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Viernes, 19 de junio de 2015

LIBRO

Audaz, se eleva

Avión, una novela autobiográfica de Eduardo Muslip donde la tensión erótica entre el narrador y un extraño pasajero no se desvanece en el aire.

 Por Walter Romero

Eduardo Muslip parece siempre sedado. Y crea, en sus obras, coágulos de realidad que, más allá de ese estudiado distanciamiento, admiten un grado de auscultación y cercanía con aquello que pasa que siempre atemoriza. El narrador puede volverse “invisible” y dedicarse, entonces, a mucho más que un mero “observar”. La proximidad de su mirada (apartada pero depredadora) vuelve a este relato casi postporno. O como un porno que resexualiza espacios y sujetos, libera de veras la perversión y rompe con los convencionalismos. El amor en un avión es mucho más que coger en la cabina, así como el cruising bar es mucho más que un posible gabinete de curiosidades con glory hole y dvd siempre “encendido”. Más allá de someternos a las propias lucubraciones de su imaginería, cuando ese narrador –medio drogado o con la lucidez de un narcotizado– arremete con el objeto, parecería que somos nosotros, los lectores, los que en segundos, y casi sin darnos cuenta, tenemos ya “el miembro en la cara”.

Su nueva novela, Avión (Blatt & Ríos) –acaso la más autobiográfica de una sólida y meditada obra– se desata a partir de una erección. En la cola de espera al abordaje del “aparato”, el narrador pone en la mira a un pelirrojo cuyas “delgadas líneas rojas en la trama de la camisa” parecen decirlo todo de él: “Su mirada se cruza con la mía, tiene ojos negros, el contacto visual se mantiene. Se mantiene un larguísimo segundo. Tengo una erección. Me la indica la presión del vaquero. La erección es una respuesta rápida a una excitación de la que soy consciente recién después. La excitación y la erección sobresaltan el ritmo de mis pensamientos”.

Avión es el pretexto para narrar un viaje de regreso, un nostos desde Estados Unidos a Baires, con la tensión latente de qué pasará entre el narrador y el Colorado; una atracción bizarra, hot y letal de dos hombres en la oscuridad de ese no lugar que es un avión –felizmente semivacío– que los encuentra, a muy corta distancia, en manos de un deseo siempre suspendido. La deriva no sólo se pondrá a describir ese objeto del todo circunstancial; en verdad, la ilusión escópica y desatada –de la que el narrador nos hará copartícipes– nos llevará a un amasijo de suposiciones o alucinaciones sobre la pilosidad toda de ese objeto “cazado”, sus zonas más erógenas o adónde desembocará esa gota perdida del sudor que producen la espera, la tensión de un inmóvil dragueo o el acarreo forzudo de las valijas que pueden volverse también el puerto de una inmediata e inesperada erótica.

Toda la novela parece el apretujarse del bulto en el pantalón en la butaca estrecha de la “clase turista”. Y Muslip vuelve transparente a ese joven Colorado con quien sólo un cruce de miradas es suficiente para generar este thriller homo y etéreo. Love is in the air.

Sin el loquerío de Los amantes pasajeros, con mucho de El lenguaje secreto de las grúas de David Leavitt, y con un velado homenaje al cuento de Gabo “El avión de la bella durmiente”, las 137 páginas que se leen sin escalas son la minuciosa construcción de una espera para que esa erección se repita y el “accidente” ocurra.

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