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Viernes, 23 de enero de 2015

SALIó

Entre líneas

El himno queer “Soy lo que soy” ahora es también el nombre del libro de Sandra Mihanovich, con biografías de personas fuera del molde. Entre sus páginas, donde se esperaría diversidad sexual con todas las letras, aparecen guiños, contraseñas, interpretaciones.

 Por Laura Arnés

La editorial Sudamericana acaba de presentar el libro de Sandra Mihanovich, Soy lo que soy. Mujeres y hombres que rompieron el molde. Producto del ciclo de entrevistas que la autora condujo en TN (2013), el libro presenta o celebra la vida y obra de catorce personalidades de nuestra cultura “que se atrevieron a gritar ‘soy lo que soy’”.

Romper el molde podría traducirse en “salirse de la serie” y, en este sentido, también podría suponer trastrocar, interrumpir o redefinir nuestras representaciones culturales. Pero, ¿cuál es la serie o la contra– serie que propone Sandra Mihanovich? Parecería obvio dado que, a pesar de la insistencia de Celeste y Sandra en que “Soy lo que soy” estaba destinada a la afirmación de todas las individualidades, el tema musical fue, desde siempre, un himno para la comunidad LGBT. Sin embargo, nada es obvio, ni evidente (ni siquiera a esta altura del partido).

Para evitar decepciones, no se debe abrir el libro esperando encontrar un manojo de pasiones que sobresalen de esa red erótica que sustenta nuestro imaginario cultural; pasiones que se ubican como exteriores a la serie y proponen otras éticas u otras retóricas, que le quitan a la ley su principio clasificador. Aunque algo de eso hay. Ser lo que se es, para Sandra, sigue no implicando tener una sexualidad disidente. Por lo menos, o sobre todo, cuando se refiere a ella. Es perturbador. En la serie heterogénea que arma el libro no falta mención a las sexualidades –queer o no– de lxs homenajeadxs. Tampoco referencias a sus muertes (sobre todo si estuvieron relacionadas con el VIH, las drogas o el alcohol). Sin embargo, en la introducción, donde la autora se ubica como una persona que rompió el molde, el único coqueteo con la diversidad del que se hace cargo tiene que ver con su infancia: parece que tenía amigas de todo tipo, “inglesitas, criollas, deportistas”. Y después, por supuesto, dedica varios párrafos a su popularidad y a su canto. No hay que quitarle mérito: fue, efectivamente, la primera mujer en llenar dos veces el estadio Obras. Aunque –también hay que decirlo– recién en 2013 aceptó cantar en la Marcha del Orgullo.

De los músicos que se mostraron –como cantaba Federico Moura, “Sin disfraz”–, Mihanovich lo elige a él y a Marilina Ross para dar cuerpo a la serie de la disidencia sexual. Ambos se merecen el reconocimiento: la Raulito —que escribió “Puerto Pollensa” a una amante que, según el rumor, era la escritora feminista Susana Torres Molina— y el bellísimo pelilargo de Virus que, contoneándose, cantaba: “Vuelve el deseo y la ansiedad de este cuerpo, mi boca quiere pronunciar el silencio”. Y es que ambos vivieron e hicieron frente a esa época en que, como alguna vez sostuvo Marta Dillon, ciertas canciones funcionaban como contraseñas y sus letras más que escucharse se interpretaban. En esta línea, bien podrían haber tenido un lugar en el libro Celeste Carballo, primera figura de la cultura, después de Fuskova, en hablar públicamente sobre su lesbianismo (Imagen de radio, 1990), o quizás el andrógino Miguel Abuelo.

En realidad, la coyuntura que ofreció la década de la post-dictadura presentó instancias paradigmáticas para pensar los modos en que el reclamo de derechos humanos y civiles, como principio de formulación de identidad, se cruza con el imperativo de la tematización o definición de “lo homosexual”. Cómo olvidar la mítica frase de Prodan en pleno Rock in Bali (1987): “Ahora viene la banda de los putos (por Virus)” o la sugerente tapa del último disco que grabó Federico: Superficies de placer. También está la anécdota sobre una Fiesta de la Primavera en el camping municipal de Plottier (1986) en la que, ante la provocación de la audiencia, Miguel Abuelo salió vestido con ropa de mujer. De cualquier modo, Sandra prefirió focalizar en los muy reconocidos Palito Ortega, Luca Prodan, Luis Alberto Spinetta y Charly García. No hay que discriminar, es cierto. Finalmente sobre gustos no hay nada escrito o, por lo menos, eso asegura el saber popular.

En beneficio de la autora, hay que decir que no faltan iconos de nuestra tribu. Néstor Perlongher, gran poeta y sociólogo que del deseo homoerótico hizo bandera y poesía, que sexualizó la lengua y la historia y, frente a un incipiente neoliberalismo que abría las puertas al mercado gay, reafirmó la figura de la loca sudamericana. Esta impronta combativa cobró formas diferentes, aunque no necesariamente ajenas, en las figuras de Manuel Puig y Fernando Peña, también presentes en el libro. Y, por supuesto, no podían faltar dos de nuestras grandes madres: Alejandra Pizarnik, quien marcó a generaciones con sus poemas desgarrados y sus pasiones oscuras, y María Elena Walsh, la escritora lesbiana que no sólo acunó y acuna a nuestrxs niñxs, sino que hizo de la ambigüedad una forma estética y un estilo de vida. En una metáfora que señala hacia todas las dictaduras que nos oprimen, Walsh cantaba: “Tantas veces me borraron, tantas desaparecí, a mi propio entierro fui, sola y llorando. Hice un nudo en el pañuelo, pero me olvidé después que no era la única vez, y volví cantando”. De esta compilación, esas vidas son las que provocan: las que reaparecen en nuestra historia resistiendo, dándole cuerpo a lo imposible.

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Imagen: Alejandra Lopez
 
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