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Viernes, 12 de diciembre de 2014

Yo soy mi propia mujer

Ellos gozan de parecerse lo más posible a mujeres que se parecen lo más posible a muñecas de goma. Con la ayuda de la industria del látex, de sus esposas que los acompañan y de un mercado que tiene su epicentro en San Francisco, logran salir a la calle al menos durante las horas que se puede resistir la máscara. Les dicen "muñecas vivientes", ellos se denominan "female maskers" y usan palabras como hobby, placer y excitación frente al espejo y la cámara web.

 Por Gabriela Cabezón Cámara

Lo que vemos es algo así como una muñeca inflable de esas que se venden en los sex shops pero está viva y mirándose al espejo. Pantalla de por medio, somos el espejo de esa chica de silicona con una peluca tan plástica como brillante, el vestido sexy, de lycra, pegado a unas curvas dignas de una femme fatale de historieta –o a uno de esos cuerpos esculpidos por los cirujanos plásticos como los de casi todas las vedettes a partir de los 35, pero con las dimensiones de un hombre del Hemisferio Norte– y pegado también, el vestido de lycra, al gran par de tetas que la chica se toca con notable placer. Notable sólo por la insistencia y los jadeos que se escuchan asordinados, como si salieran de una caja: la cara de muñecota que estamos viendo, la tersa superficie de la goma, sus cejas dibujadas, su boca turgente y casi cerrada son tan inexpresivas como las de sus colegas animadas apenas por el aire de los compresores y el deseo de los compradores en los negocios del rubro. Igual de inexpresivas pero más perturbadoras porque las porta un cuerpo, aunque lo único que se mueve en esa cara son los párpados con pestañas interminables a los que la máscara les deja el beneficio de un hueco.

Enmascaradas

Le vemos los ojos vivos a esta muñeca enamorada del espejo como Narciso pero con un espejo que tiene más que ver con el de Lewis Carroll que con el del mito griego; del otro lado hay un mundo, una de las formas contemporáneas del mundo: es un espejo que es una cámara conectada a una computadora conectada a Internet. La chica se mira concentrada en sí misma pero sabiendo que miles la están mirando mirarse o la van a mirar mirarse un rato después, cuando suba el video a Youtube, al canal de Jane Taylor, por ejemplo, o a cualquiera de los tantos otros canales en los que las "muñecas vivientes", como las llamó un documental del Channel 4 del Reino Unido, o las "female maskers", como se llaman a sí mismas, tienen como principal espacio vital.

Es que, y esto lo dice Jon en el documental británico, Secrets of The Living Dolls, un hombre "normal", que tiene una familia "normal" –mujer, seis hijas–, "las máscaras se asocian a ladrones, asesinos; generan rechazo en la sociedad". Tiene razón: pertuban los enmascarados y, como en este caso, también las enmascaradas. A primera vista dan terror, da miedo el ocultamiento de la cara en general y la impresión se multiplica por el realismo de una sustancia que semeja piel pero no lo es. La cabeza asocia enseguida con psycho killers, da un paso más y llega a El silencio de los inocentes, la película que contaba la historia de Buffalo Bill, un psicópata que asesinaba mujeres para sacarles la piel, coserse una para sí mismo y así transformarse en otro. Otra, para ser precisos. Las muñecas vivientes lo saben, "imagínense cuántas vidas se hubieran ahorrado si Buffalo Bill hubiera podido comprar mi mercadería", se ríe de sí y de todos, en una entrevista a The Atlantic, Kerry, la dueña, por lo menos mientras tiene la máscara de muñeca puesta, y dueño cuando va al banco o se acuesta con su mujer, de Tiresias Productions, una empresa de máscaras que tiene su propio portal, maskon.com, iniciada en 1996 por una carencia: Kerry, un hombre heterosexual y casado que hoy tiene 52 años, no encontraba una máscara que le gustara y entonces se hizo una y después otra, y como ya existía la web, su vida de muñeca había sido muy solitaria los años que precedieron a la red, subió fotos y videos y gustó y hubo quienes le pidieron que hiciera más máscaras y se las vendiera. Y lo hizo y hoy tiene en Seattle, donde vive, una empresa rentable y mucha prensa aunque nadie conozca su cara y aunque su vida de muñeca siga sucediendo básicamente, como la de casi todos sus colegas y clientes, en la web. Aunque a veces sale.

