soy

Viernes, 9 de agosto de 2013

ENTREVISTA

Detrás de cámara

Quiero un cambio convoca así a sus invitados: “Si padecés de alguna fobia que te impide realizarte, si no sabés cómo manejarte con tus vínculos, vos también podés participar”. Aparte de interrogatorios y testimonios recortados, el programa incluye terapia de shock para los que allí ponen el cuerpo. El televidente, después de varios estados, podrá llegar a perdonar las malformaciones de la mente y de su envase y la falta de coincidencia entre los dos. Santhiago Coceres, de 24 años, es el chico trans que participó del programa a cambio de la promesa de un tratamiento para adelgazar que le permitiría hacerse la mastectomía. Lo del tratamiento de cortesía por parte de Fox todavía lo está esperando.

 Por Dolores Curia

Para llegar desde la estación de Merlo hasta la casa que Santhiago comparte con su mamá y sus hermanos hay que, sí o sí, tomar un colectivo. Y a través de ese trecho –demasiado desolado porque es la hora de la siesta y con demasiadas cuadras como para caminarlas– el asfalto va desapareciendo y en su lugar brota polvo, pasto, un caballo, polvo, gansos desparramados en un baldío y más polvo. Santhiago está en la puerta alimentando a sus tres perras. Pasa mucho tiempo en su casa porque ahora, en plena transición, no consigue trabajo y además “el desgaste emocional de este momento ya es bastante como para que en Capital alguno te pare en la calle y te diga ‘che, piba’”. Bastante agotador fue también cambiar su DNI este año. La rectificación de la partida de nacimiento, un trámite que hoy –en teoría– es tan sencillo, le llevó meses y hasta le costó los honorarios de un abogado que tuvo que insistir para que el Registro Civil de Santa Fe hiciera nada más y nada menos que lo que dice la ley. Antes, siendo aún más joven, fue remisero en Tres de Febrero. En ese trabajo “siempre me respetaron mucho, me llamaban por mi nombre y eso que no tenía ni una hormona encima”. Ahora milita en el PC de esa localidad, donde asume la tarea de incorporar las reivindicaciones lbgt dentro de ese espacio y carga con la reeducación de algunos dinosaurios. “Primero pegué onda con los del local que son más jóvenes, que no tienen más de treinta años. Ellos, ningún problema. Pero en la reunión general estamos en el frente Nuevo Encuentro, está el PSOL y el EDE. Ahí siempre aparece el ninguneo o el nombrarme como ella. Un compañero haciéndose el canchero en una me dijo: ‘Bueno, cuando mi novia quiera una experiencia con otra mujer, te llamo’. Y le dije: ‘No: cuando tu novia quiera un hombre de verdad, llamame’. Siempre entré por el chiste ahí. Les respondo jugando con su propia sexualidad. Nunca falta el viejo resignado que te dice ‘antes estas cosas no se veían, pero hay que adaptarse a los tiempos’. En la reunión hablan de política pura y después se levantan y se van. Nadie te habla como para que le cuentes, prefieren ni saber. No hay nadie lgbt militando en esas fuerzas. Ni gay, lesbiana o chica trans. Nadie.”

¿Y con las organizaciones trans?

–Ya estuve y no funcionó. Fui coordinador de ATTA, del área trans de Capital. No me gusta la manera de manejarse. Para las fotos y para mostrar que también incluyen a los hombres trans, ahí, te llaman. Si no, ni pelota. Las chicas son de cuidarse entre ellas. Si una necesita algo, las otras siempre están. Pero los hombres trans son los muñequitos. Fui con ATTA a Salta a un plenario y me pegaron. Me gritaron machona y me agarraron dos chabones y estaban todas ahí nomás y nadie hizo nada. Me dieron una bolsa con hielo y se fueron a dormir. Nadie saltó por mí, no hubo una denuncia ni un posteo en Facebook.

¿Conocés muchos chicos trans acá, en Zona Oeste?

