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Viernes, 27 de marzo de 2015

MEMORIAS

La Patria es de los otros

La Guerra de la Triple Alianza, la reconstrucción heteropatriarcal del Paraguay y la matria que nunca fue.

 Por Rocco Carbone*

La historia política del Paraguay es un entramado tupido de hombres contrabandeados como héroes. En este sentido, es sintomático el Panteón Nacional de los Héroes, que está en plena Asunción y enfatiza la importancia de las figuras masculinas en la historia de la patria, que es la historia patria, la patria –patría–, terreno de la historia: terreno hecho historia. Héroes: antes de Solano López y después de Bernardino Caballero, llegando a Cartes. A contrapelo de ese entramado, propongo un ejercicio de imaginación, a 150 años de la guerra contra la Triple Alianza o Guerra Guasú (1865-1870). Que imagine la situación de Paraguay en la inmediata posguerra desde un punto de vista genérico. Sobre el filo de 1870, Paraguay es una nación destruida, país de mujeres pero no de las mujeres (distinción sutil, pero decisiva). Frente a esto, la pregunta: ¿por qué en un país de mujeres, que habían participado en la guerra y que luego se encargarán de reconstruir (parir) el nuevo Paraguay, el poder siguió en manos de los hombres? ¿Por qué el Estado sigue siendo un dispositivo heteropatriarcal? ¿Por qué lo que venía siendo una patria no supo transformarse en matria? Ya que la guerra es lo que hace cambiar de sitio las cosas.

En la posguerra guasú, la condición femenina siguió articulando una posición subalterna respecto del hombre, pese a una situación novedosa: la población masculina había sido raleada por el conflicto bélico. Esas mujeres, en situación de mayoría, son extranjeras en su país. Y una reflexión sobre esas mujeres implica, entre otras cosas, delimitaciones precisas entre ámbitos. Entre lo familiar y lo no familiar, entre lo extranjero y lo que extranjero no es, entre lo ciudadano y lo no ciudadano, entre lo privado y lo público, entre el derecho privado y el derecho público. Y quién puede ejercer/ocupar esas posiciones dentro del orden social. Interrogarse sobre la condición de extranjeras de esas mujeres es interrogar una frontera entre el acceso al poder y su negación, entre el espacio político y el lugar propio, individual o familiar, entre lo secreto y lo fenoménico. Esas mujeres se sustrajeron a la fenomenalidad pública, estatal. Las mujeres paraguayas de posguerra oponen una reacción (auto)privativa respecto del poder y por ende respecto del país. Eso implica no fundar una matria. La ley de reconstrucción de Paraguay por parte de las mujeres sobrevivientes es paradójica: pone en colusión reconstrucción y poder.

Las mujeres del Paraguay de posguerra sitúan el poder masculino por encima del propio. Paraguay es necesidad y deseo: masculinos. El poder del heteropatriarcado es dictado por esas mujeres como una ley por encima de todas las demás. Y por el revés, esas mismas mujeres postulan su poder como utópico, ilusorio. Esas mujeres se implican en la reconstrucción y se excluyen del poder en un momento histórico excepcional. Postulan una ley genérica. Y de esa ley son responsables y víctimas. Ley que de alguna manera es recogida por la Constitución del ’70. Entre otras cosas, instituía la incorporación de las libertades civiles y el sufragio. Pero no universal. Ni mujeres ni indígenas tenían derecho al voto.

Declinar esa posibilidad de imaginar y por lo tanto construir una matria –no tanto antiheteropatriarcal como desviada de lo heteropatriarcal, las posibilidades parecen infinitas– es marcar un destino genérico para Paraguay. Que no queda relegado al post 1870, sino que impacta en las construcciones de la masculinidad y la feminidad, y en las combinaciones posibles entre esos dos paradigmas hoy. Esa ley fija un destino: anulando el derecho de las mujeres a empoderarse se lo anula también para la descendencia. Desde la posguerra se condena esa patria, resultado de un momento excepcional en la historia –la “tragedia” de una tierra (casi) sin hombres– a la normada existencia heteropatriarcal. Se configura una realidad de mujeres abnegadas, trabajadoras, pero sobre todo expropiadas. Del fruto de su labor por sus hijos, padres, maridos, hermanos. Madres de varones que se insertarán sin dificultades en la retahíla de abusos de género, de mujeres silentes, gauchitas, hechas para soportar penas. “Pena” que es a la vez tristeza, castigo y trabajo. ¿Hay una forma más generosa y terrible del don?

De la posguerra guasú nace el Paraguay actual, un país en el cual la mujer habita una extranjería constante. Las mujeres paraguayas, a su pesar, se hacen cargo –en el doble sentido de que cargan con y son deudoras– del legado de Mme. Lynch. Extranjeras en su país, no tanto despojadas de poder como del derecho a tenerlo. Mayoría minorizada, hasta tanto no veamos hecho política –y más que política, porque justamente se juega algo político y algo cultural– un slogan de campaña, por ejemplo, de Kuña Pyrenda: “Somos la mitad del país, queremos la mitad del poder”.

* Profesor de la Universidad Nacional de General Sarmiento/Conicet.

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Imagen: Claus Henning
 
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