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Viernes, 22 de agosto de 2008

PRIMER AMOR

La mariposa azul

 Por Gabriela Robledo*

Vacaciones familiares, mi mamá, mi papá y yo, a una isla en Brasil. Tenía 18 años. La idea de viajar con ellos no tuvo mayor sentido hasta que conocí a Rita, también de vacaciones con sus padres. Una noche quedamos sólo ella y yo en la pileta de la cabaña. Mirábamos las estrellas y le encontramos forma de mariposa a las 3 Marías y a otras dos que están a los costados. El calor de los trópicos, después de horas de conversaciones, nos dio sed. Me acordé de un licor de maracuyá que había comprado. Por suerte mis padres habían salido. Busqué el licor, lo metí en una mochila y regresé. Entre las palmeras colgaba del cielo la mariposa azul que habíamos visto, y en ese instante sentí que me había enamorado de Rita. Proust decía que viajar no es buscar nuevos caminos sino tener nuevos ojos, y tuve la sensación de que un viaje importante comenzaba esta noche. Entré a la pileta con la botella y la charla continuó hasta que me miró y me preguntó si quería ir con ella a su cuarto. Dudé unos instantes, pero le dije que sí. Ya sabía dónde era su cabaña porque hacía días que, con la mayor discreción que podía, miraba a Rita. Es extraño, ella también me contó que me miraba. Pero, ¿cuándo, que yo no me di cuenta?

Nos besamos. Con la respiración entrecortada nos arrojamos a su cama como al último bote salvavidas y nos sacamos la ropa. Sentí un inconfundible cosquilleo cuando sus pechos se confundieron entre los míos. Temblábamos, creo que de placer. Me hipnotizaron su cuerpo y sus ojos, y de verdad no sabía que se podía desear tanto. Rita se montó a mis labios y galopamos en compás hacia el vacío. Hacer el amor es olvidarse de los mosquitos. Cerré los ojos y me dormí sobre su hombro, hasta que los rayos del sol, ya alto, me sobresaltaron. Inspiré profundo y crucé rápido por el patio de atrás, hasta mi cabaña. Mientras buscaba la llave, mi madre abrió la puerta.

—¿Dónde estabas? Pensé que te había pasado algo. ¿De dónde venís con esa cara?

—Ay, mamá, no te puedo contar...

—Bueno, mejor no me cuentes. Son casi las 10, ¿estás lista para ir a desayunar? o

*Poeta

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