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Viernes, 10 de enero de 2014

Quebracho queer

Viñeta queer: en el aula de la Universidad de La Plata se cruzan un profesor nacionalista con una activista trans que está dando su último examen. Dos postergados se saludan, aventura él. Hoy, Claudia Vásquez Haro visita las cárceles, intentando paliar la violencia que sufren compañeras trans, y Fernando Esteche está preso condenado por un escrache. Los reclamos de justicia cruzados son política queer.

 Por Flavio Rapisardi *

Todo preso es político porque la “politicidad” es una dimensión del estar juntxs. Los muros de una cárcel que dividen un adentro y un afuera son marcajes (a golpe y discurso) sobre los cuerpos allí encerrados y una línea divisoria interna para lxs que estamos afuera: la amenaza. No es casual que, en “Epistemología del armario”, Eve Kosofsky alertara sobre la imposibilidad de eludir una dimensión de responsabilidad colectiva insalvable en este vaivén infinito entre dos dimensiones aparentemente lejanas. En las cárceles hay cuerpos varios: chongos, maricas, trans, mujeres privadxs de su libertad por un código penal vetusto y una familia judicial nunca democratizada. ¿Qué equivalencia encontramos entre esas trans y maricas encerradas y presos ridículamente acusados, como Fernando Esteche, por jueces que absolvieron a la Banelco de la Alianza? Esta pregunta me remonta a una actividad que hicimos como Area Queer en los años ’90 en la que pasamos el cortometraje Troy junto con un documental sobre mujeres anarquistas españolas. Una loca indignada abandonó el microcine al grito de qué tiene que ver una cosa con la otra: la exclusión rica, le dijimos, a ver si te queda claro que tu diferencia es un modo de vivir la desigualdad que vamos reparando a fuerza de ley, lucha social y políticas públicas siempre rengas.

Fernando Esteche es profesor de nuestra facultad, es titular de la Cátedra de Comunicación y Relaciones Internacionales, por la que pasan cientos de estudiantes todos los años. Su materia fue la última que la activista trans Claudia Vásquez Haro tuvo que rendir antes de ser la primera licenciada en Comunicación social. En aquella mesa de examen, Claudia eligió hablar de los mecanismos internacionales, lo que hizo de manera excelente, y Fernando coronó con un 10 y una frase que fue una clase en sí misma: “Quién diría, dos marginados en la facultad”. Claudia, trans y migrante peruana; Fernando, un militante de barriada del nacionalismo revolucionario se encontraron en el punto mismo en que la diferencias se convierten en una equivalencia: la exclusión que retoma la palabra para convertirse en subjetividad activista. El profesor Esteche, perseguido y encarcelado por una familia judicial que deja impunes a los asesinos del maestro Fuentealba y Claudia, que se pasea por comisarías bonaerenses todas las noches para paliar los golpes que aún siguen recibiendo las trans en la ciudad de La Plata, como si fuera aún la Buenos Aires de los edictos policiales. Baste citar la paliza que recibió Bella Karola un mes atrás para los que quieran corroborar datos. Fernando y Claudia no debieron explicarse esa frase nunca. Ni luego de rendir el examen, ni el día de la detención claramente injusta de Esteche, porque ambos saben que esa línea divisoria del adentro y del afuera es una espada de Damocles propia de la doble cara de sistema (penal, judicial, institucional, bah). Pobrezas como exclusiones son cuerpos, vidas depositadas en las cárceles torturadoras que aún no han sido reformadas no sólo por la ausencia de políticas públicas que supieron tener cierto ímpetu saboteado por una clara conspiración en los últimos tiempos sino también por ese sentido común (sí, ese relato) de base racista que sigue enviando a la abyección a quienes se le animan a reclamar al sistema lo que les corresponde siempre colectivamente. Hoy, ante una nueva y renovada alabanza a la identidad, ante el horror de unir una “q” al sintagma lgbttti, somos muchxs los que hicimos y hacemos de lo queer no un lugar cómodo, no una simple sexualidad discordante, sino un verbo, una “cuirización” de prácticas políticas que se animen a trazar líneas en los horizontes de las regulaciones institucionales y de la sensibilidad, para que nunca más una Bella o un Fernando tengan que ser víctimas del mismo tribunal enmarañado de un Poder Judicial oligárquico, de un Estado que debe fortalecer y reconstruir las alianzas que en la última década nos permitieron ganar, pero también atender una lista de deudas en la contabilidad de la Justicia.

* Profesor UNLP

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