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Viernes, 16 de noviembre de 2012

ENTREVISTA

EL AMIGO ITALIANO

El director, dramaturgo y guionista Riccardo Reim nació y vive en Roma, donde siendo un adolescente puso en escena Ragazzo e ragazzo, la obra que encendió la mecha de un escándalo que continuó en otras obras suyas. En Roma también ha sido actor, novelista y conoció a Copi, con quien escribió Tango-charter, que acaba de editar Mansalva. En entrevista con Soy recuerda ese momento y además analiza “la cuestión homo italiana”.

 Por Guillermo Bravo

Empezó su carrera con Ragazzo e ragazzo, que causó un gran escándalo por su temática homosexual. ¿Cómo ha cambiado la sensibilidad del público italiano con respecto a estos temas?

–Es mi primera comedia, la escribí a los dieciocho años, en 1972, contando, en la práctica, la historia de un “triangolo diferente”. La novedad de la obra, aunque en ese momento no me di cuenta, era que la homosexualidad de los personajes se da por sentada, sin quejas ni examen: con mucha naturalidad presentaba una historia de amor que ya no funcionaba, una historia de dos “él”. Dacia Maraini (una intelectual comprometida y provocadora) decidió hacer la dirección, hizo una puesta expresionista con una recitación extraña y muy grotesca y eso sumó a que se alborotaran. Nos acusaron de obscenidad, de pornografía. Sin embargo, incluso con estas acusaciones locas, estuvimos en la cartelera de Roma durante casi dos meses, con mucho público, gran parte del cual, a decir verdad –los que venían por el escándalo–, salían un poco decepcionados.

Me pregunto cómo ha cambiado la actitud del público hacia ciertas cosas, es decir, cómo han cambiado los italianos frente a la homosexualidad...

–Yo diría que hubo un cambio más aparente que sustancial, a pesar de muchos discursos. Los italianos son un pueblo católico y campesino, muy conservador, que tienden a demonizar a ciegas el sexo con los motes de “pecado” y “anormalidad”, dos palabras absolutamente sin sentido. No hay libertad sexual si no existe la libertad de la mente. Puedes hacer lo que decimos coloquialmente, “todo”, y tener la mente bajo la sombra de los prejuicios e ideas falsas.

A la campesina desconfiada inicial, los italianos (no todos, por supuesto) le añaden la mala fe pequeño-burguesa de los campesinos urbanizados en los que sólo cuentan las apariencias y el decoro.

–Por supuesto, esto significa que algunos prejuicios contra la homosexualidad –por ejemplo– son los que se duplican, ya que la homosexualidad es “contra” la familia y “contra” la religión.

En I mignotti habla sobre la prostitución masculina, que aún hoy sigue siendo un tabú. ¿Por qué eligió tratarlo?

–I mignotti es un libro que surgió de una idea de Antonio Veneziani, gran poeta, mi amigo y colaborador desde hace treinta años. Con Antonio investigamos la temática de la prostitución masculina en ocasiones anteriores, incluyendo nuestro libro de 1978, que fue titulado Una questione diversa, pero en I mignotti decidimos ir al fondo de la cuestión.

Fuimos en persona a lugares “prohibidos” para entrevistar a los jóvenes y hablar con ellos, informar, investigar, lo que hizo surgir una realidad ignorada y chocante.

Y el obispo de Todi los quiso excomulgar...

–Sí, lo que nos dio una buena publicidad. Yo siempre he tenido una curiosidad obstinada por todo lo que está escondido, oscurecido. Algunas de esas historias que recogimos de los jóvenes trabajadores las llevamos al teatro en el Festival Internacional de Todi y Roma, con un abrumador éxito de público y crítica, esta vez sin excepción. Y fue allí lo del obispo de Todi, yo me enteré por los diarios.

Y luego vino la novela, Letras Libertinas.

