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Viernes, 12 de junio de 2015

FEOS, SUCIOS Y MORBOS

El Circo del Horror es el primer espectáculo que combina destrezas corporales insólitas y horror en Argentina. Cuerpos intervenidos, orgullo freak, deseos carnales, sangre, adrenalina y terror catártico son algunos de los elementos que reúne este show de fenómenos y sus feroces números vivos. SOY entrevistó a su creador y director, Matías Madueña, también conocido como el Payaso Mate, el dueño del circo que, a fuerza de proezas extremas, combate la normalidad en todas sus variantes y aspira teñir Buenos Aires de rojo sangre.

 Por Alejandro Dramis

“Manifestar nuestro retorcimiento, turbiedad y enfermedad para convertirla en arte.” Cortita y al pie se repite una de las frases que promocionan este show del horror, que en combinación con la bienvenida al espectáculo deja clara la idea de lo que se irá revelando una vez adentro: “Bienvenidos a nuestro jardín de los suplicios, en donde se conjugan el placer y el dolor”. Cada nueva función suma a un gran número de espectadorxs ansiosxs, que hacen largas filas en la puerta de los teatros en donde se presentan para ser horrorizados, shockeados e impresionados por las pruebas extremas y la brutalidad a la que se someten los artistas de este circo, fundado en 2013 y consolidado el año pasado. Con un imaginario circense muy distinto del conocido hasta entonces en el país, los freaks irrumpen en escena para someter las salas llenas bajo las redes del masoquismo. “El Payaso Mate”, “El Hombre sin huesos”, “El Capitán Suicida”, “Lucifer Liricus”, “La Dama de los cabellos de acero”, “Marcelo PocaVida” o “Ruby Fair”, acompañadxs por el horror punk de Ermitaños, son algunos de los 25 artistas que suben al escenario para darle vida al show más literalmente monstruoso que se conoce hasta ahora en el país.

¿Cómo surge la idea de hacer un Circo del Horror?

—De la idea que yo tenía con respecto al circo, que tenía que ver con monstruos y faquires, con artistas que arriesgan su vida en escena. Había visto una película de los años ’60 que se llama The Circus of Horror, muy famosa, y de ahí surgió el nombre. El año pasado hicimos el estreno y fue una sorpresa, porque el teatro se llenó y quedó mucha gente afuera. Fue una locura. Parecía que había una demanda muy grande del público por este tipo de shows, porque el horror surge en momentos muy especiales. En pleno momento de opio futbolístico sale un circo así que convoca a muchísimas personas, y parece que la gente necesita un espectáculo de emociones fuertes, de donde en cierta forma sale como purgada. A mí me gusta mucho un circo que se llama “The Hellzapoppin Circus”, que es un sideshow. Un sideshow es un tipo de circo que se conecta con el freak show, y el freak show es un espectáculo de deformidades genéticas. En el sideshow se pone a prueba a los seres humanos, levantando cosas muy pesadas con distintas partes del cuerpo, con los ojos, las orejas, los pezones, y también se incluye el faquirismo, la cama de clavos, las espadas y otro tipo de instrumentos similares. Estaba siendo bastante fanático de los circos defenestrados, circos tipo “freakshows” de afuera y me parecía que acá no había algo así.

El diablo en el cuerpo

En sus orígenes, el Carnaval era conocido como una “festividad del diablo”, y en su nombre persiste el pasado encubierto en uno de los sinónimos con el que también se lo identifica a Satanás: “Baal”, a quien se le ofrecía la carne como ritual y símbolo de devoción. El Carnaval era una celebración orgiástica, en donde abundaba el sexo libre, la sensualidad, el consumo de sustancias alucinógenas y otro tipo de estimulantes corporales y mentales con el objetivo de romper con la cotidianidad normativizada de quienes participaban del ritual y, a su vez, dar rienda suelta a los deseos más ocultos, carnales y ambiciosos.

¿Por qué identifican al circo como un “Carnaval de fenómenos”?

—La idea surge de tomar el Carnaval como la fiesta del diablo, donde uno puede hacer lo que quiera sin restricciones. Ya el nombre “Carnaval de los fenómenos” es muy sugerente, si lo ves en el afiche del show, te das cuenta en seguida de qué va: un grupo de freaks haciendo un quilombo terrible (risas). También está planteado desde nuestro lugar como compañía, porque somos un grupo numeroso, y el Carnaval da esa idea de mucha gente haciendo cosas, mucha gente teniendo sexo, mucha gente enfiestándose. El Carnaval era eso, y la palabra misma viene de “carne”, el espectáculo de la carne, que transcurría en las ferias. Es algo sucio.

