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Viernes, 29 de agosto de 2014

A LA VISTA

Madre versus madre

De acuerdo con el Código Civil que espera urgente modificación, hoy por hoy en una familia con dos mamás que no están casadas no es posible que a la que no ha gestado se le reconozca legalmente su rol. Para la ley actual sólo es madre la que pare o la que adopta. Cuando la pareja se rompe, los hijos quedan a merced de la buena voluntad de una de las madres, la que tiene los derechos. Y cuando nada queda y todo vale, el discurso lesbofóbico aparece muchas veces en el lugar menos esperado.

 Por Dolores Curia

Violeta tiene cuatro años y vive en Villa de Merlo, San Luis. Sus mamás son Mariana Calcerrada y Andrea Merellano, y la tuvieron antes de la sanción del matrimonio igualitario. Violeta fue inscripta de la única manera que resultaba posible entonces, como hija de su mamá biológica, Mariana. Luego la pareja se disolvió. Estaban separadas cuando apareció en el horizonte el decreto presidencial de 2012 que establecía un plazo acotado para reconocer a los niños nacidos antes de la Ley de Matrimonio Igualitario. La inscribieron como hija de las dos. “Para nosotras siempre estuvo muy claro que Viole no tenía nada que ver con que nosotras ya no estuviéramos juntas –cuenta Andrea–. No sólo se trataba de mis derechos como madre sino del de Viole, es decir, darle la garantía de que, si nos separábamos, yo no me iba a borrar de su vida.” El de Andrea y Mariana suena al mejor rumbo posible para el amor después del amor. Su relación siguió por otros cauces, sin que eso se transformara en batalla campal. Se mantuvieron los pactos preexistentes y se privilegió que Violeta pudiera mantener todos sus vínculos. Las separaciones armoniosas obviamente no son patrimonio de las familias lgbt, tampoco de las hétero. La forma de posicionarse de Andrea y Mariana frente al fin del amor pasional tiene un halo de historia ideal o, mejor dicho, racional. Pero no es lo que siempre sucede.

El fantasma hecho bruja

“Olvidate de los chicos. No tenés cómo probar el vínculo. ¿Tenés acaso un ADN para demostrar que también son hijos tuyos? A ver, mostrámelo...”, espeta una mamá biológica contra la que no lo es, justo antes de dar el portazo. Esa escena es un relato que se repite, con variaciones, para las madres que forman el grupo de Facebook “Eva tiene dos mamás”, que aglutina a unas 10 mujeres que han sido dejadas afuera de la crianza tras la separación. Este grupo existe porque hay un vacío: la legislación actual no permite inscribir como hijos de las dos a niños de familias conformadas por parejas del mismo sexo que no están casadas. Mientras la pareja permanezca, la alternativa es el amparo, un procedimiento judicial que se supone que es corto, y que se utiliza en urgencias o cuando hay menores involucrados. ¿Pero qué ocurre cuando deja de existir el consentimiento de la mamá biológica para que la que no lo es ocupe su lugar? El fantasma de lo biológico sobrevuela muchas veces, pero también es cierto que se negocia en los aprendizajes cotidianos, en la reubicación que todxs, nacidxs y criadxs en un medio formateado por la heterosexualidad obligatoria, intentamos desandar.

Pero cuando todo está mal regresan las argumentaciones más antiguas de la boca menos esperada. Estos conflictos donde el hijo queda en el medio, repetidos hasta el hartazgo desde Kramer vs. Kramer hasta en las mejores familias, en una pareja hétero corren con la ventaja de que no es necesario estar casados para que se les reconozca el vínculo a ambos padres. Para las familias lgbt no hay ley que proteja a la mamá no biológica y resguarde el derecho del niño a seguir viéndola. Este agujero en la legislación y la lesbofobia agazapada que permite un discurso delirante que con gusto se recoge en los juzgados, dan vía libre para que se vaya en contra de lo que se supo defender, es decir, del respeto por la diversidad en la que se vive o se vivió.