"Tiresias" denominó Kerry su empresa y no eligió el nombre por casualidad. Tiresias es el rey de los andróginos, el ciego que podía ver el futuro, el único de los personajes míticos griegos que fue varón y fue mujer, el único que estaba en condiciones de dilucidar cuestiones como la que suscitó una ardua discusión entre Zeus y Hera: ¿quién goza más en el sexo, el varón o la mujer? "De diez partes en que se divida el placer, nueve son para la mujer y una sola para el hombre", afirmó el adivino. Y algo de eso, algo del goce de ser mujer, aunque aparentemente en cualquier lado menos en la relación sexual, se les ve a estos hombres muñeca. Uno de ellos, John, el "normal" de la familia "normal" del documental de Channel 4, lo explica así: "Siempre me gustaron mucho las mujeres. Pero sentía que no tenía con qué conseguir una novia sexy. Así que, básicamente, decidí construir lo que no podía tener". Lo dice a la cámara mientras su mujer anda cerca, aparentemente resignada a no ser la novia sexy que él había soñado y prefiriendo ayudarlo a que él sea el bombón deseado por él mismo.

Como culo de muñeca

Porque las máscaras, que vienen con sus bodies, unos torsos de látex con rellenos de silicona para los pechos y las caderas, además de corsets para acentuar las curvas, no son muy aptas para los intercambios sexuales, por lo menos no para los más o menos convencionales: apenas se puede beber con una pajita a través de esas bocas gorditas y rojísimas de mujeres fatales, ni pensar en chupar nada a través de ese agujerito, no ha de entrar gran cosa y la lengua, en general, tampoco tiene lugar para salir. Los bodies tampoco ayudan. Si bien tienen sus huecos, no parece sencillo introducir ni hacer emerger ninguna cosa de ahí. Además, son calurosas: este hobby, como lo llama la novia de Joe, un chico inglés de 28 años, no puede practicarse por más de 4 horas seguidas. No es difícil imaginar que sería posible derretirse y terminar con la carne licuada y desparramada luego a la hora de sacarse el traje: por momentos, el traje parece pura máscara. Después de un rato, el hombre debajo del traje parece un relleno. La sensación de artificio no se desvanece, empieza a pivotear entre máscara y cuerpo. Y tal vez también gocen de eso en sus transformaciones estos muchachos.

Joe tiene novia, Jon tiene mujer y seis hijas, Kerry, el dueño de Tiresias, tiene esposa. "No son freaks, no son raros, son gente como cualquiera, como vos y yo. Muchos hombres se divierten disfrazándose de mujeres. Creo que la situación más difícil que atraviesan es su coming out", arriesga Barbie Ramos, una señora de Wildwood, Florida, que encabeza la que tal vez sea la fábrica de máscaras más importante, Femskin, iniciada por su difunto marido y padre de sus hijos. Algo de la noción de normalidad termina profundamente cuestionada luego de ver el documental. Para empezar, uno se pregunta por esa recurrencia, la repetición de la palabra, ¿a qué se refieren con normalidad?, ¿será a la heterosexualidad y a la condición de pater familias? Algo de eso hay: Adam, uno de los hijos de Barbie, el que diseña los trajes desde que su padre murió, dice que "sería injusto llamarlos (a sus clientes) gay o incluso considerar que les atraen otros varones. Se trata de divertirse. Ni siquiera es que todos quieren ser sexies. Algunos quieren ser brujas repugnantes". Entonces algo de la "normalidad" estaría dado por la heterosexualidad de estos hombres muñeca. Yendo a la letra, no parece muy apegado a la norma de un padre de familia gastarse miles de dólares en parecer una muñeca inflable, pasarse horas mirándose al espejo y tocando sus propias tetas y tener un alter ego más parecido a la mujer de Roger Rabbit que a Batman, por nombrar a otro enmascarado. Tampoco se entiende demasiado la insistencia: ¿para qué quieren ser considerados normales?, ¿qué les importa?, ¿temen que su afición pueda ser causal de divorcio?, ¿que les saquen a los chicos? De eso habla Jon: la institución estadounidense que se ocupa del bienestar de los niños se preocupó por su caso. Estuvieron en su casa, hablaron con su familia, evaluaron su afición a transformase en una vedette de goma una vez por semana, andar por casa y salir con su amiga Vanessa a carretear por ahí. "Consideraron que los chicos estaban bien y que lo demás no era asunto de ellos", cierra el relato Jon. Y cuenta que su afición transformista, lejos de perjudicar su paternidad, lo ayudó a intensificar los lazos con sus hijas.