¿Y en ese terreno se combina la sexualidad con lo freak?

—Nosotros somos un grupo de personas sexualmente libres y no tenemos ningún tipo de tapujos ni vergüenza, y lo mostramos. Tenemos otro espectáculo que es exclusivamente para mayores de edad, en donde no se puede entrar con cámaras ni sacar fotos, que se llama “XXX Extreme Blood Show”, en el cual expresamos más nuestra libido, nuestras fantasías. Es un espectáculo hecho por perversos para perversos, donde se juega explícitamente con el sexo y la sangre, que van muy de la mano. Creo que es un show que va en busca de la liberación sexual, que va en contra de los prejuicios, y estamos muy felices de armar un tipo de espectáculo que para mí, sin lugar a dudas, va a abrir una escena, tal como lo hizo el Circo del Horror, que abrió una puerta en donde se están metiendo muchas compañías, y eso es muy importante, porque se abrió una posibilidad que estaba cerrada.

¿Por dónde se conectan el morbo y el deseo con el horror y la sangre?

—El horror es una liberación. Creo que el sexo es violento. Tenemos un número que es una escena en la que intentamos recrear a una pareja teniendo sexo, donde ella está desnuda y yo le voy clavando agujas con plumas. Cuando se involucra todo tu cuerpo, toda tu persona, el sexo es liberador. Y me parece que el horror, al generar tanta tensión en el cuerpo, actúa de una manera similar, como llegar al final de una película o al final de este espectáculo. Se conecta con la sensación de placer, te da libertad.

Que otrxs sean lo normal

Freaks (1932) es un film de culto estadounidense dirigido por Tod Browning, quien ya había alcanzado el éxito el año anterior con su clásica Drácula, protagonizada por el inigualable Bela Lugosi, en la cual la virginidad, el vampirismo y el erotismo del fluir sanguíneo conformaban un combo polémico y explosivo para la época. Freaks fue un fracaso económico y de taquilla, y durante mucho tiempo su proyección estuvo prohibida en varios países por considerarse “aberrante”, quedando prácticamente olvidada hasta los años ’60, recuperada en el Festival de Cine de Venecia. Las razones de su censura venían no sólo por el contenido del film, sino también desde su título: “freaks” sugería seres anómalos, fenómenos, la exposición de lo antinormal, de lo transgresor, de los cuerpos deformados y sus deseos carnales brutalmente disidentes. El orgullo freak de personajes deformes se manifestaba abiertamente en la pantalla contra la normatividad corporal y estética del cine hollywoodense y su regulativo star-system. Desde entonces, gracias a la película de Browning se utiliza el término “freak” para dar a entender la disidencia que orgullosamente se erige contra la normalidad social y corporal.

¿Hay en el Circo del Horror una reivindicación de lo “anormal”?

—Lo que viene a hacer el Circo del Horror es romper con los esquemas. No hay planteada una política de la disidencia, pero sí un claro combate contra la normalidad. Es un show antinormal. Y lo que para mí es un logro increíble es que nos estén dando bola, que hoy en día un espectáculo de estas características tenga una pantalla gigante de led frente al Obelisco me parece un avance enorme, o que esté toda la avenida Rivadavia llena de afiches mostrando algo que no es “normal”, que se propone salir de la normalidad y que a un pensamiento un poquito “correcto” seguro no le va a gustar.

¿Cuál es esa normalidad contra la que el Circo se levanta?

—Yo no estoy de acuerdo con la cultura que nos ofrecen, desde todos lados. Porque me parece que no moviliza al público, que es algo solamente atractivo, lindo, cuadradito, que engloba... Antes, cuando alguien no tenía laburo, se iba a ganar la vida al circo. No sé en qué momento el circo se volvió tan hermoso. Somos artistas callejeros, desde el primer lugar que tengo que armar un espectáculo es desde el estómago. Nosotros nos tapamos las caras, usamos máscaras en el escenario, pero lo que verdaderamente hacemos tapándonos es mostrar lo que realmente somos. Y tenemos esa cosa visceral que es muy representativa del lugar de donde venimos. Hicimos esto que es un ataque de monstruos y es esta cosa inconforme que tenemos desde nuestra adolescencia.

¿Fue difícil poner un show así en un teatro?

