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Viernes, 31 de octubre de 2008

¿Quien era Harvey Milk?

La vida y la muerte de Harvey Milk, el primer funcionario público abiertamente gay de los Estados Unidos, se ha convertido en una de las historias más esperadas de Hollywood para este año. La versión de Gus van Sant interpretada por Sean Penn se estrena en estos días en Estados Unidos. A 30 años de su muerte, “el caso Milk” sigue expresando una metáfora de la experiencia homosexual en muchos lugares de este planeta.

 Por Mariana Enriquez

Hay eventos que por su impacto cultural, por su enorme significado, trascienden las meras consecuencias y se convierten en signos de un cambio de época. El asesinato de Harvey Milk fue un hecho así, y su extraño “olvido” después de apenas treinta años también revela que ese 1978 en San Francisco fue un momento bisagra, la puerta al neoconservadurismo de Ronald Reagan, al nacimiento de la Mayoría Moral que, para colmo, iría acompañado de la epidemia del sida. En 1984, el director Rob Epstein dirigió The Times of Harvey Milk, un documental extraordinario que ganó el Oscar y se las arreglaba para mostrar al hombre, su época y las fuerzas que, si necesitan usar la violencia para mantener el estado de las cosas, lo harán sin dudarlo. Y este año, a 30 de su muerte, Gus van Sant estrena Milk (esta semana, con preestreno en San Francisco), su biopic sobre el “supervisor” (no es lo mismo, pero digamos que su trabajo era el de una especie de concejal) interpretado por Sean Penn, en el regreso del director de Mi mundo privado y Elephant a Hollywood. Es otro momento bisagra, de polarización, el mejor momento para intervenir políticamente con la historia del primer funcionario público abiertamente gay de los Estados Unidos.

El alcalde de Castro

Harvey Milk había nacido en 1930 en Long Island, hijo de una familia judía tradicional. Se unió a la marina, participó de la guerra de Corea y a fines de los años ‘50 era bastante exitoso como consultor para una firma que operaba en Wall Street. Sus primeros años no anticipaban, al menos en los papeles, cuál sería la dirección de su vida. Pero en los años ‘60, cuando ya estaba viviendo su sexualidad libremente, se dejó seducir por la contracultura. Abandonó su trabajo como hombre de negocios, y empezó a trabajar en Broadway. Milk vivía una alegre crisis: de joven conservador se convertía en hippie que participaba de todas las marchas contra la guerra de Vietnam y renunciaba a los empleos cuando los jefes le pedían que se cortara el pelo. A principios de los años ‘70 conoció a Scott Smith, y se enamoró. Juntos se mudaron a San Francisco, entonces casi el único centro gay de los Estados Unidos, y con apenas mil dólares de inversión abrió un negocio de venta y reparación de cámaras en Castro St. Fue allí donde Harvey Milk descubrió su verdadera vocación, y se lanzó con confianza y entusiasmo. Todos los testigos y biógrafos coinciden: Harvey Milk era puro desborde, involucraba a todo el barrio en sus acciones y en sus campañas, tenía el apoyo de las viejitas que lo adoraban, sabía manipular a la prensa, hacía escándalos si era necesario, logró seducir a los duros y viriles sindicatos, repartía panfletos él mismo, se instalaba en las esquinas a darle la mano a la gente y conversar.

El clima era apto para el activismo: durante toda la década del ‘60, venía trabajando en San Francisco la Society for Individual Rights que, para la época en que Harvey Milk llegó a la ciudad, estaba ocupada en detener la persecución policial a los hombres gays. Y había muchas organizaciones más: la ciudad hervía de politización y diversidad, no sólo en el barrio gay de Castro sino en los barrios negros y en muchos distritos donde vivían inmigrantes chinos, árabes, latinos.

