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Viernes, 4 de julio de 2014

MARCHA

Arde orgullo

Crónica de una celebración Stonewall local y platense

 Por Magdalena De Santo

Globos de colores cortan el boulevard donde habitualmente yiran las travas. Estamos frente al puticlub del fiolo que sale a cada rato a bardearnos. Porque el histórico Arde Closet platense cambió de lugar: en plena periferia reclama “basta de persecución policial”. A pasos de la plaza que inaugura el mondongo, una pasarela de tela agarrada con cascotes pa’ que no se vuele el glam, hay muñecos que representan todo aquello que queremos quemar. Hay brillo y pieles sintéticas que nos cobijan, pero sobre todo muchos abrazos de reencuentro: ésta es la extravagancia, el yiroteo y la resistencia antirrepresiva. Somos una pequeña multitud orgushosa y cagada de frío. Las calles bien cortadas, el viento que te pega una trompada en la cara, y las pelvis que se redondean con la música que dj transa mete y mete: aunque Madonna nos gusta, la grasada “de que vengan los bomberos” nos vuelve locas. Estas son nuestras molotovs de shibré, dice la organización de Putos Mal, Malas como las Arañas, Varones Antipatriarcales, amigues y artistes autoconvocades. Estas son nuestras revueltas sensualas, aunque la gran mayoría aquí, lamentablemente, seguimos siendo cisexuales –no trans.

Nos amuchamos cerca del calor de las bandas. “Yo te amo” me recuerda que el punk en La Plata no muere nunca. Luego del tango de Rodrigo Peiretti, una performance drag villera: Milo está desnudísima y a la intemperie. Su cuerpo blanco bien iluminado espera ser vestido de pibe chorro. Marta de la Gente –una de las grandes voces que animan el encuentro, codo a codo con la flamante Andrea– le grita: “¡Gracias por ponerte en concha en 2 y 66, en plena zona roja de la ciudad, los vecinos que se creen los dueños de la vereda se la tienen que comer re doblada!”. Yo, trágica, sufro por esa piel tatuada que se pone colorada. Empieza a bardear a la Butler, la Beto, y la Diana pornoterrorista –de eso se trataba, de poner al descubierto a lo queer hegemónico– y emerge su Gaby villero que se entrega de cuerpo entero al público amoroso. “Hagan lo que quieran conmigo”, afirma el paquetero, y una vocecita dice que lo abrazaría, aunque otra con un mate se adelanta para calentarlo. El ritual de la quema nos ayuda a pelear la fresca. Entre los cables bajos que se crucifican por arriba de nuestras cabezas arden todos los roperos que nos quieren borrar: los vecinos mala onda, las razzias milicas, la Iglesia abominable y las inmobiliarias higienistas. Al fuego, y para que vuelvan a las cenizas. Y nuestros gritos, que exorcizan todo el odio en las espaldas.

Por allá, la feria de fanzines, el almacenero que entrega la última birra –porque Scioli no le permite más– mientras Ayelén, de la colectiva Malas como las Arañas, me ofrece el pequeño manual lgbt antirrepresivo. Se trata de un fanzine de bolsillo que otorga herramientas legales para enfrentar a la cana que no respeta la Ley de Identidad de Género: exigir que se trate a las personas tal como se autoperciben –aunque el cambio registral no esté efectivizado–, aclara los tipos detención y delito, cómo hacer un hábeas corpus si fuese necesario, y hasta explica distintas tomas de autodefensa.

En Nueva York, el día internacional del orgullo será soleado y en tanga, en La Plata, un 28 de junio, 45 años después, sigue siendo una resistencia extravagante contra la poli en la que meamos atrás del patrullero mientras el chorrito que nos moja las patas levanta una estela de vapor. Ya nos volveremos a ver en noviembre, sin peligro de neumonía, para recordar otro orgusho local.

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