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Viernes, 22 de febrero de 2013

No es cosa de nenas

La convocatoria llamaba, a todas aquellas mujeres que recordaran alguna “escena chonguita” en sus infancias, a buscar el registro fotográfico y tratar de decodificar el significado de esa imagen y esa vivencia que tan poco concordaba con lo que se espera de una niña, hecha y derecha. Así nació el libro Chonguitas: masculinidades de niñas (La Mondonga Dark), con 44 imágenes y testimonios, compilado por fabi tron y valeria flores.

 Por Fabi Tron y Valeria Flores

Como dijimos en la convocatoria, nos interesaba rememorar nuestras infancias “masculinas”, visibilizar, recuperar y exhumar esas infancias masculinizadas en cuerpos asignados como niñas. Queríamos celebrar nuestras infancias chonguitas, marcadas por la estigmatización, el rechazo, la hostilidad, pero también, y fundamentalmente, cargada de deseos. No buscábamos continuidades ni coherencias, sino relevar señales, huellas, rastros, marcas, cortes, cicatrices, pistas, residuos, vestigios, como un trabajo arqueológico de masculinidades no hegemónicas. Por eso, este libro no tiene la pretensión ni debería ser entendido como una muestra representativa o como una expresión totalizadora de las masculinidades de niñas. Aspirábamos a que la convocatoria fuera amplia en relación con la identidad sexual y/o de género con las que se identificaran actualmente lxs participantes, así como en cuanto a su nacionalidad, edad, ocupación, filiación política, étnica/racial, etc. Nos preocupaba que la propuesta fuera recepcionada y apropiada sólo por lesbianas y, entre ellas, sólo por activistas. Sin embargo, nuestras expectativas fueron superadas ampliamente. Recibimos 44 maravillosas y singulares narraciones: la mayoría son de lesbianas, pero también participaron personas que se definen a sí mismas como: mujer, mujer diversa, heterosexual, heterosexual no ortodoxa, cuir, así como hubo quienes decidieron no mencionar su identidad sexogenérica. Un poco menos de la mitad son activistas lesbianas, lesbofeministas, lesbianas feministas o feministas. Sus edades oscilan entre los 22 y los 55 años, en general pertenecen a la franja etaria de entre los 30 y 39 años. Aunque con un leve predominio de docentes, sus ocupaciones son muy variadas: artistas, artesanas, empleadas, guardaparques, abogadas, psicólogas, periodistas, trabajadoras sociales, técnicas dentales, escritoras, entre otras. Los relatos arribaron de Chile, Perú, México, y el Estado español, así como de las provincias argentinas de Buenos Aires, Neuquén, Córdoba, Chubut y Santa Fe, y de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Lo indecible

Andrea Lacombe

Cuando era chica con una vecinita jugábamos a “la pelota de Kodak”. El amarillo y el rojo emblemáticos de esa marca de insumos fotográficos suponían una capa de sentido oculta que representaban, a su vez, dos de los integrantes de Parchís, un grupo de música infantil español que hizo furor a finales de los ’70 e inicios de los ’80. Yolanda y Tino, respectivamente, eran los roles que ambas teníamos en ese juego que durante más de seis años vivenciamos diariamente. Eramos novios; ella, Yolanda y yo, Tino. Yo usaba el pelo corto y trataba por todos los medios de que la peluquera hiciera un corte similar al de Tino. Pedía pantalones rojos y hasta imitaba un modo particular que el cantante tenía de levantar las cejas. Mi vecina tenía muchas remeras amarillas y también vestidos y, si bien nuestrxs progenitores veían con cierto recelo nuestra amistad, nunca sospecharon ni decodificaron la semántica de los colores. Esos gajos amarillos y rojos que formaban una pelota inflable eran, a su vez, los modos con que alguna invitaba a la otra a su casa a jugar “a” (y no “con”) la pelota de Kodak. Opté por empezar este texto con una pequeña anécdota de mi niñez porque, además de los valores político y categorial contenidos en este proyecto, leer las historias que forman este volumen me produjo una profunda emoción frente al relato empático: piel de gallina, ese modo que tiene la piel de hacerse presente en tanto recuerdo y memoria vívida. Esa posibilidad de reconocimiento en la vivencia que ayuda a desvampirizar nuestra imagen frente al espejo. Proyecto Chonguitas introduce directamente una de las claves de la inteligibilidad social: la dupla dicotómica varón-mujer entendida como un combo de contigüidades obligatorias que va desde la subjetividad hasta la genitalidad, pasando por los cuerpos y su apariencia. Es aquí donde reside el carácter político de la propuesta: reclamar espacios de comprensión, diálogo, significación y por lo tanto de legitimación de ciertas prácticas de nuestra infancia y de ciertas discursividades a través de las cuales logramos enunciarlas en la narración actual. Vislumbrar los modos en que las performances corporales de lo masculino y lo femenino se presentan cotidianamente trae aparejado algunas veces cierta sonancia cognitiva para nuestros esquemas de percepción entrenados para distinguir lo masculino como sinónimo de hombre y lo femenino como equivalente de mujer. No es “natural” distinguir un hombre de una mujer, aprendemos a hacerlo porque somos entrenados para naturalizar, es decir, tornar natural y de ese modo irrefutable la existencia de hombres y mujeres como dos inconmensurabilidades. Pero ese entrenamiento no es consciente, se enraiza en los cuerpos de forma tal que desentrañar el proceso se torna una tarea un tanto imposible.

