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Viernes, 18 de julio de 2014

CUATRO AñOS DE MATRIMONIO IGUALITARIO

¿Casarse? ¿Nosotras? ¡sí! ¿Para qué?

Aventuras y desventuras de antiguas y futuras bodas travas

 Por Lohana Berkins

Sorprende ver cómo el matrimonio es una de las instituciones que menos ha evolucionado, ya que sigue anclado en los mismos mitos: la pureza del casarse de blanco, la ritualidad del matrimonio. Ahora que en Argentina el matrimonio igualitario es una realidad, ¿cuánto ha cambiado su matriz hétero? ¿Cuáles serían hoy las frases justas? “Virgen hasta el matrimonio” evidentemente no va más. ¿Hasta que la vida nos separe? Hace falta desgranar las fantasías de las travestis sobre este tema y separar los tantos: una cosa es una relación afectiva con sus matices y sus cotidianidades y otra es casarse. ¿El matrimonio seguirá siendo para algunas de nosotras la mayor expresión de esa “feminidad” que se supone que nosotras encarnamos? Me acuerdo de un escándalo de hace muchísimos años en el que una travesti sanjuanina se había intentado casar: la marica se había mandado con el DNI de la hermana como, salvando las distancias, aquellas feministas sufragistas que se mandaban a votar sin el amparo de la ley. Se había calzado incluso un vestido blanco y, acompañada por novio y amigas, se había presentado en el Registro. Allí tuvo éxito, y la muy atrevida fue para la iglesia, donde todas terminaron presas cual película de Fellini. Las travas hemos tenido fascinación con la ritualidad matrimonial, quizá no tanto por lo que significa en términos legales, sino por lo festivo, la noche nupcial, el vestido glamoroso, la entrada de las amigas despampanantes. Me acuerdo cuando en aquellos años de mi juventud salteña mi amiga la Betina simuló su matrimonio, hasta que cayó la policía y todas terminamos escapando por los techos. La Betina se metió en el baño, se lavó la cara, se sacó la peluca y engrosando la voz le dijo al policía que ella no tenía nada que ver con nosotras..., pero se había olvidado de un detalle: sacarse el vestido de novia. Me acuerdo del “Gran Casamiento” de la Nené y el copeteo hasta altas horas. Teníamos un solo casete con cumbias. Lo dábamos vuelta, y cada vez que aparecía una canción repetida la celebrábamos como si fuera el gran hit. Otra amiga, la Pepona de Jujuy, tremenda trasgresora, hizo un casamiento en el que nos pusimos nuestros mejores trapos. Cada una decía que lo había traído de París. En verdad estaba hecho por una modista de barrio que hilvanaba nuestras ilusiones. La Pepona se casaba en un club y conocía a alguien de la Casa de Gobierno que la había hecho entrar para sacarse fotos a escondidas. En la fiesta había hasta una orquesta. El Hollywood verdadero palidecía ante nuestro Hollywood cartonero. Mientras la Betina se sacaba las fotos, el novio bailaba. Tan entrado de copas estaba que le gustó otra. Cuando llegó la Betina lo agarró y se lo llevó. Lo dejó encerrado al novio y volvió a bailar con nosotras. El pasado está lleno de estas historias desopilantes, pero hoy que contamos con el amparo de la ley, lo que parecía un deseo irrefrenable no está sucediendo en masa. Dudo que el rechazo actual al matrimonio sea una decisión consciente y libertaria de parte nuestra. Todavía no me explico los motivos. ¿Y qué sucede con el deseo del chongo? Será que no lo quiere sacar de la ilegalidad. Me encantaría ver a alguno de nuestros príncipes ir a solicitar la obra social para su esposa travesti. ¿Será que algunas ritualidades ya nos empiezan a parecer ridículas? ¿En serio nos vamos a casar de blanco para entregarle nuestra virginidad al chongo? ¿A quién le van a ir a pedir la mano? ¿Será que el aspecto más profundo de la institución matrimonial, asegurar la transmisión de patrimonio, suena graciosa en nuestro universo? Ante el divorcio, ¿cómo sería la repartija de nuestra miseria? ¿Vamos a pelear a ver quién se queda con la peluca y con la cartera Louis Vuitton adquirida en La Salada?

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Imagen: Florencia Guimaraes
 
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