—Cuando empecé a armar el circo y buscaba un lugar para hacerlo me cerraban la puerta enseguida, porque me decían que era muy violento y agresivo. Violento es el mundo. Hoy en día se muere una persona y prendés la tele y es una noticia normal, corriente. Eso es una locura. A mí me parecía que era todo muy careta.

La escena del crimen

El Grand Guignol fue un teatro del bajo mundo parisino fundado y dirigido por Oscar Méténier, que funcionó entre 1897 y 1962 y se especializaba en shows de horror naturalista. Los números cortos de entre seis o siete variedades de vodevil que se ofrecían por noche a sala llena eran piezas de representaciones extremas, sangrientas, sumando técnicas de hipnosis, desfiguramientos, recreaciones de crímenes brutales, violaciones, orgías, sexo explícito, desnudez, intervenciones corporales y otros números que conformaban una corrosión de lo normal que no podía encontrarse en los escenarios glamorosos de la Belle Epoque. A pesar de cerrarse en los años sesenta, sus puertas continuaron simbólicamente abiertas para las muchas manifestaciones artísticas disidentes de la posteridad, que encontraron allí su meca porque, tal como el músico John Zorn dijera en un disco dedicado al teatro y bautizado con el mismo nombre, el Grand Guignol representaba “el lado más oscuro de nuestra existencia, que siempre está junto a nosotros y que siempre lo estará”. Entre su legado figura el propio nombre del teatro, que se utiliza como un sinónimo de expresiones artísticas que exponen un tipo de horror amoral, una ficción políticamente incorrecta que mezcla la realidad con la representación escénica y busca las emociones desmedidas.

¿Cómo es la reacción del público durante el show?

—El público está muy activo y no corre ningún riesgo, sino que disfruta mucho. Hay momentos del espectáculo en los que lo que se ve es impresionante, porque todo lo que ocurre en el circo es real, y la vida del artista está en peligro en un montón de números, sobre todo en los de altura y en otros números fuertes, como el de La Dama de los Cabellos de Acero, que es de suspensión desde los cabellos, de fuerza capilar, o con los ganchos que atraviesan los cuerpos y las agujas del faquir, que son reales. Después hay otra parte del show, que nosotros la remitimos al teatro parisino el Grand Guignol, en donde se recrean escenas de violencia física extrema, en donde mezclamos el cine con el arte escénico y con el circo.

¿Cómo se juega en escena el dolor, la intervención y la exposición extrema de los cuerpos?

—Yo creo que del dolor a la felicidad hay una línea muy delgada, y en el medio interviene la adrenalina. El Circo del Horror es la primera compañía en utilizar suspensiones corporales dentro de un espectáculo de arte escénico. Las suspensiones corporales son unos ganchos que atraviesan la carne del cuerpo, que con una polea se suspende a la persona y vuela conectada con esos ganchos. Eso se usaba en el mundo del tatuaje, se veía en las convenciones de tattoo, pero sin el armado propio que tiene que tener mínimamente un espectáculo. También tenemos una faquir mendocina, Ruby Fair, que es pionera del sideshow en Mendoza, que tiene una imagen muy fuerte, el pelo rojo muy largo, la piel muy blanca, es muy vampírica y hace un número de pirofagia de muy buen nivel. Se pasa fuego por todo el cuerpo y apaga las antorchas con la boca y está acompañada por un cantante lírico, que es Lucifer Liricus. Ella representa la sensualidad que existe en el infierno, otro costado de este imaginario que tenemos nosotros.

¿Qué se lleva el público una vez que el circo cierra sus puertas?

—La gente paga su entrada para impresionarse, gritar, aplaudir, horrorizarse, sentir miedo. Tenemos muchas devoluciones del público, y lo que más leemos en los mensajes es que la pasaron muy bien, que estaban esperando algo así. El primero que hizo horror en vivo acá fue Natán Solans en los ’70. Marcelo PocaVida es una leyenda del punk y una de las personas que más sabe de horror. Creo que el Circo del Horror es una gran unión, que crea una imagen auténtica y eso es palpable para los espectadores. Lo que se van a llevar, que es lo que yo siempre le pido a un espectáculo, es la autenticidad. Queremos rescatar el trabajo colectivo, el verdadero espíritu del circo. El único equipo grande que conozco como el Circo del Horror es el circo del Borda. Me parece que los dos circos más locos de la Argentina tendrían que juntarse y hacer algo.

El Circo del Horror se presenta este viernes 12 a las 22 en el ND Teatro, Paraguay 918.

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DR. ESPELUZNANTE
Imagen: Sebastián Freire
 
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