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Viernes, 31 de octubre de 2008

SON

Qué mal se tevé

“¿Por qué dos chicas, y encima modelos, que estaban de novias con hombres, terminan en pareja?” Adivina, adivinadxr, ¿dónde pudo haberse escuchado esta pregunta con acento en “y encima modelos”? En la televisión, obvio, allí donde es un lugar común escuchar que un hombre homosexual es alguien a quien se le quiebra la muñeca y donde se da por supuesto que las lesbianas son chicas que se toquetean para disparar los “ratones” —otra palabra amada por el medio— de los muchachos; o bien son señoras bigotudas que no han tenido la suerte de contar con la mirada masculina a su favor. El autor de la pregunta, esta vez, fue el nunca suficientemente ponderado Chiche Gelblung frente a Julieta Gómez e Ivana Brodosky, dos jóvenes que le contaron al periodista sobre el placer de dormir cucharita y de los muchos orgasmos conseguidos “de casualidad” en su primera relación sexual. “El hombre ha perdido mucho tacto”, contestó la feliz pareja a la pregunta del principio, como para que no queden dudas y Chiche, contento de tener en su piso a las primeras en “salir y decir ‘estamos juntas’”, porque habrá habido otras, pero no como ellas, “lesbianas divertidas y no caracúlicas como las que acostumbro a ver”. Chiche dixit.

La escena podría haber pasado inadvertida pero da la casualidad de que en la misma semana, en otro programa, esta vez conducido por Andy Kusnetzoff —Argentinos por su nombre—, también se aportó a la tan mentada visibilidad lésbica según la caja boba: resulta que Los Dogos —el equipo de fútbol gay, subcampeón mundial— otorgaba la revancha a un equipo de motoqueros abiertamente homofóbicos que, antes de darle a la pelota, se mostraban arrepentidos por sus dichos discriminatorios. Pero, entonces, Andy fue por más y les preguntó si se bancarían ver a dos homosexuales besándose. “Ah, no, eso no, qué asco”, dijeron los muchachos cuando aparecieron frente a ellos dos bonitas chicas abrazadas. De más está decir que allí se acababan los pruritos de los jugadores de fútbol, a quienes de todos modos se obligó a mirar a dos chicos besándose —larga, húmedamente— antes de disfrutar del paisaje de las mujeres que intercambiaron un piquito con cara de yo no fui.

Hasta aquí los hechos, las interpretaciones se caen maduras como frutas del árbol de la tele. Tal vez las chicas, que casualmente eran las mismas pioneras entre las modelos lesbianas, necesitaban facturar; pero es evidente que no hace falta ser una luz para saber qué paga en la bendita tevé.

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