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Viernes, 1 de noviembre de 2013

MURIó LOU REED, PADRINO DEL PUTO PUNK

Más de negro que nunca

 Por Alejandro Dramis

La escena, a pesar de parecer siempre la última, se repetía una y otra vez: el joven Lou se calzaba los anteojos negros y la guitarra y, ocultando su preciosa mirada al escaso público, posaba sus finos labios sobre el micrófono y transformaba las miserias diarias de la violenta Nueva York en una poética aun más miserable, desesperanzadora y, por eso mismo, profundamente hermosa.

En pleno auge del hippismo, las flores coloridas y las ropas brillantes, Lou vestía siempre de negro. Siempre; y cuando no, se lo veía travestido. Hermoso. Así, patrocinado por Andy Warhol –la madrina del arte pop– y en compañía de otros inadaptados de entonces, a mediados de los ’60 fundó la Velvet Underground: un sensual experimento musical de corta duración, pero de enorme influencia para la posteridad rockera y la sensibilidad poética que la música venía pidiendo a gritos. La banda tomó su nombre del homónimo libro del autor norteamericano Michael Leigh, que investigaba la cultura del sadomasoquismo, la prostitución, el travestismo, la homosexualidad y los clubes sexuales clandestinos en los Estados Unidos de la época. A partir de su estadía en la Velvet, Lou quedó marcado por las inquietudes y las curiosidades propias de esos ámbitos desconocidos para la mayoría, que de inmediato supo adoptar como su hogar preferido, y que fueron retratados en obras maestras como “I’m Waiting for the Man” y “Heroin”, emotivos cantos a la muerte por sobredosis y a los dealers que le proveían las sustancias capaces de provocarla en cualquier momento.

Con la Velvet duró poco, pero sembró mucho, y una vez que la banda se disolvió entre las bebidas y los látigos que Warhol les sumaba a sus conciertos, en 1972, Lou se lanzó a grabar como solista; el primer disco a nadie le importó demasiado, pero con la intención de alejarse por un tiempo del rock experimental y las ropas oscuras, ese mismo año grabó un segundo disco, el andrógino Transformer, con el cual se sumergió de lleno en el glam-rock (un eufemismo para el rock orgulloso de ser marica y embadurnado de brillantina). Aliado a la –por entonces– superestrella glam David Bowie como productor y corista, Transformer fue un homenaje a los ambientes que frecuentaba seguido y a los beautiful losers que en ellos vivían; a sus vicios y excesos, cuyo éxtasis pleno se vio reflejado en su canción más popular, “Walk on the Wild Side”: un canto biográfico a las travestis, transformistas, marginadxs, artistas, pornostars y “superstars” mundialmente desconocidxs que brillaban sin pausa en aquella radiante Fábrica de arte popular que regenteaba Andy Warhol.

La sensibilidad poética y musical de Lou se esparció por todos los rincones de los submundos olvidados del planeta, marcando por siempre a cada uno de sus oyentes, inmediatamente convertidos en sus devotos. Sin ir más lejos yo, como uno de ellos, me refugié durante varios años en un casete de sus Grandes éxitos, que ofició como la perfecta banda de sonido del divorcio de mis viejos, como un antídoto de 10 canciones pensadas para musicalizar las situaciones más indeseables de la vida ordinaria.

Habrá que ver cómo adaptarse a la idea de un mundo en el cual ya no habrá nuevas canciones de Lou Reed, en el que ya no existe la esperanza de aguardarlo a la salida de un concierto para agradecerle personalmente por toda esa poética emancipadora de la desesperación cotidiana universal.

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