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Viernes, 15 de mayo de 2015

Relato no hay uno solo

 Por Lohana Berkins

Este momento, en el que se cumplen tres años de la aprobación de la Ley de Identidad de Género, es una muy buena excusa para analizar tanto el avance del marco legal que trajo la ley como también el impacto que ha tenido y continúa teniendo el reconocimiento de nuestras identidades. Muchos marcos jurídicos se ven interpelados. Es interesante ver cómo se reacciona ante este avance, no sólo cómo reaccionamos las beneficiarias directas, que somos nosotras, sino el resto de la sociedad: muchos lugares se están “contaminando” con la otredad en primera persona. Sabemos que los efectos de esta transformación tienen un piso muy alto, pero aún no sabemos dónde está el techo. Otra arista para abordar el tema es ver qué pasa en el imaginario social. ¿Cuáles son hoy las excusas para justificar discriminaciones, violencias, segregaciones?

Así las cosas, lo que ha pasado con la participación en Gran Hermano de Valeria Licciardi, que es maravillosa y tiene todo derecho a participar ahí, es una gran confusión generada por el periodismo para poner a circular la idea de que “el canal es amplio y está generando derechos”. Y no, no está generando ningún derecho, sino que está generando una plusvalía al presentar a Valeria dentro del campo de la anormalidad. Pero lo que más me ha llamado la atención del suceso es el debate que se ha producido entre nosotras mismas, sobre todo en redes sociales. Valeria contó su historia, o parte de ella. Dijo también que su padre la había apoyado, que la acompañó. Muchas compañeras no se identificaron con esa historia. No todas nosotras hemos sido atravesadas por la misma cultura ni las mismas realidades. ¿Pero por qué el reclamo de unicidad en nuestras definiciones? Universalizamos un discurso correcto. El relato de Valeria puede ser distinto del mío y yo tengo todo el derecho a no compartirlo. Si ella sostuviera un discurso que agradara a la mayoría, seguro la consagraríamos como heroína. Pero como dice cosas que nos disgustan, en vez de preguntarnos por qué nos violentan, la agredimos. No entiendo la necesidad de homogeneidad y de relato único en la construcción de nuestras realidades. Cada una la construye con las herramientas simbólicas y económicas que tiene. Buscar el relato único obtura la posibilidad de un real debate sobre, por ejemplo, nuestra sexualidad, nuestros cuerpos, nuestro posicionamiento en la vida. Así como algunas dicen “somos mujeres tras” y otras decimos que somos “orgullosamente travestis”, una identidad no va en detrimento de la otra. La construcción de nuestra identidad ha tenido siempre dos pilares, el discurso de grandes pensadores gays y el discurso feminista, pero muy pocas veces hemos sido nosotras las que cuentan su historia. ¿Cuándo seremos nosotras las que encaremos esos relatos, incluso con las tensiones y diferencias que eso implica?

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