–Cuando levantás la cabeza y ves una, dos, tres chicas trans. A un varón transexual lo ves pasar y no te das cuenta. Yo mismo he estado con varones reconvertidos mal y no me doy cuenta hasta que no hablo. Por acá, unas manzanas para atrás, hay uno. Tiene 16 y casi no se le nota. No se hormoniza. Es flaquito, se faja, y a esa edad sos un pibito más. Cuando hablamos por Facebook me dice todo pero en la calle se hace el que nada que ver. En provincia están todos escondidos. Se juntan en el shopping Nine de Moreno, salen todos de no sé dónde. Fui a uno de esos encuentros porque estamos pensando en armar una agrupación lgbttqi acá, que abarque Merlo, Moreno y Paso del Rey. Yo me voy a ocupar de los varones. Otra amiga lesbiana que se va a encargar de las chicas. En provincia te encontrás con pibes trans con la gorrita tapándose media cara. Eso es inseguridad, miedo. Se confunden con ser torta o por ahí se les ocurre hormonizarse ya. Hay que estar seguro para arrancar con la transformación, hay cambios irreversibles. No podés cortar la menstruación y después largar las hormonas al toque. Esto no es una moda que empezó con Ale Iglesias (de Gran Hermano), es una identidad. Muchos se hormonizan, cambian su DNI y se arrepienten.

Hay endocrinólogos que dicen que si no te operás sí es reversible.

Hay cosas que sí. En un momento tuve que cortar con las hormonas porque tuve un accidente, me caí de la moto y tuve que dejar unos meses. Gran parte de los pelos que me habían empezado a salir se me cayeron.

¿Cuándo empezaste la hormonización?

–En abril del año pasado. Fueron muchos fines de semana de alcohol y descontrol y tuve el accidente. Tuve que frenar por eso en septiembre del año pasado.

¿Se te retractó un poco el proceso?

–Lo de los pelos sí pero hay cosas que no cambian. Por ejemplo, la testosterona te hace ablandar los músculos. Los pechos se caen. Se te ensancha la espalda. La muñeca y los dedos se te ensanchan. No es que largás las hormonas y al toque tenés cuerpo de nena. Yo no tomaba la Nebido, que es cada tres meses, sino la Testovirón, que es cada tres semanas. Por eso al toque noté el retroceso, perdí como cinco inyecciones. Si no la hubiese frenado, capaz hoy estaría mucho más masculino. Pero me gusta que se me note un poco...

¿Por qué?

–Si no, pasás desapercibido. Con Ale (de Gran Hermano) siempre hablamos de eso. Cuando lo conocí él tenía una barba bárbara. Yo pensaba “éste no es un pibe trans”. Lo conocí en la calle, la movida. Pero mucha bola no le daba porque a mí el tema de la fama y todo eso no me interesa.

¿Y por qué desconfiabas de que fuera trans?

–Porque no podía creer que tuviera barba, pensé que era un chabón que estaba jugando con la historia. Hoy cada tanto le digo “a ver, levantate la remera”, y me muestra la cicatriz y nos cagamos de la risa.

¿Estás de novio ahora?

–Corté hace más de un año y estoy solo. En el ambiente las lesbianas te siguen tomando como mujer en su inconsciente. He estado con chicas que dicen que respetan que seas un varón transexual. Pero en cualquier conversación estamos con alguien y se les escapa un “sí, ella”. Con las mujeres hétero me la he jugado. Muchas veces no se animan, entonces les digo: “Pero, si tenés curiosidad, probá”. Hace un tiempo estuve con una chica super hétero. Y estuve en la cama y se arrepiente de haberme dado tantas vueltas. Me dice: “Pensaba que eras mina, pero nada que ver. Me tratás como un hombre”. Se creen que porque no tenés pene no vas a poder. En la cama a la faja no me la saco ni en pedo. Hay gente que no entiende cómo, estando con una mujer, te ponés el arnés y sentís.

Y con tu ex ¿te llevás bien?

