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Viernes, 3 de octubre de 2008

¡UFA!

El infierno en la Tierra

Benedicto XVI y su cruzada por lavar cualquier signo de diversidad en feligreses y referentes.

“Dentro de 20 años, Ratzinger estará donde tiene que estar, es decir, en el infierno, atormentado por diablos maricones activísimos.” La frase, dicha en el contexto de un mitin humorístico “antipolítico”, tuvo en vilo desde julio a la comediante Sabina Guzzanti, quien podría haber sido enjuiciada por haber ofendido al Papa, “persona sagrada e inviolable”, según las leyes italianas. Finalmente, fue Benedicto XVI quien en su “extrema magnanimidad” eligió dejar sin efecto la querella, según comunicaron fuentes del Vaticano la semana pasada. Sin embargo, la amenaza de estar rodeado de homosexuales —ángeles o demonios, da igual— parece ser la pesadilla que persigue a la cabeza de la Iglesia Católica. En 2005, acorralado por la cantidad de denuncias de abusos sexuales contra menores por parte de sacerdotes católicos, Ratzinger quiso cortar por lo que él considera sano y prohibir la existencia misma de sacerdotes homosexuales, empezando por los aspirantes a seminaristas, olvidando que la homosexualidad no es sinónimo de pederastia. Y aunque todavía no se difundió el método para la selección de la raza sacerdotal—, la Santa Sede no se detiene en su cruzada por lavar a sus referentes y feligreses hasta quitarles cualquier matiz de diversidad. Así, el cardenal John Henry Newman —teólogo inglés del siglo XIX— vería interrumpido su descanso eterno por voluntad del Papa, quien decidió beatificarlo a fin de este año, siempre y cuando se lo pueda separar post-mortem de quien fuera su amoroso compañero en vida, el padre Ambrose St. John, y junto a quien pidió ser enterrado en su “última e irrevocable voluntad”. Desde 1890, los restos de ambos curas se desintegran en feliz armonía en un cementerio de su pueblo natal, Rednal, pero Benedicto podría romper el hechizo de amor post-mortem llevándose los huesos de Newman a un oratorio en Birmingham. “Desde el principio me amó con una intensidad incalculable (...) Yo fui su primero, su último”, escribió el cardenal en su diario en 1864, una de las tantas anotaciones dedicadas a Ambrose, a quien lloró con más dolor que “un esposo”. Mientras la polémica sigue abierta —hay quienes dicen que no hay pruebas de que los sacerdotes hayan tenido intimidad sexual, quienes afirman que no hace falta tener sexo para ser homosexual y quienes piden que si se traslada a uno se traslade a los dos porque ésa era su soberana voluntad—, Ratzinger volvió a dar fe de su bien cultivada homofobia: esta misma semana rechazó al embajador propuesto por Francia, Jean-Loup Kuhn—Delforge. Por muy católico que se diga, el hombre es un gay declarado cuyo último apellido corresponde al hombre con quien convive. Al parecer, Benedicto teme que el infierno esté en la Tierra y que los diablos de los que habló Guzzanti ya estén queriendo atacarlo.

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