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Viernes, 21 de febrero de 2014

INFANTILES

El maravilloso mundo

Por primera vez Disney incluye una familia homoparental en una serie infantil. Claro que son personajes secundarios. Mientras queda en el aire la pregunta sobre por qué se empieza de a poco, nos sumergimos en la familia Disney y tratamos de huir del millón de madres, las villanas más malas de esta película.

 Por Alejandro Dramis

Pocos días atrás, Disney Channel decidió cumplir la promesa que anunció a mediados del año pasado: en el episodio final de su cuarta temporada, la exitosa comedia Buena suerte, Charlie incluyó a dos personajes abiertamente lesbianas, Cheryl y Susan, las madres de Taylor, amigo íntimo del protagonista. El episodio es bastante sencillo: los padres de Charlie no se ponen de acuerdo sobre cuál es el nombre de la madre de Taylor. Están en eso cuando suena el timbre y —oh sorpresa— se dan cuenta de que los dos nombres de la madre de Taylor eran los correctos: Taylor tiene dos mamás.

Mientras una gran cantidad de espectadorxs, a través de las redes sociales y mensajes al canal, celebraba la apertura, la organización ultraconservadora One Million Moms (confieso que sólo el nombre ya me produce escalofríos) llama a un boicot público en contra de la productora televisiva, del canal y de la serie, continuando así con el plan que ya venían ejecutando desde que hace un tiempo Disney Channel hizo pública la decisión de que incluiría a una familia diversa en uno de sus programas. En ese momento el millón de madres enfurecidas llamó a través de su sitio de Internet a las “familias conservadoras” (sic) a tomar medidas concretas para censurar la aparición de las madres de Taylor en la serie o, en su defecto, directamente a levantar el episodio completo de Buena suerte, Charlie, bajo el pretexto de que mostrarles por televisión a los niñxs un matrimonio de madres lesbianas es un hecho moralmente incorrecto, inadecuado y “anormal”. Nada nuevo bajo el sol: una vez más, la reacción clásica de las tradicionalistas ligas “pro-familia” que andan tristemente pululando por todo el mundo.

COMO LEER A DONALD Y SU FAMILIA

Haciendo un poco de historia, bien vale tomar como referencia sobre estas cuestiones a aquel fundamental libro de Ariel Dorfman y Armand Mattelart que recomendaba un puñado de interesantes consejos Para leer al Pato Donald (y también a todos los otros bicharracos que lo rodean), que entre tanto y sesudo análisis inauguraba sus primeras páginas denunciando el truco que cometen muchos de los adultos que escriben literatura para niñxs y productos culturales derivados: crear una imagen ficticia de un público infantil, un ideal que se amolde a las necesidades ideológicas del mundo de la adultez, ese público “perfecto” y estático, importando poco y nada si verdaderamente lxs niñxs cumplen con las características que los creadores de esas historias les han asignado arbitrariamente, o si, por el contrario, el público infantil constituye un colectivo diverso y bien distinto de lo que ese millón de mamás enfurecidas le gusta convencerse de lo que los chicxs son.

Recordemos que para el Disney clásico (el “Good old fashioned Disney”), la infancia consiste en un período de la vida completamente carente de sexualidad y sexualismo y, de hecho, todo incremento poblacional en sus historias se ha producido de maneras misteriosas y extrasexuales: los lazos que unen a las familias de los personajes más populares y sus integrantes, como el Pato Donald, el Ratón Mickey, Daisy, Minnie, etc., con el resto de los personajes clásicos de sus tiras cómicas son siempre entre tíos, sobrinos, primos, nietos, familiares lejanos y otros parentescos indirectos: rarísima vez o nunca se verá entre los personajes clásicos de Disney una relación padre/madre/hijo que suponga un pasado o un presente sexual interviniente en la generación de alguno de sus familiares.

Además, tampoco ocurre que ninguno de ellos ame o sienta amor pasional por otrx personaje cercano: como mucho, entre dos personajes florecen, de tanto en tanto, sentimientos de pena o caridad, pero de amor, ni hablar. Amor y sexualidad se encuentran siempre invisibilizados, fuera de todo planteo claro y discusión posible, y los personajes más famosos de sus tiras han nacido en circunstancias desconocidas, por seres ajenos a las historias contadas, que alguna vez habrán tenido relaciones sexuales y los engendraron en oscuras circunstancias y que, por ello, han pagado el precio de la absoluta ignominia y el desconocimiento para el público general.

