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Viernes, 8 de mayo de 2015

ARTE

Lo que queda de Marina

El fenómeno Marina Abramovic se queda mientras ella, la mismísima, debe estar en algún cuarto de hotel de otro continente. A la luz de su retirada quedan en primer plano los gajes del arte contemporáneo en torno de la mercantilización, la lógica mainstream y los límites entre obra, ideología y artista. Deja también una experiencia inefable.

 Por Magdalena De Santo

El workshop. Marina Abramovic es una más, disuelta entra las trescientas personas con la presencia de no estrella. Con aislantes de sonido en las orejas, la experiencia es de una introspección profunda. Unas cartulinas para mirar, unas tarimas para subir, unas camitas cual tienda de guerra con frazadas jaspeadas para recostarse, un espacio para caminar cinco veces lento y mesas para separar la lenteja del arroz. Eso está todo junto en el espacio, no hay circuito, está todo y todos juntos. Marina por ahí anda. Toda expectativa fan se clausura porque nadie puede tener ni cámara ni celular ni reloj. La ansiedad se disipa, invita a la demora. Como buena perfo se borran las dicotomías espectador-artista, museo-calle. El habla común es el pestañeo, una tomada de mano o la sonrisa. Es un estar continuo y abyecto. Una risotada al tiempo hiperproductivo y taylorista. No hay mensaje. Hay suceso. “Ustedes nos dan su tiempo; nosotros, la experiencia”, dijo Marina en la conferencia de apertura de la Bienal de Performance 2015.

El suceso. Sin embargo, el episodio de Abramovic en Argentina es mucho más que la experiencia concreta. Su presencia actualizó las tramas enredadas que vive el arte contemporáneo en tiempos de capitalismo cognitivo: la banalización del ídolo, la fusión del arte con el consumo de masas (el Método Abramovic está sponsoreado por corporaciones y Lady Gaga lo lleva como estandarte), la difícil separación entre la obra y las declaraciones del artista (se declaró no feminista pero su histórica obra es personal, política y el cuerpo, su campo de batalla y resistencia), y la potencia transformadora de la subjetividad cuando la propuesta meditativa linda con el New Age.

Mutación. Es indudable que la abuelita del performance en sus 40 años de trayectoria mutó sus indagaciones performáticas. Si trazamos un posible arco, parece que va desde la exposición de un cuerpo individual a que el cuerpo comunitario (el público) sea la obra. A comienzos de los ’70 la artista se exponía a un puñado de personas para reconvertir su propio dolor y agotamiento en ritual: horas de peinarse con vehemencia porque el “arte es bello”, horas de liberar el cuerpo desnudo al son de un tambor con la cara encapuchada, un corte en su abdomen serbio en forma de estrella sangrante, un arrojarse al medio del fuego. Luego vino la época con Ulay y su cuerpo ya no sólo era el propio sino uno y dos con el amante. Vinieron otros trabajos: horas de cagarse a gritos, 17 minutos de un “beso” asfixiante que termina en desmayo, el arco que la amenaza con la flecha y así, hasta que ya en los albores de los ’80 la ruina de los amantes los llevó a la emblemática obra: una caminata de tres meses por la Muralla China hasta encontrarse y seguir para no estar juntos nunca más. Abramovic siguió haciendo de las suyas hasta que con 50 pirulos, según ella misma comentó en la conferencia que impartió un día antes del workshop, llegó el premio León de Oro y de ahí en más la escalada mundial y la consagración mainstream de la performance. El Guggenheim y el MOMA fueron los museos que protegieron su arte y ella por tres meses se la pasó viendo la miseria desconocida a los ojos. La potencia de esta obra hiperconocida (más de un millón de personas vieron el documental premiado The Artist Is Present) es que exponía al/a visitante “a sí mismx”, pues afuera sólo estaban las cámaras, el público y la interpelación visual de la icono sentada.

El unomisma. Y aquí viene lo que puede verse como lo más interesante de los debates que produjo su llegada a Bs. As.: el Método Abramovic –promovido por la organización sin fines de lucro Marina Abramovic Institut– ¿es una exaltación de la subjetividad neoliberal? ¿Marina se ha convertido en una hechicera mandala que encuentra remanso en la propia subjetividad? ¿Acaso su obra actual asienta las raíces del “uno mismo” tal como los líderes espirituales para tragar monedas a nivel planetario? En efecto, el artista Emilio García Wehbi disparó: “Se parece bastante al del gurú del PRO Sri Sri Ravi Shankar, mezcla de budismo new age con desmedidas ‘buenas intenciones hacia la humanidad’”. En la conferencia le preguntaron ¿qué diferencia hay entre el Método Abramovic y la meditación? Y la mujer de piel lozana contestó “el contexto”. Hoy los museos son fábricas semióticas de rentabilidad y sus obras, los performers, sujetos precarizados. Paradójicamente, el workshop de Abramovic tuvo entrada gratuita y libre, y el espacio fue la ex estación eléctrica en la que hoy funciona el Centro de Experimentación Artística y la gestión, de la Unsam. La experiencia fue individual –es cierto, fue un viaje a las raíces del yo liberado de las contaminaciones modernotecnológicas– pero también fuertemente comunitaria y de convivencia armónica. Aunque al día siguiente seguí siendo una torta performer monotributista que tiene como muralla china a la cajera del supermercado.

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Imagen: marco anelli
 
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