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Viernes, 18 de octubre de 2013

SERIE ONLINE

Sexo con barrotes

En la exitosa serie Orange Is The New Black, el sexo y el amor entre chicas pasa al centro de la escena dentro de las celdas de una cárcel norteamericana. Una buena: por fin la bisexualidad y el lesbianismo intramuros no aparecen como estados transitorios. Una mala: peligra la segunda temporada, una de las actrices protagónicas, presionada por su religión, parece que abandona la trama.

 Por Dolores Curia

El naranja es el nuevo básico que se le impone a la protagonista de la serie, que tiene tanto éxito de audiencia en Netflix y visibilidad lesbiana como citas por parte de Ellen DeGeneres. Piper Chapman es la protagonista de Orange Is The New Black: una mujer de clase media que cae presa, cuya historia podría confundirse con la ficción tumbera de Pablo Trapero (Leonera) si no fuera porque acá el romance torteril es anterior y nada tiene que ver con un “efecto” del encierro. Creada por Jenji Kohan, la productora de The L Word y Weeds –la serie de una madre viuda que vende marihuana para mantener a su familia–, Orange... es una adaptación de las memorias de Piper Kerman, condensadas en un libro homónimo y autobiográfico en el que la metáfora fashion del título no es forzada: en él Kerman cuenta su metamorfosis como blonda universitaria que debe pasar una temporada en la cárcel de Danbury.

Diez años antes del comienzo de la historia Piper Chapman (Taylor Schilling), según narran los flashbacks, tenía una novia rockabilly: Alex (Laura Prepon), cool, sutilmente tatuada y narco de poca monta. Sin querer queriendo Alex la convirtió en mula, delito del que Piper en ese momento creyó haber salido ilesa pero –ahora se entera– debe pagar con 15 meses de castigo. En el medio, en una sola década Piper pasó de recorrer el mundo junto a su ex novia (que reaparecerá en la cárcel) a comprometerse con un yuppie bien intencionado e irse a vivir con él a los suburbios. Es decir, una trama que en las presentaciones corre el riesgo de pintar al lesbianismo como un pecado bohemio del que casi toda universitaria se termina redimiendo cuando decide amigarse con el sueño americano y, al pasar los 30, tranzar con el enderezamiento heterosexual. Pero con el correr de los capítulos el sexo entre mujeres de Orange... va tomando muchos matices y mucho espacio, en forma de moneda de cambio, de goce, de consuelo, de diversión. Hay más amores lésbicos (temporarios –gay for the stay– y permanentes) y bisexuales a la vista que los que la trama logra –por lo menos en esta primera temporada– desarrollar.

La típica guerra de mundos de la protagonista (clandestinidad y reviente junto a Alex versus un hobbie como fabricante de jabones perfumados y convivencia armónica con su fiancé versus introducción a los yeites carcelarios) se fusiona en grises gracias al uso de la temporalidad. El presente de Piper y su estadía de 15 meses tras los barrotes es en verdad un crisol de recuerdos que va relativizando su rubia fragilidad. Lo que parecía un obstáculo demográfico (ser blanca, urbana y con pocas aptitudes para la lucha cuerpo a cuerpo) se vuelve una ventaja del lado de adentro. Piper es el personaje por medio del cual el espectador entra al mundo carcelario pero no es un punto de vista fijo por el cual espiar la dinámica entre celdas, internas y guardias de seguridad. Todo en un tono de comedia ácida que no esquiva chistes sobre racismo y xenofobia. Los personajes hacen humor autoconsciente sobre la segregación intramuros: un carcelero homofóbico le advierte a Piper que no deje que las presas la hagan su mascota, las negras cantan bien, las hispanas permanecen adentro por generaciones peinando a las hijas de sus hijas, la única trans de toda la serie queda confinada a la peluquería. Aunque no faltan caricaturas (como la butch de mirada desviada –Crazy Eyes– que le ofrece a Piper protección a cambio de que sea su mujer y la comediante lesbiana Lea DeLaria en una parodia de sí misma), la cárcel es un mosaico de cuerpos y rostros de actrices y no actrices tan variado y realista como pocas veces se ve en las series industriales. Algo de esto anticipan los credits con caras incompletas: sólo algunos datos como para ir preguntándose por qué está presa cada una, a quién se le ocurriría tatuarse el bozo y qué tendrá que ver la voz de Regina Spektor en todo esto. Ojalá los rumores entre fanáticas (las de la serie y las de Laura Prepon) que dicen que Alex no estará en la segunda temporada por el acercamiento de la actriz a la cienciología –una secta homofóbica– no sean ciertos y algunas de estas preguntas se vayan respondiendo.

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