–Es el amor de mi vida. Ella me conoció como Georgina, con mi anterior identidad. Me apoyó cuando tomé la decisión, pero no se bancó la hormonización. Teníamos mucha gente en contra. Mi mamá (que es mi abuela, pero es la que me crió) nunca me aceptó, hasta que se dio cuenta de que la transformación no era un capricho. Cuando era adolescente lesbiana y mi mamá se enteró, se armó. Nos tuvimos que venir desde Santa Fe para que no viera más a la chica con la que salía. Acá me enamoré de mi ex, todo a escondidas otra vez. Mi mamá se enteró y se armó. Me tuve que ir de mi casa. A Capital, a una pensión. En el medio pasaron muchas cosas, hasta que terminé en una granja de rehabilitación, y ahí finalmente mi mamá me fue a buscar y ahora estoy de vuelta viviendo acá con ella. Mirá, te muestro fotos.

Promesas incumplidas

Santhiago mantiene el Facebook abierto durante toda la entrevista. Cada tanto lo actualiza y mira un poquito. Hombre y máquina no logran terminar de desprenderse, en parte porque él les da a las redes sociales un lugar de militancia permanente. Ahí tiene sus fotos de los últimos dos años en las que se puede ir siguiendo parte de la transformación. Su mamá, que está presente llevando y trayendo mates, señala cómo fueron cambiando algunos rasgos de su hijo, como la nuez, el contorno de la cara. Hay algunas fotos, en el Puerto de Mar del Plata, cuando Santhiago fue con amigxs a recibir a la Fragata Libertad. En otra foto está abrazando a Cristina Fernández, en julio del año pasado, el día en que la Presidenta reglamentó la Ley de Identidad de Género. En otra aparece con una gorra con el símbolo trans bordado. Fue un regalo de un amigo “por cábala. Me la dio hace un par de días cuando tuve la reunión con los productores de Cuestión de peso”.

Y con Quiero un cambio ¿cómo fue?

–Estaba en Santa Fe haciéndome el DNI, me llamó Ale Iglesias y me dijo que había una periodista que necesitaba una historia. Me pareció una oportunidad. Si no adelgazo no me puedo operar, porque si tenés mucha grasa y te hacen la lipo te puede quedar mal y, aparte, te podés infectar. No me quiero arriesgar. También el corazón puede no aguantar. En Facebook posteo siempre pros y contras de la hormonización. Con la testosterona, que te agita el corazón, nos estamos quitando años de vida. Tenemos un promedio de vida muy bajo. Y hay muchos que mezclan hormonas con merca y ahí el corazón no aguanta. Si me mirás bien, se me nota la faja. Lo que en general me pasa es que la gente me ve y piensa “ésta es un chongo”. Mi idea era mostrarme para que los chicos que están en mi situación salgan igual y con la misma seguridad que los que ya están con barba.

Entonces te llama Alejandro y te dice que están buscando una historia para el programa...

–Empezamos a filmar cosas acá en mi casa y en el barrio de Caseros. Una periodista me entrevistaba. Le dije muy claro: “Mirá, a esto lo hago por la operación, y necesito adelgazar para eso”. Ella me contestó: “Te lo voy a averiguar”. Una semana antes de grabar en el estudio Alejandro me recomendó: “No grabes hasta que no te lo confirmen”. Llamé a la periodista y se lo dije. Se enloqueció, ya estaba todo preparado. Nos juntamos en un café y quedamos en que me exponía y ellos me iban a pagar el tratamiento para adelgazar. Le dije que estaba sin laburo, en plena transición y que no tenía plata para dieta ni gimnasio ni nada. Apareciendo en un programa ganaba visibilidad y capaz algún médico me opera. La operación sale 20 mil pesos y si no, en un hospital público, vas a una lista de espera por cinco años. Me confirmaron y cerré. Al aire, cuando Alessandra me dijo: “Te conseguimos el tratamiento completo”, me tenía que hacer el sorprendido. El lunes fui a la clínica Cormillot con mi mamá y me dijeron: “¿Sos el que viene de parte de Fox? Tenés un mes pago y te entran cuatro consultas. Eso te pagaron”. En el tratamiento completo, que dura mínimo 6 meses, entra natación, viandas, grupo psicológico. No había nada de eso. Parecía una cargada. Dejé pasar el tiempo, guardé todas las pruebas. Y esperé de marzo hasta ahora hasta que saliera el programa. Vi el programa y le habían editado la parte en la que Alessandra dice bien claro que el tratamiento era completo por seis meses. Subí un twit puteándolos que retwitteó Axel Freyre. No pasa ni una hora y me llamaron de la productora. Me dijeron: “Leímos tu twit. Somos una productora muy seria y no nos podés ensuciar así”. Le expliqué: “Lo que me dieron no es completo. Son una productora gigante, ¿qué les cuesta darme un buen tratamiento y cumplir con lo que me prometieron?”. Me contestó que hiciera lo que quisiera pero que no los ensuciara por Twitter y ahí quedó la cosa. Ahora estoy teniendo reuniones con la productora de Cuestión de peso, que se enteró de mi caso. Supongo que exponiéndome ahí Fidalgo tal vez me opere.