La seriedad de los juegos

Graciela Soto

(...) Corrían los ochenta y escuchaba a mamá, que sin ningún tipo de pudores decía: “Siempre quise un hijo”, no hablaba de hija, de hecho una amiga de ella, en tono jocoso me decía: “Vos ibas a ser mía, porque tu mamá nena no quería, quería un varón”... yo me reí, porque después mamá me abrazaba y me decía que a mí no me cambiaba ni loca, pero yo sé que es verdad, que mamá quería un VARON. No importa si esas palabras fueron en clave de chiste o no, lo cierto es que todavía cierta parte de la humanidad no sabe del peso de las palabras.

Mamá tuvo nena y por algún motivo siempre me cortaba el pelo, recién me lo fue dejando crecer por pedido (llantos) mío en segundo o tercer grado. En los lóbulos de las orejas tenía problema de alergia, así que no podía usar aritos. Pelo corto, sin arito, pantalones de gimnasia con mocasines (no guillerminas, ¡mocasines!), así iba yo vestida al jardín de infantes. Incluso hasta primer grado. Decí que tengo voz de pito, si no seguro que era recurrente que me confundan con un varón.

Foto de estudio

Evelyn Sotomayor

Me recuerdo claramente, emocionada en los pasillos de juguetes para varones y cómo mi madre trataba de conducirme hacia las muñecas y los artículos para niñas, bajo toda mi resistencia. Recuerdo a la primera niña que observaba con amor infantil. Recuerdo que mi abuelita materna hacía ropa y siempre recibí vestiditos, falditas y blusas de ella, ropa muy linda pero que no me hacía feliz. Hasta este día. Mi alegría era tan sincera, ¡así quería vestirme yo sin dudas!, esta chica vestida “de hombre” era yo. Tanta felicidad los decidió a llevarme a un estudio fotográfico para retratar –sin saberlo– mi primer acto de travestismo. Tengo casi cuarenta años y todavía me visto como hombre. Eternas gracias a mi mamá Juanita.

Jugar con las muñecas de tus manos

Violeta

Deambulaba por el bosque en cuero, con un short de jogging rojo y una capa del súper ratón que todos le adjudicaban a Superman. Mi infancia fue en Ostende, territorio virgen de la costa argentina. Jugaba con mis amigos del barrio en las calles de tierra. Los pantalones siempre rotos en las rodillas. (...) Desde muy chica tuve acceso a una cortapluma. Mi viejo, con esa inconsciencia un poco sabia que tuvo para criarnos, decía: “Que aprendan por ellos mismos, uno no los puede cuidar siempre. Tienen que curtirse o van a ser unos boludos”.

Esa libertad cambió mucho cuando entré a la escuela primaria. Ser mujer después de haber sido un mono fue lo peor. Recuerdo que mis compañeras miraban Chiquititas y mi mamá no me dejaba. Un día fui a comprar pan y la mina que me atendió me confundió con un varón. Llegué a mi casa y me miré al espejo, con el pelo atado parecía Roña, uno de los varones del programa. Fue la primera vez que sentí que algo no encajaba. (...) Cada vez que durante el almuerzo o la cena alguien reclama que falta la sal, se espera que sea una mujer la que se levante a buscarla, y esto está implícito. Hay pequeños gestos que te dicen lo que los otros esperan de vos por el solo hecho de ser mujer, aunque te enseñen que somos iguales. En mi caso recuerdo mucho más fuerte la mirada femenina sobre mi masculinidad que la mirada de los hombres.

Los chicos me pasaban a buscar para ir a jugar al baldío que estaba frente al supermercado. Me respetaban porque jugaba bien y amaba el fútbol. Pero tarde o temprano llega la palabra “machona” y te das cuenta de que la cultura y la libertad no siempre van de la mano. A una edad se deja de jugar, se empieza a hacer deporte. Tuvo que ser vóley porque en el polideportivo no había fútbol para las chicas. Mi mejor amigo dejó de invitarme a los partidos o yo dejé de ir. “Cosas de la edad”, escuché que decían los grandes. Cosas de varones y mujeres que pasan con la edad. Por suerte después encontrás a alguien que a esa “cosa misteriosa” que marcó un quiebre en tu infancia le dice “relaciones de poder” y empieza un partido nuevo.