–A mí lo que me sale naturalmente es el diálogo. Para mí la prosa es muy difícil. Letras Libertinas es una novelita corta, escrita en 1983 y reeditada en 2007. En ella mezclé materiales muy diferentes, hasta un plagio –estilísticamente la mejor parte del libro–. El protagonista (como su sexualidad) se divide, se multiplica en un rebote de espejos, en una especie de juego de masacre burlesca. Es una técnica que vuelve de una manera más sutil y madura en mi segunda novela, Il tango delle fate, de 2007, situado en Nápoles, Lourdes y Buenos Aires, en una especie de delirio de ensueño que combina erotismo, misticismo vulgar, la superstición y la santidad, una vez más la adopción de un lenguaje compuesto que parte de la poesía, cómics pornográficos, obras más cultas.

¿Cómo conoció a Copi?

–Nos conocimos en octubre del ’79 en casa de unos amigos en común, en Roma: él estaba un poco al margen, con un vaso en la mano, sonriendo. Había venido a Italia por trabajo, charlamos y nos dimos cita para el día siguiente en Piazza di Spagna, lugar turístico por excelencia. Copi llegó vestido como un caballero inglés de buena familia: tweed y chaqueta deportiva, camisa blanca sin corbata, pantalón gris, calcetines del mismo color y llevaba puestos con gran desenvoltura zapatos con taco Chanel. Quería ir directamente a Piazza Navona, que según él era uno de los lugares más bellos de Roma. Nos sentamos a una mesa de un bar: era un hermoso día cálido de otoño romano.

¿Recuerda de qué conversaron?

Hablamos de Roma, la Capilla Sixtina, de Buenos Aires, de su abuela, que se curaba la bronquitis con la marihuana, de literatura, del cómic, de los travestis sudamericanos... Me preguntó si sabía bailar tango y me dijo que le gustaría ser Anna Magnani.

¿Cuándo y cómo escribieron Tango-charter?

–Tango-charter nació casi por casualidad: fue una idea que Copi había propuesto para un número cómico de circo, si bien recuerdo. Lo escribimos en seis o siete tardes en Villa Borghese, ensayando las líneas en voz alta, improvisando las réplicas y cuando pensábamos que habíamos encontrado el tono correcto, lo escribíamos. Por la noche yo revisaba las formas italianas, pero casi no cambiaba nada porque Copi hablaba muy bien el italiano. Y al día siguiente continuábamos. Supongo que los camareros del café donde escribíamos deben habernos tomado por tontos. Es un gran recuerdo, y Copi tenía un sentido extraordinario del ritmo. En escena era un performer arrollador: Loretta Strong, interpretado por él, es una de las cosas más bellas que he visto “en travesti”, loco, vergonzoso, al límite de lo surreal, magnífico.

¿Podría hablarnos de la situación del teatro hoy en Italia y cómo era en sus comienzos?

–La situación del teatro italiano refleja la del país, que es dolorosa: no hay dinero para nada más y se trata de seguir al “gran público” (¡como si el teatro fuera un fenómeno de masas!). La calidad recae. Hay que luchar mucho para no ceder a la vulgaridad imperante. Yo nunca he aceptado algo que yo no considere una operación sensible valiosa. Puedo llegar a un acuerdo sobre todo lo relacionado, descuentos en todo, excepto mi libertad como artista y mi profesionalismo, con el paso de los años me he mantenido firme en eso.

Si tuviera que hacer una biblioteca con autores de temática homosexual italiana de su generación...

–No son muchos pero ahora algunos nombres vienen a la mente: Umberto Saba (la hermosa novela Ernesto), Pier Paolo Pasolini (pero menos de lo que crees), Dario Bellezza (sus poemas, novelas, Cartas de Sodoma y el verdugo), Giuseppe Patroni Griffi, incluso gran director (Rappel a Toledo, La muerte de belleza), Enzo Siciliano, y luego, más reciente, Pier Vittorio Tondelli, Antonio Veneziani, Francesco Gnerre, Aldo Busi, Fabio Croce ...

¿Qué opina del casamiento gay?

–El matrimonio es un contrato que establece los derechos y resuelve problemas legales: debería ser justo para cualquier tipo de unión. En cuanto a la “moral” de la Iglesia, interviene con demasiada frecuencia, me hace reír. Yo no soy católico y no veo cómo alguien puede serlo.

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