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Viernes, 27 de marzo de 2015

Apuntes de vida

Una de las últimas entrevistas que dio Effy Beth y que contribuyen no sólo a su recuerdo, ahora que se cumple un año de su muerte, sino a comprender una obra que iniciaba con sus 25 años, como artivista.

 Por Matías Máximo

¿Qué forma de expresión artística preferís?

–Para mí existen dos formas de arte: las representativas y las que no lo son. Obviamente tengo más interés en formar parte del segundo grupo, al que mayormente no se lo considera arte. Del primero, me atrae el cine. Del segundo, el arte conceptual, que hace uso de cualquier disciplina representativa con un fin no meramente representativo, como por ejemplo las foto-performances. Un ejemplo es un trabajo reciente llamado Lesbians in Love Bed, donde me muestro compartiendo mi cama con mi pareja de aquel momento. Intervenimos la foto intercambiando nuestra genitalidad. Ella tenía mi pene, yo su vagina. Sin embargo, mediante el título y otras elecciones –como un pene flácido y un consolador–, nos proclamábamos lesbianas: esto es un claro ejemplo de arte queer.

¿Creés que las teorías queer demandan poner el cuerpo?

–No, creo que las teorías queer demandan poner la mente. Hay personas heterosexuales con una vida “heteronormativa” que son muchísimo más queer que lesbianas, gays y trans que tienen prácticas corporales queer, pero discursos y formas de codificar el mundo totalmente cerrados. Claude Cahun hacía fotoperformance donde mostraba su androginia. En parte era una mujer que optó por adquirir una identidad masculina para recibir buen trato por el mundo del arte, dominado por los hombres heterosexuales.

¿Cuáles son las características del arte queer según Effy?

–Creo que se puede hablar de arte queer cuando su finalidad problematiza el discurso hegemónico que rige en un tiempo y espacio específico. Una obra de teatro que acerca de manera popular un tema tabú puede considerarse queer. Como así también un proyecto conceptual como lo fueron mis menstruaciones ficticias, donde no usé pintura sino que me extraje medio litro de sangre como una absurda deuda social, más cerca de ser una denuncia sobre las exigencias culturales de lo que significa ser una mujer en la sociedad en la cual viví un tratamiento de reemplazo hormonal. Una obra de teatro sobre una pareja compuesta por dos varones homosexuales no es necesariamente queer en su contenido.

¿Vivís la sexualidad como una militancia?

–No milito, soy apartidista y aun siendo feminista soy independiente. A militar lo asocio con uniformes, un mismo discurso, un solo pensamiento cerrado y colectivo. Soy activista, nunca militante. Nunca estoy conforme con mi discurso. Mi sexualidad seguramente está muy relacionada con mi compromiso activista, pero como una herramienta, no como una finalidad. En este último tiempo mis luchas han estado relacionadas con la despenalización del aborto y con la genuina igualdad de género, entendiendo que los hombres son igual de víctimas que las mujeres del machismo. Yo no puedo quedar embarazada, ni tampoco soy hombre como para que mi causa principal sea el reconocimiento del hombre como víctima del machismo, sin embargo mi lucha y mi compromiso social tienen que ver con algo que va más allá de mi cuerpo.

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