Por lo demás, no parecen algo "normal". Caminando por la calle, con los cuerpos en general grandes y muy altos, sus movimientos hacen pensar en robots. La máscara, que no deja nada a la vista salvo los ojos, se percibe como amenazante. La voz, que sale de adentro de la máscara inexpresiva como si saliera del túnel del tren fantasma, asusta un poco y recuerda la escena de El imperio contraataca, cuando Darth Vader le dice a Luke Skywalker "I am your father". Hombres muñeca del mundo, relájense, no es necesario ser "normal".

O sí, un poco sí, por lo menos con las esposas. En el consultorio sentimental de Dan Savage en Thestranger.com, una mujer preguntaba qué hacer con su novio: luego de tres años de relación, el muchacho le hizo el coming out de su amor por el rubber masking, como también se llama a esta práctica. Ella lo alentó pero en el momento de escribir la carta, ya llevaban cuatro años de noviazgo, estaba un poco desesperada: él quería que ella aceptara su conducta de "mujer sumisa" en la cama. Y que le permitiera usar una máscara en el mismo lugar. La chica consideraba que la cosa había pasado de castaño oscuro. Para contestar, Dan Savage recurrió a Kerry: "Es demasiado tarde para volver a meter al genio en la botella. El novio no sólo no va a dejar el crossdressing, obviamente quiere llevarlo más lejos. Si ella no quiere un novio que haga crossdressing, tiene que cambiar de novio". Imaginación, un mundo propio y otro conyugal, ésa es la fórmula de Kerry para llevar adelante su matrimonio. "Mi esposa supo de mi crossdressing y mis máscaras femeninas antes de que nos casáramos. Me encanta usar máscaras y salir a boliches, eventos de Halloween y convenciones de ciencia-ficción. Me calienta de verdad. Pero en la cama, por un lado yo dejo que mi imaginación haga lo suyo y por otro mi mujer tiene un hombre que actúa como tal. Y todos contentos."

No todas las mujeres de hombres muñeca sufren. La novia de Joe, el chico inglés del documental, se divierte con él: van juntos a comprar ropa de mujer y ella lo ayuda a vestirse, un proceso bastante complicado que muestra Robert, un jubilado de 70 años que vive en una mansión en California. Primero llena el traje de talco, para que no se pegue a la piel. Luego le pone las tetas de silicona al traje. Se pone primero las piernas, luego el body, luego la cara que se cierra por detrás con unos cordones cruzados a la manera de un corset. Al final, la peluca. Y los suspiros. El jubilado padre de familia se montó y está en llamas: "Oh, oh", lanza grititos desde adentro de la máscara de goma. "Este soy yo adentro de esta mujer alucinante. Me veo impresionante. No veo un hombre de 70 años. Si lo viera, dejaría de hacer esto mañana mismo". En su casa, Robert tiene un cuarto propio arriba de una escalera propia. Si su hija está en casa, su vida como muñeca transcurre encerrado en ese cuarto. Si su hija no está, se adueña del resto de la casa: saca la cámara y el trípode y se divierte sacándose fotos en el patio, en la cocina. Se pone una bikini y toma sol al lado de la pileta y hace topless y se zambulle. De todos modos, la suya es una vida solitaria. Hasta que va al encuentro de Jon, el hombre de los seis hijos, organiza con su amiga Vanessa, otro padre de familia, camionero él, en Minneapolis. Ahí se van todos de parranda a bailar a un boliche. Y son muy bienvenidos y festejados por lo menos hasta que salen y se encuentran con un chico que se pone a gritarles. "¡Yo sé lo que son!, ¡ustedes son hombres, freaks!" Pero el instante pasa y quién le quita lo bailado: Robert está feliz con su salida al mundo como muñeca, feliz con su ser mujer de goma, tanto más hermoso, para él, que salir con mujeres de carne y hueso. "Por mi edad, salgo con chicas de entre 55 y 65 años. Algunas están en muy buena forma, pero ninguna se ve así", susurra caliente –y ya estamos encariñados pero no deja de ser un poco espeluznante– con lo que ve en el espejo su voz un poco ahogada por el látex.

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Imagen: Sebastián Freire
 
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