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Viernes, 30 de noviembre de 2012

EL BANQUETE ESTA SERVIDO

Hizo de su propia imagen una obra de arte y la puso a disposición de los usuarios del cable. El primer cuerpo pop después del pop, la primera loca luego de la hegemonía gay, supo llegar tarde y temprano con sus suntuosos manjares. Maneras diversas, filantropía y amaneramiento al servicio del banquete telemático.Todos los invitados siguen relamiéndose al recordarlo

 Por César Castellano

Tan multifacético como generoso, Federico Klemm compartió su pasión por el arte con el público masivo y lo hizo en un momento (los años ’90) caracterizado por el más puro egoísmo, un mercado del arte ávido de dólares, exitismo, el narcisismo de siempre y la especulación neoliberal. No ajeno a ese mundo, organizó un gran banquete de arte e invitó a mansalva con sus gestos, sus cuidados guiones, su cultura exquisita y su propio cuerpo coreografiado hasta los más mínimos gestos, a todos y todas. En poco tiempo, nadie desconocía a Federico, el grande, ni tampoco la existencia del pop, el Renacimiento, los impresionistas y otros conceptos del arte universal que con su comunicatividad mediática, su ingenio y creatividad fueron capturando la atención. Ninguno como él supo utilizar a su propia persona, en cuerpo y discurso, y la televisión, como canal y herramienta cultural, para hablar de arte. Su actitud creadora es imposible de escindir de su actitud filantrópica, que a mi entender es tal que supera a la primera. Abrió en 1992 su propia galería en la Plaza San Martín, donde presentó nombres nunca vistos en Buenos Aires: Andy Warhol, Fernando Botero, Roberto Matta y a los artistas de la Transvanguardia italiana junto a su propulsor, el crítico Achille Bonito Oliva. En 1995, creó la Fundación Federico Jorge Klemm, dedicada a promover artistas jóvenes y a proyectar el arte contemporáneo con una exquisita colección de arte, única en Latinoamérica. En las paredes cuelgan nombres de la talla de Picasso, Dalí, Magritte, Man Ray, Lucio Fontana, Jeff Koons, Mappelthorpe, Joseph Beuys, Basquiat, Kuitca, Berni y Macciò. Que nadie crea que Federico Klemm era sólo el anfitrión de un programa de televisión entretenidamente original y de culto, aunque con eso bastara para rendirle hoy un homenaje. Hay que agregar que armó en silencio una magnífica colección privada de arte nacional e internacional, superando a la de varios museos y colecciones del país. Con el agregado de que se puede visitar en forma gratuita.

Herencia familiar

Federico nació en Checoslovaquia, en 1942, hijo único de una familia aristocrática. Llegó a Buenos Aires en 1948, escapando de una Europa en ruinas. De su padre, Federico Jorge, un poderoso industrial alemán, heredó esa habilidad emprendedora y visionaria. De su madre, Rosita, una gran sensibilidad y el amor por el arte. De ambos, una fortuna que le permitió llevar un proyecto de mecenazgo único, que concretó y legó al porvenir y una vida rodeada de glamour finisecular y buen gusto.

Comenzó su actividad artística multifacética de adolescente, tanto en las artes plásticas como escénicas. Realizó estudios en forma autodidacta sobre la obra de Tolouse-Lautrec, Picasso, Degas, Van Gogh y varios pintores argentinos a los que admiraba. Perfeccionó su técnica con la pintora surrealista Mildred Burton. Estudió canto lírico con Ruzena Horakova y arte dramático con Marcelo Lavalle.

En los años sesenta, participó de la vanguardia local, intervino en happenings y performances en el Instituto Torcuato Di Tella junto a Marta Minujín y Oscar Masotta, filmó y realizó cortometrajes, mostrando su temprana vocación por la imagen visual. Los coletazos opresores de la dictadura argentina hicieron que su vida no fuera fácil. Más de una vez pasó momentos difíciles, por lo cual vivió en Río de Janeiro alternativamente con Punta del Este y Buenos Aires. En los ochenta, estuvo presente en la movida under, actuó junto Katja Alemann en Cemento y en innumerables performances. La ópera, una de sus grandes pasiones, lo tuvo como protagonista en incontables actuaciones en privado, donde su papel preferido fue el aria del torero de Carmen, de Bizet.

Telemblemático

Federico también entendió, antes que muchos, el proceso de revolución tecnológica audiovisual que comenzaba a gestarse en los noventa. El pensaba que el arte no podía seguir encerrado en tomos vetustos guardados por años en bibliotecas y que tanto los medios de comunicación televisivos como Internet y el contexto global de los mass media eran el futuro, y así lo plasmó en su propio programa. Su mítico ciclo El Banquete Telemático estuvo antes de la creación del mismo Canal (A) del cual luego formó parte, siendo uno de sus ciclos más emblemáticos. Y también sus recordadas participaciones en el programa de Antonio Gasalla, donde el gran público lo conoció vestido de Versace y luciendo increíbles joyas que él mismo diseñaba, recorriendo su galería y mostrando y contándonos los secretos de las obras. Se convirtió de pronto en un ícono mediático, se hizo popular en todos los medios y se ganó una legión de imitadores que lejos de molestarle lo divertía y lo hacía muy feliz. La década del ’90 se configuró como la época de la representación del cuerpo del artista y en esto también Federico hizo punta, ya que no sólo lo hizo en su pintura sino también en su innovadora presencia mediática.

El mismo elegía los temas, escribía y trabajaba incansablemente junto al crítico de arte Charlie Espartaco los guiones, realizaba y producía el programa con una pasión y una creatividad sin límites. Utilizaba a menudo la técnica del chroma key para crear la virtualidad de estar frente a grandes obras maestras transportando al televidente a mundos lejanos del arte. Así, se lo podía ver junto a La Gioconda en el Museo del Louvre; frente a la Torre Galatea, en Figueras, contándonos la vida de su amado Salvador Dalí. Federico era una celebración de la comunicación.

También como artista plástico trascendió los medios y soportes habituales: grandes collages fotopictóricos que intervenía manualmente. En el año 2000 buscó el cambio tecnológico utilizando como medio expresivo la fotografía digital, dando muestra de su incansable poder transformador sobre el conformismo habitual en la configuración artística local. Como un niño asombrado, empezó a trabajar sus obras en Photoshop. Fascinado con este software, pasaba horas editando, retocando y creando sobre fotografías que él mismo tomaba.

Es así como Federico traspasó las fronteras de la realidad virtualizándola, superando los formatos televisivos políticamente correctos.


Imagenes extraidas de Federico Klemm 2001: el banquete telemático de la pintura.

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Autorretrato. El ser es víctima y es sacrificio en lo cotidiano. 1990.
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