El momento adecuado

En 1976, George Moscone fue elegido alcalde de San Francisco. En 1976, Moscone promovió un cambio en las elecciones de representantes: desde entonces se harían por distrito. Era la oportunidad de Milk, que se convirtió en el candidato natural del Distrito 5, obviamente en el que estaba incluido Castro. No era el único candidato a supervisor, claro: lo acompañaban nada menos que 17 y nueve de ellos eran gays. Ganó por el 30 por ciento sobre los otros candidatos y la noche de la victoria, cuentan las crónicas, se roció en champagne y se emborrachó, cosa que rara vez hacía. Poco después, ya como supervisor que tenía su propia oficina en el City Hall, le decía a un periodista: “Estoy en una posición increíble. El establishment muy blanco y muy poderoso tiene que lidiar conmigo”. Decía entonces Milk, que estaba enfrentado a la organización demócrata Alice B. Toklas Memorial Democratic Club, integrada por gays, por considerarla blanda: “No necesitamos liberales comprensivos, necesitamos gays que representen a gays. Yo represento al gay de la calle, al chico de 14 años que se escapó de San Antonio, Texas. Tenemos que recuperarnos de años de persecución. Le tenemos que dar esperanzas a ese chico de San Antonio. ¡Van a los bares porque en las iglesias los repudian! Necesitan esperanza, y también necesitan un pedazo de la torta”. Se eligieron otros supervisores ese año: una mujer negra, una madre soltera y feminista, y un hombre chino-estadounidense. El quinto supervisor, sin embargo, representaba al más rancio conservadurismo: era Dan White, ex policía y bombero. Milk y White entraron en una sorda guerra que terminaría de la peor manera.

Las dos primeras “ordenanzas” firmadas por Milk fueron: 1) prohibir la discriminación basada en la orientación sexual; 2) obligar a los ciudadanos a recoger la mierda de sus perros o serían multados. Enseguida se enfrentó a la Iniciativa Briggs, un caso parecido al de la Propuesta 8 que se vota ahora en California. John Briggs, senador por el estado, proponía que se mantuviera la discriminación por orientación sexual en cuanto a los maestros. Y agitó el fantasma de la pedofilia. Milk salió a enfrentarlo públicamente junto a la activista lesbiana Sally Gearhart. A fines de noviembre de 1978, la Iniciativa Briggs perdió las elecciones, y fue todo júbilo. Milk pronunció, en el Castro, su discurso más famoso: “Todos los gays deben salir del closet, por difícil que sea. Cuando se den cuenta de que somos realmente sus hijos, que estamos en todas partes, todas las mentiras y los mitos se acabarán para siempre”. Esa misma semana, el conservador enemigo político de Harvey Milk, Dan White, renunció.

El lunes negro

Pero White se arrepintió de su renuncia (dijo que la había presentado porque el sueldo era bajo, pero que había cambiado de opinión). El alcalde Moscone aparentemente no quiso aceptarlo de vuelta. La ciudad estaba conmocionada, y el horno no estaba para bollos: en Jonestown, Guyana, el reverendo Jim Jones había llevado a la muerte a 900 de sus seguidores en un suicidio masivo; la Iglesia de Jones tenía base en San Francisco. Dan White enloqueció: el 27 de noviembre de 1978 entró al City Hall por una ventana, con un arma y gran provisión de balas. Una vez dentro, le disparó al alcalde Moscone tres veces, en la cabeza; después fue hasta la oficina de Harvey Milk, y lo asesinó de cinco balazos. Milk tenía 48 años, y Moscone 49.

Esa noche, la ciudad vivió una vigilia de velas: 40 mil personas salieron a la calle y cubrieron Market Street. La conmoción ante tanta muerte era enorme. Sería mayor, y se convertiría en furia, cuando Dan White fuera llevado a juicio. Ya los policías de la ciudad apoyaban a su ex compañero usando, por la calle, como si nada, remeras que decían “Liberen a Dan White”. El jurado que se encargó del caso de White estaba integrado por ciudadanos blancos, católicos, de clase media: se buscaba con esta selección que tuviera un “juicio justo”. La sentencia fue escandalosa: recibió siete años (de los que cumpliría tan sólo cinco). Esa misma noche, un grupo de vecinos del Castro marchó hacia el City Hall, y por el camino se les unió más gente. Incendiaron autos policiales e intentaron incendiar el City Hall. Los disturbios duraron toda la noche, y los protagonizaron más de 3 mil personas. Dan White cumplió su breve condena, y se suicidó en su casa en 1985. Harvey Milk fue cremado y sus cenizas arrojadas a la bahía de San Francisco, aunque una pequeña parte se conserva bajo una baldosa de la vereda de su negocio de fotografía en el Castro. Su biógrafo Randy Shilts (autor de la investigación sobre los primeros años del sida Y la banda siguió tocando) escribió: “La inevitable injusticia de la sentencia para White es una metáfora de la experiencia homosexual en Estados Unidos”. La biografía de Shilts, The Mayor of Castro Street, es el texto que Van Sant usó como base para el guión de su película, que todavía no tiene estreno en la Argentina.

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Harvey Milk jura para ocupar su cargo como representante en San Francisco, luego de resultar electo, 1976.

Sean Penn como Harvey Milk en una escena de la película de Gus van Sant.
 
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