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Viernes, 8 de agosto de 2014

MEDIO MEDIO

Los muchachos de antes

La campaña de Lan incluye un spot en el que cuatro amigos se casan entre ellos. ¡Pero cero gay! El homoerotismo una vez más levanta vuelo encapsulado en la camaradería entre varones.

 Por Adrián Melo

La amistad entre varones en la Argentina tiene algo de mito, de leyenda. Será, quizás, entre tantas muchas otras razones porque hunde sus raíces en la épica gauchesca. Es decir, poco importa si Santos Vega tuvo o no mujer. Pero lo que quedó en la memoria colectiva es su relación incondicional con Carmona. Pocos recuerdan que la mujer de Juan Moreira se llama Vicenta. Pero es inolvidable la fidelidad y la intensidad de los sentimientos del gaucho para con su amigo Julián. Aún más: si vamos a uno de los textos fundacionales de la literatura y de la argentinidad, no se sabe cuál es el nombre de la mujer de Martín Fierro. Pero, ¿cómo olvidar la escena en que su amigo, Cruz, se juega la vida por él sin conocerlo? O que juntos, Fierro y Cruz, deciden formar un hogar alternativo, cruzando la frontera (“Fabricaremos un toldo / como hicieron tantos otros”) y que, cuando Cruz muere, Fierro llora por días su pérdida y se acuesta sobre su tumba. Ni hablar del afecto desmedido entre Don Segundo Sombra y Fabio Cáceres, que lo llevan a decir al joven cuando se despide del gaucho veterano que “me fui como quien se desangra”. Frecuentemente, en el mundo gaucho, el ensalzamiento de las amistades viriles viene de la mano de la idea de que las mujeres son agentes domesticadores con capacidad para hacer perder la libertad de los hombres. Con posterioridad, el tango, el sainete y la comedia popular argentina, la literatura de guapos de Borges (especialmente en “La intrusa”) o de Eichelbaum, la cinematografía en un arco que va desde Manuel Romero y Leonardo Favio a Marco Berger, pasando por Carreras y Campanella, o el Negro Fontanarrosa en la historieta y el cuento, bebieron de estas raíces y alimentaron la tradición de los tópicos de la lealtad entre varones y de la mujer algo traicionera o al menos manipuladora.

Por eso de las amistades masculinas se han quejado en primer término las novias y las esposas, al punto de poner en duda en el marco de dolorosas discusiones la virilidad de los hombres, de echar suspicacias sobre ese delicado equilibrio entre el homoerotismo y la homosexualidad presentes en esas relaciones. Sobre todo las féminas han echado un halo de sombra y de duda en torno de esos rituales de los cuales las mujeres aparecen excluidas: los jueves sagrados, las salidas exclusivas de machos, el día semanal de jugar al fútbol con los muchachos o la noche libre para salir con amigos.

En esa especie de intento de hacer un ensayo sobre el ser argentino llamado El hombre que está solo y espera, Raúl Scalabrini Ortiz hizo la apología de las amistades masculinas. Según el autor, esas amistades nacen “en los apuntes apresurados de un partido de fútbol o de un asalto de box, en la palpitación de las muchedumbres de varones que escuchan un tango en un café, en el atristado retorno a la monotonía de sus barrios de los hombres que el sábado a la noche invaden el centro ansiosos de aventuras, en las confesiones amicales arrancadas por el alba, en los bailes de sociedad, en la embriaguez sin ambages de un cabaret”... Describiendo un cuadro bastante misógino, para Scalabrini Ortiz sólo la amistad entre varones es sincera, incondicional, desmedida e irreemplazable. Aun más, según el autor, “el hombre se casa por desgano; ‘porque es hora de dejarse de andar haciendo disparates’; porque las mujeres de sus amigos le han hurtado sus amigos (...); porque le atrae el utopismo de un retiro en que podrá tirarse a divagar y a charlar con sus camaradas reconquistados; porque así elimina todas las vicisitudes del problema sexual y ‘estará tranquilo’; porque negligentemente se abandona a las confabulaciones que las mujeres traman contra el ‘hongo soltero’”. En este sentido, el ritual de la despedida de solteros solía ser el canto de cisne de las salidas entre muchachos solos, el último acto que frecuentemente sublimaba en los cabarets o resolvía en la mediación de las prostitutas la tensión sexual que fluía entre amigos.

De esta larga tradición, de estos tópicos y problemas parece haberse hecho cargo la empresa Lan, que el marco de su campaña “Amigos Lan” lanzada el último 20 de julio, que promete un viaje a Brasil a cuatro amigos, diseñó una publicidad en la cual un muchacho finalmente cumple el sueño de varias generaciones y se decide a pedirles casamiento de rodillas a sus amigos de toda la vida. En la escena siguiente al pedido de mano, al son de “Friends Will Be Friends”, el actor Pablo Rago oficia de sacerdote de la ceremonia en la que contraen matrimonio los cuatro amigos dispuestos a formar la familia subversiva y alternativa. Entre el público se encuentra Carlos Calvo, en obvia referencia a aquella serie argentina paradigmática de los ‘90. Luego de prometerse mutuamente “hacer siempre la segunda, dejar a cada uno en la puerta de su casa y hacer un asado todos los domingos así llueva, nieve o truena durante toda la vida”, Rago casa a los amigos y les permite irse a todos juntos de luna de miel.

A un paso de cruzar esa frontera infranqueable, el joven despierta de lo que parece fue una pesadilla. Entonces parece mirar aliviado a la cámara. Como si el hecho de que fuera tan sólo un sueño echara un manto de piedad, de inocencia o de risa respecto de las escenas vistas. Como si no se supiera, desde Freud al menos, de la relación entre el chiste y el inconsciente, del lugar adonde van a parar las fantasías reprimidas, de los materiales de los cuales están hechos los sueños.

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