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Viernes, 28 de agosto de 2015

La otra píldora

¿Para el placer de la dama o para satisfacer el mandato de placer obligatorio? O para pesadilla de los señores... Uno de ellos ya lanzó la primera piedra contra el Viagra femenino: una pastilla maldita que incrementará el lesbianismo.

 Por Gabriela Cabezón Cámara

El muy cristiano Chris Christie, así lo habrán querido sus padres, es gobernador de Nueva Jersey, norteamericano y republicano y tanta rima no ha de ser en vano. Hace poco, en un programa de televisión de su país, le preguntaron por el “Viagra femenino”, flibanserina, esa droga de color rosa —y sí, no se la iban a perder— que el Centro de Evaluación e Investigación de Drogas de la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) de los Estados Unidos aprobó en estos días. Cuando le preguntaron qué le parecía, este señor se enojó y repreguntó al periodista: “¿Cómo me ofende con una cuestión tan idiota?”. Por supuesto, en su siguiente aparición televisiva le volvieron a preguntar por el tema. “Ah, bueno –contestó furioso– estoy muy entusiasmado con que las mujeres puedan usar una píldora de Viagra: como todavía no tenemos suficientes bomberos por acá, esa píldora va a venir muy bien.” Le pidieron que aclarara por qué tanto enojo y siguió, imparable: “El único efecto que puede tener una píldora así sobre las mujeres es el de cambiar su orientación sexual”. Para este señor bien macho, grandote, con una efigie medio de toro pero de toro viejo, con las arterias un poco tapadas, y de impecables traje y corbata, un incremento en el deseo de las mujeres es directamente proporcional a un incremento del lesbianismo. ¿Por qué piensa esto este alfa entre machos? No se impacienten que acá seguimos consignando sus sofisticados pensamientos. “Los hombres de hoy ya tenemos muchos problemas en satisfacer a las mujeres tal como son, sin ninguna píldora. ¿Por qué piensan que el Viagra se inventó primero? Pero no; tenemos que agrandar todavía más el deseo sexual de las mujeres, eso definitivamente las va a ayudar a sentirse más satisfechas y relajadas... ¿Y sobre quién van a proyectar esa sed? Sobre otras mujeres. Los hombres no somos máquinas, pero ellas tampoco. Sólo que todavía no se dieron cuenta.” Pobre Chris Christie, agotado él de satisfacer a su mujer en llamas durante toda la extensión de su larguísimo matrimonio de político; ha de ser el poder, ese afrodisíaco insuperable, como dijo Henry Kissinger, un alfa de la Guerra Fría porque, googléenlo, a la vista no hay más atributos. Pero más allá de estos buenos muchachos del norte aquejados por el ansia de sus mujeres, la relación que hace este tipo es interesante porque desnuda un temor machista: en su cabecita alfa, diez mujeres juntas mirándolo han de ser como una pileta olímpica llena de Gremlins muertos de hambre. Como nos cree más capaces de desaforada ninfomanía que de antropofagia, hay que concederle eso, hace hipótesis. Y lo que se le ocurre es que, agotados los varones heterosexuales del mundo por el viagra rosa, se multiplicarán las lesbianas. De ahí se desprenden dos posibles conclusiones, a saber: la primera es que lesbianas somos aquellas que no hemos sido debidamente satisfechas en nuestra inmensa ansia sexual. Mal cogidas, diríamos en este sur. Y la segunda, que contradice un poco a la primera pero no tanto: así como putos somos todos pero lo que faltan son capitalistas, lesbianas somos todas pero lo que falta es el fármaco que nos suba la calentura. Y, al final, toda la cuestión de las orientaciones sexuales cae como frutas podridas, por lo menos para las mujeres; no habría más orientación que el grado de calentura. Un grado altísimo podría fundirlas todas, en eso tal vez tenga razón.

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