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Viernes, 5 de septiembre de 2014

BDSM ILUSTRADO

Mi agüita amarilla

Durante una práctica de combate, el sargento ordenó “Todos a enmascararse al camino”. Pero el camino estaba seco y era imposible encontrar barro ahí. La mayoría de los conscriptos siguieron corriendo en busca de un arroyo, pero yo sabía que era una trampa, porque un tío que había hecho unos años antes la colimba me contó la misma anécdota: para evitarse una medida disciplinaria por no cumplir la orden al pie de la letra, lo que había que hacer era mear en la tierra seca y hacer ahí el barro para enmascararse. Logré reunir a cinco de mis compañeros, les propuse mear en círculo para hacer el barro entre todos. Me salió así, no sé si por mi espíritu solidario o por cumplir una desdibujada fantasía que ahí logré concretar. Lo más lógico hubiera sido que cada uno se hiciera su propio barro. De cualquier manera, esa tarde fui un héroe: a los que volvimos antes con nuestra mascarilla de meo y tierra, el sargento nos dejó sentarnos a la sombra y pudimos disfrutar del baile que bajo el sol se comieron los que habían desobedecido la orden y corrido hasta el arroyo. En mi caso el premio fue mayor, porque el recuerdo de estar meando en ronda con cinco soldaditos y aquel barro afrodisíaco me sirvió más tarde de inspiración. Sin saberlo, había tenido una primera experiencia urofílica. La urofilia puede abarcar desde disfrutar del ruido de una persona orinando hasta acumular pis en un recipiente para tomárselo. En muchos casos, estas prácticas se asocian al fetichismo del látex. De todas estas prácticas, la lluvia dorada es la más conocida y la que más adeptos tiene. En las sesiones es frecuente tomar cerveza, que favorece a que las lluvias sean más largas y potentes. Es una de las tantas prácticas del BDSM que no tienen que ver con el dolor sino con la humillación, y vale aclarar que es una práctica sin riesgo de transmisión de VIH. Se suele practicar en el baño o al aire libre. En algunos bares del mundo BDSM (en Buenos Aires lamentablemente no) instalan bañeras donde uno o más sumisos se instalan a esperar su lluvia. Hace algunos años, dos amigos me ataron de rodillas: desde abajo, los dos vestidos de cuero haciendo pis se veían imponentes. Después me “limpiaron” con cerveza: el contraste entre las dos temperaturas me hizo entrar en un éxtasis que aún hoy, al recordarlo, me sigue estremeciendo. Más que una humillación lo viví como un regalo de lujo.

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