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Viernes, 17 de julio de 2015

NOTA DE TAPA III

Viaje a La Habana

 Por Diana Sacayán

Este año visité Cuba invitada a las VIII Jornadas contra la Homofobia y la Transfobia. Me impresionó encontrar en el Cenesex tantos especialistas tan bien preparados y tantas organizaciones, muchas de ellas muy críticas del gobierno. Más allá de esas diferencias, las organizaciones actúan detrás de objetivos comunes. Me alojé en la zona El Cerro, en la vieja Habana, con mala fama por su peligrosidad. Me paseó por allí Malu Cano, representante nacional de Red TransCuba. Las travestis en Cuba, como el resto de la población, viven con una fuerte limitación de recursos, vinculada con el bloqueo. Muchas de ellas sobreviven a través de la prostitución, como sucede en casi toda Latinoamérica. Son ellas el sostén de su familia, porque al prostituirse tienen acceso a la moneda de los turistas (CUC). Pude ver dos Cubas: una que pretende que el proceso revolucionario se profundice incorporando temas aún ríspidos (diversidad sexual, género), y otra más castrista, que frente a las personas lgbtti usa el discurso de lo antinatural. También están los que dicen que no se le puede pedir más al proceso revolucionario. La transfobia cubana existe y es muy extrema. Me han contado historias terribles. Por ejemplo, médicos que hacen cirugías de adecuación genital en los baños de los hospitales. Si bien existe la posibilidad legal de la reasignación sexual, el sistema no funciona bien, es tortuoso y lento acceder a la operación. Por eso algunos médicos han visto un negocio. Durante los cursos en que me invitaron a hablar sobre la experiencia de la Ley de Identidad de Género argentina, las chicas te miran extasiadas, ven a Argentina como paraíso travesti. Hay una diferencia grande entre las travestis argentinas y las cubanas. Estas últimas, aun sin nuestros avances, cuentan con una gran ventaja: tienen un nivel educativo maravilloso. Te discuten todo y de todo saben. Todas las travestis que conocí tenían el secundario completo. Algunas son castristas, otras no, otras anhelan otra vida en el Norte. Una ventaja más: hay una cultura de levante callejero para nada desdeñable. En medio de la plaza y a plena luz del día te podés llevar un pepillo (chongo) al hotel sin que nadie se escandalice.

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