Eva tiene dos mamás

Mónica Burkiewicz y S., ambas docentes, tuvieron una relación de amor de más de diez años. Juntas desde el ’99, convivieron a partir de 2001 en la casa de Temperley de Mónica. Llevaron adelante seis tratamientos de fertilización asistida en los tiempos en los que ninguna obra social los cubría. Finalmente S. quedó embarazada. Eva llegó en 2006. Unos años después, Mónica y S. terminaron. Durante un tiempo, Mónica siguió viendo a Eva sin acuerdo en papeles. Eva iba a Temperley los miércoles y algunos fines de semana a visitar a su mamá Mónica, y a ver a Tiamat (la perra). Cuando S. se puso en pareja con un varón, negó su historia con Mónica, al igual que la relación de ésta con la hija de ambas. Un día, S. pasó a buscar a la nena por lo de Mónica y se llevó gran parte de las fotos en papel. Luego hackeó el Facebook de Mónica y borró las fotos que creía que las vinculaban. Mónica quedó por fuera de las categorías, de la letra, borrada del mapa de la identidad de la hija a la que esperaron, vieron nacer y cuidaron juntas en sus primeros años.

Mónica inició una demanda para pedir visitas supervisadas y no romper el vínculo con la nena. S. negaba la relación de 10 años que habían tenido. En una de las mediaciones, Mónica llevó una foto en la que ella y S. se besaban, en lo que fue un casamiento simbólico, ya que aún no se había promulgado la ley. La abogada de S. vio la foto y renunció. No sabemos si porque algo le hizo ruido en la conciencia o porque pensó que con semejante prueba en contra no podría ganar el juicio. Igualmente, el fallo de la jueza fue desfavorable para Mónica y justificó sus conclusiones con definiciones del siglo XIX: madre es la que pare. Y al no haber vínculo biológico, ni adopción, y como no estaban casadas al momento del nacimiento de Eva, Mónica de repente pasó a ser nadie. Cuando Mónica y S. se separaron, Eva tenía 5 años. En unos días cumple 8. El fallo parece burlarse al afirmar que cuando Eva cumpla 18, si quiere, va a poder retomar el contacto con Mónica, quien aclara que “para ese entonces Eva ya no va a saber quién corno soy yo”.

“Un día, después de que se la llevara, me pareció ver a la nena en la plaza –relata Mónica–. Pego la vuelta con el auto (mi ex se llevó el 0 km y pasé a un auto viejito), la nena había visto tres veces ese auto nada más, pero cuando lo reconoce empieza: ‘Moni, Moni, Moni’. Le toco bocina, paro el auto, lo dejo en marcha, con las cosas adentro, me bajo. Mi ex la agarra del brazo y se la quiere llevar a la rastra. La nena se suelta, viene, me salta encima y me dice: ‘Moni, me quiero ir a vivir con vos a Temperley’. Mi ex se acerca gritando que iba a llamar a la policía y le digo: ‘¿Qué les vas a decir, que estoy abrazando a mi hija?’. Y la nena dice: ‘¿Ustedes por qué están peleadas, por las fotos? ¿Por qué no se amigan?’. Yo le ofrezco la mano y mi ex se niega y la tironea del brazo, se la quiere llevar. Eva dice: ‘Esperá, mamá, que termino de hablar con Moni’. Y me dice: ‘Moni, decile a Tiamat (la perra) que no me coma las pantuflas’.”

Marcela y Ana se enamoraron en 2001. Después de varios tratamientos de inseminación, Ana quedó embarazada y Sofía nació en 2007. El relato de Marcela agrega el punto de la herencia, que paradójicamente era uno de los que se solía esgrimir cuando se discutía el derecho al matrimonio igualitario: “Después de la separación, Ana me impidió las visitas hasta que, según ella, se pusiera en orden la propiedad de un departamento. A mí no me importaba la extorsión económica y ceder cualquier cosa con tal de que pudiéramos conciliar y firmar un régimen de visitas. Pero no quiso firmar. De hecho yo quise poner ese departamento a nombre de la nena y no pude porque tengo que tener la autorización de ella, y eso hubiera sido una prueba fehaciente del vínculo”. Las palabras de Marcela dan cuentan de una situación de desprotección tanto para madres como para hijxs. El nombre del grupo “Eva tiene dos mamás” pone el foco en todo aquello que lxs chicxs se están perdiendo: el derecho a la identidad, para empezar. Tampoco tienen derecho a que sus madres no biológicas las mantengan, ni a heredarlas. Ante el fracaso de las mediaciones, Marcela inició un amparo en 2011 para que se le reconozca su co-maternidad. Sigue esperando. Y lleva tres años sin ver a Sofía.