LA BUENA AMA DE CASA

Siguiendo en el mismo tren, la imagen de la mujer ideal para el universo de Disney es aquella que encaja con el rol de humilde servidora, doméstica y pasiva, siempre subordinada y a la espera del cortejo masculino. El único poder propio que se puede encontrar en una chica-Disney es el de la frívola coquetería, y siempre al servicio de la satisfacción del hombre, claro está. Todo personaje femenino que se permita a sí mismo salirse de ese rol sumiso y conservador inmediatamente terminará acompañado de características oscuras y malvadas: o se es Blancanieves, o se es Bruja; domesticada ama de casa, o madrastra horrible y perversa. Y si por esas casualidades se diera el caso de no ser ama de casa o bruja, el mundo Disney siempre reserva alguna profesión adecuada y exclusiva para la “naturaleza femenina”: costurera, decoradora de ambientes, secretaria o, en el mejor de los casos, presidenta del club de beneficencia del barrio. Este mundo creado por el Disney clásico, asexuado, introvertido y machista, descansa sobre la necesidad y el éxito de haber sido siempre aceptado como algo “natural”, visto por todxs como lo normal.

Actualmente, en los cines locales se encuentra en cartel la película El sueño de Walt, título que no remite a un posible deseo de felicidad universal de la niñez, o al trabajo de Walt Disney para acabar con la mortalidad infantil en el mundo, sino que narra la historia verídica del deseo obsesivo de Walt Disney por obtener a toda costa los derechos de autor del libro Mary Poppins para posibilitar su realización cinematográfica. El reciente estreno efectivamente narra la obtención de los derechos del libro de la autora P. L. Travers y, además, recrea los entretelones de la filmación de Mary Poppins, producida por Disney en 1964. Allí, en la película original de Disney, la Sra. Banks, ama de casa en la cual Mary Poppins trabaja como niñera, es representada como una activista feminista que lucha incansablemente por la aprobación del voto femenino en su país. Caracterizada de una manera frívola, obediente a los mandatos dictatoriales del malhumorado Sr. Banks, en nada maternal y bastante descuidada con su propio hogar, la Sra. Banks mantiene fervorosa su lucha por los derechos civiles hasta unos pocos segundos antes del final de la película, momento en el cual, sin justificación alguna, decide utilizar la banda que atravesó su cuerpo durante todo el film y donde reza una inscripción en favor del sufragio femenino, para adosarla al barrilete de su hijo menor y proporcionar así una utilidad concreta a sus banderas de lucha: la cola necesaria para que el barrilete pueda volar alto y lejos, auspiciando una salida familiar al parque, hecho que le da fin a la película y, de paso, le permite a la Sra. Banks olvidar definitivamente esos locos días de activismo feminista, para dedicarse a partir de ahora a su familia-tipo como una mujer y ama de casa que se divierte sanamente en el parque más cercano a su hogar.

Desde su fundación en los años ’20 hasta hoy, mucha agua pasó por debajo de los puentes de la productora Disney. También es cierto que nada ocurre por casualidad, y entre las diversas causas y situaciones posibles que habrán proporcionado este guiño hacia una apertura a la diversidad por parte de los productores de la serie, vale destacar la realización de un evento anual que convocan grupos de activistas lgbt en EE.UU. Bautizado como “Gay Days at Walt Disney World”, llevado a cabo de forma ininterrumpida desde 1991, consiste en la presencia de miles de personas lgbt (y simpatizantes de la diversidad sexual) que concurren a Disney World un día al año, todxs vestidxs de rojo, para reclamar contra la homofobia y los estereotipos televisivos y sociales relacionados con la denigración de la homosexualidad. Como era de esperarse, el millón de madres insoportables también ya puso el grito en el cielo.

En los personajes del Disney clásico la imagen de la maternidad es inexistente o prácticamente nula; sólo hay algunas tías solteronas y un puñado de brujas codiciosas. Paradójicamente, un Millón de Madres que se arropa el absurdo derecho exclusivo de la maternidad reclama por volver a borrar a la maternidad del mapa del mundo televisivo y de los ámbitos sociales. En otra sintonía, dos madres felices sonríen mientras acercan a su hijo a la casa de su amiga Charlie para pasar una tarde agradable. Por suerte, madre no hay una sola.

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CHERYL Y SUSAN, LAS MADRES DE LA DISCORDIA DE LA COMEDIA BUENA SUERTE, CHARLIE
 
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