado de lesbianas.

Otro episodio más: un día un chico salió llorando desconsolado de mi aula. Se fue al baño. Hablé con él en el pasillo. Le pedí que me contara qué pasaba y le puse una mano en el hombro. Me salió así. Fue un gesto mínimo de consuelo. La directora vio lo del hombro. Se me acercó después y me dijo: “Te pido que nunca más toques a los chicos”. Lo hablé con mis compañeros y compañeras docentes, todos heterosexuales. Ellos nunca habían recibido este tipo de advertencia. Al único docente al que le hizo este comentario la directora fue a mí, ligando mi homosexualidad a una idea prejuiciosa de perversión.

Retomamos la idea de armar el taller de diversidad con los padres el día de entrega de los boletines (que ya habíamos acordado desde hacía meses). Yo lo había preparado para hablar de diversidad en general. Había editado un video. Y hasta había hecho un poco de recorte de las partes del video que se referían explícitamente a la discriminación sexual. Sin ver el video o preguntarme de qué iba a hablar, a último momento, me vinieron a decir que yo no podía dar al taller. La actividad de ese día con los padres terminó siendo otra: la directora hablando de los valores de la escuela.

Me enteré después de que habían decidido que no lo diera yo porque tenían miedo de que usara la reunión con los padres para contarles que yo era gay. Obviamente, a mí eso no se me había pasado por la cabeza. Y tampoco vinieron de frente a preguntarme qué iba a dar, que si yo estaba pensando en hablarles a los padres de eso. De vuelta, sin siquiera decírmelo en la cara, las decisiones se tomaron basadas en el prejuicio de que la figura del maestro debe ser heterosexual.

Hice la denuncia hace un tiempo y la semana pasada me llamaron del Inadi para decirme que a la directora pronto le llegará una intimación (sin valor legal) para que ella conteste, se defienda o lo que sea de mi denuncia por discriminación. Ese es el primer paso.

Diego Cyruk

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