La lesbofobia después del amor

La violencia heterosexista vuelve en forma de golpe bajo desde un frente del que nunca se hubiese sospechado. ¿Será por eso más doloroso el revés? Cuenta Mónica: “Eva me dice un día: ‘Moni, me dicen que vos no sos mi mamá’. Yo le pregunto: ‘¿Y qué te dicen?’. Y contesta: ‘Me dicen que vos sos como una tía muuuy lejana’. Y le pregunto: ‘¿Y yo qué soy tuyo?’. La nena: ‘Mi otra mamá. Yo se los digo, pero no lo entienden y me hacen que le diga papi al amigo de mamá’”. En 2009, el médico de la clínica de fertilidad les dio a María y a Miranda dos opciones para el tratamiento. Teniendo en cuenta que Miranda iba a ser la mamá gestante, existía la posibilidad, un poco más cara, de usar un óvulo de María, fertilizarlo con donante e implantarlo en el útero de Miranda. “Mirá si a vos te pasa algo y yo por algún motivo me empiezo a llevar mal con tu familia y se llevan al bebé. En ese caso, si el óvulo es mío, puedo pedir un ADN y demuestro que es mi hijo. ¿O si nos separamos, a vos te agarra ‘la loca’ y no me los dejás ver?”, argumentaba en ese momento María, a lo que Miranda contestó: “Mirame a los ojos, ¿vos te pensás que yo soy capaz de hacer algo así? Porque si pensás eso, ni siquiera vale la pena tener un hijo”.

Quizá lo más sorprendente sea cómo de pronto irrumpe la “verdad biológica” en boca de quienes antes hablaban de voluntad procreacional. En el caso de Marcela, la mamá biológica de Sofía declaró que “Marcela sólo la acompañó y colaboró en la crianza como ‘una dama de compañía’”. “Ni en mi peor pesadilla hubiera imaginado estar en esta situación, y me parecía menos improbable en una pareja con una mujer. Personas egoístas, vengativas, que cosifican a los chicos, las hay tanto hétero como homosexuales; el problema es que por ser madres lesbianas sin el bendito papel que diga que estamos casadas, estamos desprotegidas”, resume otra mamá. ¿Qué significa este revival sorpresivo e impuesto de la figura del madrinazgo, la parienta lejana, de papel secundario?

En 2006, Silvia Alderete y su ahora ex novia planearon formar una familia junto a otra pareja de chicos, una configuración familiar de a cuatro. Cuando nació el niño, fue anotado con el apellido de la madre y el padre biológicos. La pareja de Silvia se terminó, su ex le prohibió ver al nene y fueron a juicio. Allí, la mamá biológica declaró que todo había sido una fabulación de Silvia. En 2010 (un mes antes de la sanción de la Ley de Matrimonio Igualitario), la jueza privilegió el derecho del niño a recibir el afecto de quien actuó como “madre de crianza” en sus primeros años y estableció un régimen de visitas. Aunque el final fue feliz, en aquel fallo están registradas las declaraciones de los involucrados. Silvia recuerda que “fue sorprendente cómo mi ex después de separarnos se puso más papista que el Papa, por poco citaba al Vaticano. Repetía que nuestro hijo no iba a poder crecer sano teniendo dos mamás. Se ve que se arrepentía de haber tenido un hijo conmigo”. La ex de Silvia decía que “tras el nacimiento del niño (Silvia) se había atribuido un rol de madre, con lo que le planteaba al niño una diversidad de roles, creando una verdadera problemática y confusión para éste”. Acusaba también a Silvia de “padecer un desequilibrio emocional a causa de su frustración de no tener hijos propios”.

Otro recorrido similar, del amor a la lesbofobia: Natalia tuvo un hijo con quien llamaremos “Lorena”. Después de la separación, Lorena volvió a vivir con sus padres y fueron corriendo a Natalia del mapa, hasta presentarla como una tía. En la primera mediación, Lorena declaró que su ex era su amiga y que se había ido a vivir con ella para alivianar sus gastos. “Y que ahora enloquecí e intento adueñarme de su hijo. La familia de ella es muy tradicional, patriarcal. Nos decían que al nene le faltaba la figura masculina. Cuando nos separamos, mi suegro empezó a postear en Facebook que por fin su hija había ‘vuelto al buen camino’.”

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Imagen: Sebastián Freire
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