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Viernes, 2 de noviembre de 2012

META DRAG

RuPaul conduce hace cuatro temporadas el mejor reality show del planeta. Luego del reciente estreno de su edición especial de Drag Race (Carrera de Drags) con sus mejores figuras, analizamos el fenómeno y recordamos lo mejor de sus ganadoras.

 Por Ignacio D’Amore

La escuelita

“You’re born naked. The rest is drag.” Tal es la brillante lección de género con que la famosísima drag queen RuPaul nos ha iluminado a lo largo de los años. Es su lema, su razón descriptiva y teórica del ser, drag y no drag. Unx debe construirse, modelarse, confeccionarse una figura pública y privada, sin atenerse a restricciones anatómicas. O a ninguna otra restricción, en rigor. “Drag”, entonces, es sinónimo de infinitud, es motor de imposibilidades.

Ya terminada su cuarta edición, RuPaul’s Drag Race (que VH1 transmite) no cesa de redefinir la idea de lo que una drag queen es y, sobre todo, puede llegar a ser. El programa funciona como búsqueda de talentos, eliminando a una drag al final de cada emisión hasta dar con tres finalistas, de las que surge la próxima superestrella. Las cuatro temporadas emitidas al momento han coronado a sendas reinas triunfantes, cada cual cuerpo y voz de un estilo específico dentro del universo estético y estilístico de las drags. La llegada de la minitemporada especial Drag Race: All Stars, integrada por finalistas y otras destacadas de las cuatro temporadas anteriores, tiene a los seguidores en vilo: ¿cuál de las mejores chicas será finalmente la mejor de todas?

Las joyas de la corona

RuPaul

Bebe Zahara Benet es la diosa africana absoluta, oriunda de Camerún y primera ganadora del show. Exacerbada, aguerrida y apaciguada a la vez, graffiti de pieles exóticas y refinadas alhajas, representó un estilo de impecable sofisticación y enorme noción estética, de su propia figura y de sus proporciones. Su sucesora fue Tyra Sánchez, jovencísima padre afro de un hijito al que le dedicó su triunfo. Combinaba la esencia furibunda de Beyoncé con la despreocupación de una teen yanqui que mastica chicle. A lo largo de la temporada, evolucionó hasta apropiarse de su imagen y comprendió que dedicarse a la performance drag requiere muchísimo más que una figura esbelta o una actitud engreída.

Ya en la tercera temporada se apostó a correr los límites del show, resultando en más audiencia y más fervor en la comunidad online. Raja, ganadora por kilómetros luz, hizo uso de sus dotes de maquilladora profesional y sus casi dos décadas subida a tacos de escándalo, pero sobre todo apeló a una estética no convencional, al igual que su modo de encarar las pruebas. Enfatizó en varias de las competencias en el uso de referencias estéticas sumamente conceptuales, muchas veces reñidas con la idea de belleza esperable en una drag que sale por TV en todo el mundo. No era excepcionalmente femenina, excepto cuando resultaba indispensable serlo (y entonces era la más atrevida pantera de todas); hablaba de punk rockers mientras sus contrincantes aprendían estribillos de Mariah Carey; reverberaban en ella décadas de moda, de supermodelos, de presencia escénica, de contenida elegancia.

La cuarta y, hasta el día de hoy, última temporada de Drag Race, profundizó el modelo de vencedora poco tradicional. Sharon Needles, autodescripta como “hermosa, espeluznante y estúpida”, se ubicó desde que apoyó un taco en el estudio como la única entre todas capaz de provocar más allá de lo estético. Capaz también, y sobre todo, de desarticular el lenguaje propio del reality en que estaba participando al no renunciar ni un instante a su personaje, es decir, a sus atuendos, su humor cáustico, su amabilidad a prueba de espectros y mostras. De alguna manera, el show se adaptó a ella. En el primer capítulo, ingresó al taller donde las chicas fabrican sus pelucas y ropa vestida (atención: decir “disfrazada” sería incorrectísimo) como lo que podríamos llamar una “bruja mala”, con un vestido negro sencillo, guantes largos y gorro respingado al tono, más el detalle de un par de ojos blanco Siberia y un cutis post mortem. Las otras chicas, lubricadas en rubores, craqueladas en pelucas infinitas, engarzadas en mandrágoras de pailletes, quedaron tan mudas como, seguro, gran parte de la audiencia. En ese mismo capítulo, Needles triunfó al presentarse al desafío final desfilando pelada (!), con un vestido hecho de harapos carbonizados (!!!) y regurgitando sangre en la punta de la pasarela (R!P). Estamos hablando de una agitadora cultural; alguien que, dentro de las propias reglas del reality (que en última instancia ganó), logró descolocar a los jurados con cada una de sus performances y que incluso subvirtió muchas de esas reglas al poner en jaque su razón de ser. Todo esto gracias, en buena medida, a su sentido del humor y del ridículo, que le permitieron salir del paso en más de un brete e incluso imitar a una de las jurados en uno de los retos, exagerándola hasta rozar lo ofensivo y con resultados para el descorche (con “r”). Cual embajadora del más allá, recibió su trofeo final con una tabla Ouija de 1920 clavada en la peluca, como si se tratase del tocado que Philip Treacy desearía haber ideado para su próxima colección.

El show de la evolución

Sharon Needles

La carrera que RuPaul comanda hacia el podio drag es altamente adictiva porque, como ocurre con sus participantes y su conductora, gana calidad con cada modificación que produce en su formato, que de por sí desafía numerosos standards de otros reality shows. Funciona con la misma lógica y bajo los mismos requerimientos que se imponen a sus competidoras: rapidez en la respuesta frente a todo tipo de situación o desafío; creatividad en el modo de plantear, de resolver y en el producto final; perfecto manejo de datos de la cultura pop, que es el calostro de toda drag queen; capacidad de transformar lo que ya existe en algo y alguien nuevo; frescura individual y autorreferencialidad constante, con un par de gramos de humor, en lo posible, y sobre todo, como la hostess repite en cada episodio, “charisma, uniqueness, nerve and talent”, referencia explícita y encriptada a aquello que una verdadera drag superstar debe ostentar.

El útero televisivo de RuPaul, inflamado como el de una fértil madre alien, da a luz criaturas estelares que episodio a episodio van revelando su evolución cual Pokemones humanas. La visibilidad de la drag community estadounidense ha alcanzado niveles insospechados hasta hace pocos años, extendiendo al mundo no sólo los personajes que en el show se han gestado sino también su lenguaje, su estética, su lógica y sus códigos (ver recuadro: Dragcionario). Ahora conocemos la diferencia entre una southern belle, una fashion queen y una camp queen, por ejemplo. Sobre todo, sabemos algo que presumíamos o presentíamos y que la relevancia del show de RuPaul confirma: las drag queens son parte central de la efervescencia cultural de hoy, operando como catalizadoras y a la vez usinas de modos, de estilos y de referencias.

Esta nota está dedicada a Sahara Davenport, eximia drag queen que participó en la segunda temporada del reality y que, con sólo 27 años, falleció recientemente.

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Manila Luzon & Sahara Davenport
 
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