¿No pensaste en denunciar a Fox?

–Lo podría hacer pero son una productora regrande, no tengo oportunidad. Y al fin y al cabo lo que me interesa a mí es adelgazar y operarme, nada más.

En relación con el tratamiento del tema que hizo el programa, ¿qué opinás? El ejercicio del psicólogo en el que los pone frente a fotos de ustedes de chicos...

–Una forreada. Todo estaba armado, me contaron lo que iba a pasar, salvo eso. Nadie me avisó que iban a mostrarme esa foto. Antes de grabar me mandaron a hablar con una psicóloga, que iba a decidir si yo estaba apto para hacer el programa o no. Ella me mandó con un papel que decía que se me cuidara en todos los detalles del programa. No sólo no lo hicieron sino que metieron sin avisarme esa foto.

Y el nombre del capítulo, “Atrapados en un cuerpo equivocado”, ¿qué te parece?

–Fue una negociación. El capítulo en verdad se iba a llamar “Disforia de género” y yo les pedí que no. No iba a grabar si el capítulo salía con ese nombre. Así que conseguí que lo cambiaran. Obvio que el título que quedó tampoco está bien en su idea, pero por lo menos no es el nombre de una enfermedad, que es contra la que vengo militando desde hace años.

¿Y lo de los espejos?

–Ahí tuve un ataque de nervios, quebré. Hubo que cortar la filmación porque me largué a llorar mal y quise salir corriendo. La foto de cuando era chico me mató porque a los dos meses de esa foto sufrí un acoso sexual, a los seis años, con alguien de la familia que ya no vemos más. En Santa Fe todos saben que pasó eso. Alessandra entonces vino y me dijo que si no quería grabar más seguíamos al día siguiente. Y la productora enseguida saltó para decir que no, que no querían pagar otro remis. Me calmé y seguimos. Cuando le conté a Ale Iglesias todo esto me dijo que no le sorprendía nada, que a todos éstos lo único que les importa es el rating.

¿Las preguntas que te hacía el público están guionadas?

–Más o menos, son también las preguntas de ellos. En YouTube está lo que le respondo al chabón sobre el pene. Cuando el tipo me pregunta cómo me las arreglo sin “algo que es símbolo de virilidad”, te das cuenta de que es algo que salió de él. Me sentí forreado ahí. He escuchado mil cosas, también en el partido, como un viejo que te dice: “Ah, pero una cerradura va con una llave, jajajá”. Entonces este pibe realmente piensa que porque tiene un pene es un hombre. Y las mujeres no son ningunas santas. A veces pasa que el hombre biológico al hombre trans lo termina entendiendo, te quieren enseñar a caminar, a pararte. Las mujeres siguen diciéndome: “Ah, no, por más que te operes, sos mujer y yo no soy lesbiana”. Tampoco está bueno ponerte a pelear. Ponele este chabón de la tribuna que me preguntó lo del pene: si yo lo bardeaba, justificaba su ignorancia. Entonces le di un ejemplo tonto (“si un hombre biológico pierde el pene en un accidente, ¿deja de ser un hombre?”) y fue mejor.

Terminó contestando solo su propia pregunta.

–Y eso fue mejor que si lo hubiera mandado a la mierda.

Compartir: 

Twitter

Imagen: Sebastián Freire
 
SOY
 indice

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.