Por acá entra la luz del sol y tiñe todo de amarillo. Desde acá “me asomo al mundo”: miro cómo está el cielo, los árboles, escucho los pájaros. Sobre esta mesa despliego todas mis cosas, escribo, organizo la agenda del día, tomo mate. Todo de frente al afuera. Amo la luz del día.

1. Las lucecitas de adorno
Las luces me recuerdan al varieté y alegran la estadía en casa. Pero además son estrellas, las luces del ser, de las buenas vibraciones, del amor, que siempre esté presente. Por eso cada noche cuando las enciendo digo: “Esto es un acto de fe”. Dándole magia e importancia a ese momento.

2. Tutú
Mi primer amor definitivo con el escenario llegó de niña, con la danza. Guardo hermosos recuerdos de la infancia y la adolescencia, concurriendo dos veces por semana a las clases y luego a fin de año preparando el festival en el cine del barrio. Para éste, mi mamá pasaba incontables horas cosiendo cada lentejuela, diseñando y confeccionando cada traje, que eran como ocho para cada show. Un verdadero acto de paciencia, creatividad y amor.

3. Almohadón de Los Ramones
Es la actitud punk, el rock como sea. La idea de “puedes hacerlo por ti mismo”. La alegría de los shows en vivo y con amigos. El cambiar tu estado de ánimo, de libido y coraje a través de la música (esencial en mi vida). El rock es una actitud: ser vos mismo y para adelante.

4. El micrófono
Es un objeto que me ha fascinado desde siempre. Mi voz amplificada. Es como un imán para mí. Lo he usado mucho: en los actos escolares, en la recepción de la oficina (cantando donde me lo han permitido), en 10 años de radio donde se transformó en mi máximo cómplice. Un detalle poco menor es que es la palabra más frecuente en mis errores de dislexia: “doble en el próximo micrófono, por favor” (a un taxista); “¿a qué micrófono va?” (en un ascensor).