Liniers

Pao Lin/ Lin Bao

(...) Ahora ya no recuerdo cuál fiesta patria se celebraba pero sí recuerdo que nuestra obra tendría patriotas, damas de Buenos Aires, mulatas vendedoras de mazamorra, y la presentación estelar de ¡Don Santiago de Liniers!

El papel de Liniers era –para mí– el más interesante, tenía largos parlamentos, sacaba a patadas a los ingleses, reconquistaba Buenos Aires y era nombrado virrey en reemplazo del fugado Sobremonte. Quizá por sus largos parlamentos ningún compañero del curso quería hacer de Liniers (Sobremonte ya estaba cubierto, porque era fácil..., se fugaba al comienzo del primer acto). Así que me “postulé” (...). “Nooooooooooo –tronó mi maestra–, ése es un personaje para un varón.” “Pero, si yo puedo hacerlo...” Fue en vano mi protesta. Sólo los “verdaderos varones” podían hacer de Padres de la Patria. Igual, no me resigné. Fui a casa, preparé mi mejor pilcha de comandante francés, aprendí rápidamente las líneas de Liniers, y me presenté al ensayo lista para reclamar mi papel. (...) Ante la insistencia y fuerza del deseo puesto en representar ese papel, y la resistencia de los demás varones a disputar el honor, las maestras tuvieron que ceder. Yo era la única que sabía la letra. Mi Liniers fue el más chongo de esas invasiones inglesas. Poco me importaba en ese entonces que mi héroe hubiera sido fusilado poco tiempo después, por algún otro tío de la Patria. (...)

Viendo esa foto hoy me enorgullezco de haber respetado mi deseo y hacerlo respetar y, si me da la gana, jactarme de haber representado al Liniers más marica de todos los tiempos (al menos en ese distrito escolar). Fue una suerte haber insistido para que me tomen esa foto en la víspera. Pienso que esa noche dormí vestidx.

Nena que pena

Gabriela Grenni

Mi nombre es Gabriela, pero me hacía llamar Gabriel. Más exactamente Gábriel, porque Gabriel sonaba como Gabrielle, y qué bueno cuando en la calle o en el tren me decían: ¡Ey! ¡Nene!... Yo quería ser un lindo niño, que se convirtiera en un lindo muchacho de vaqueros y camisa desprendida sobre un pecho liso, pisando fuerte. Eso, pisar fuerte. Pisaban fuerte las zapatillas Flecha, los zapatos con cordones, los muchachos de mirada dura. Eso quería yo. No zapatos guillermina ni sandalitas ni zuequitos.

Cicatriz: Eso parecía mi vulva. Una cicatriz. Mis primas se rieron de ella porque los labios eran muy grandes y desparejos, y los de ellas eran chiquitos, cerrados con una rayita dibujada. La mía no. Yo sospechaba que en realidad era un niño con un pito arruinado que se estropeó en un tiempo que no recordaba. Infancia masculina no necesariamente lésbica: la mía era “necesariamente lésbica”, porque para enamorar a Andrea del Boca, la chica de todos mis sueños, yo debía ser un niño, no una niña.

Chupate esa mandarina

Ana Scully

Leo a Salgari, cierro los ojos tirada en la cama y me veo abordando barcos ingleses, con el kris en la boca. Soy Sandokán y voy a salvar a Mariana, ¿a Mariana?, ¿cómo resuelvo esto? ¿Soy Sandokán o soy Mariana? ¿Me pongo el traje Sandokán y lo rescato a él? Mejor y más fácil: cambiemos de historia. Soy Sandokán y voy a luchar contra los thugs. Quiero ser jugadora de fútbol, me informan que no hay mujeres que jueguen al fútbol. Resisto y discuto pero la realidad se impone. Entonces, quiero ser árbitro. También echan por tierra mis pretensiones. Está claro que el deporte no va a ser mi futuro. Ni el potrero me acoge, a los diez u once años entré por última vez a jugar. En media hora no me llegó un pase. Chupate esa mandarina. Ma sí, me voy a hacer una expedición de descubrimiento y me treparé al árbol más alto, yo sola. Hay que pintar la pieza, la imagino celeste. Es una forma de decir: No quiero rosa. La respuesta de mi madre, entre risas medio nerviosas, es: ¡Te va a crecer pito! (...)

Masculina femenina, siempre

Nines Campo Esteban

¿Chonguita?, dulce término, en mis tiempos sólo éramos marimachos, por supuesto, tortilleras y un largo etc., de estupideces. (...)

Chongo, me gusta, soy una mujer chongo, no sé por qué, pero nos nombran las otras personas y yo, cuando me nombro, sólo soy yo. Nací en 1957, ya dos siglos, jajajá, bueno, siempre sentí que mis amores eran mujeres, claro, con Franco era jodido, pero en realidad en aquel momento no pensaba tanto en eso, sólo pensaba en mi condición de anarcosindicalista, fui de la CNT.

El libro está disponible a partir del lunes 25 en
potenciatortillera.blogspot.com
escritoshereticos.blogspot.com
mondongadark.blogspot.com

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