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Viernes, 15 de enero de 2016

Moda en el molde

Hace rato que los paparazzi se relamen cada vez que Jaden Smith, el hijo de Will, sale a la calle vistiendo pollera. Ahora, es modelo de la línea femenina de Louis Vuitton. ¿Es una expresión de disidencia colada en la vidriera u otro gesto queer masticado por el mercado?

 Por Mariano López Seoane

Escándalo: un chaboncito en pollera y campera de cuero es el protagonista de la última campaña de la línea femenina de Louis Vuitton (Spring 2016, para las entendidas). Escándalo sobre escándalo: el chaboncito en cuestión no es un modelo andrógino como el ex Andrej Pejic (desde 2014 Andreja Pejic) sino el hijo teenager de Will Smith, a quien ya vimos junto a su padre en dramas de corte social y pochocleras películas de acción. Para peor, a Jaden Smith (tal su nombre, un trucaje del de su madre Jada) no se le conocen hasta ahora coqueteos con el cross-dressing ni incursiones en el estilo de vida gay, pasos en falsete que podrían funcionar como atenuantes. En suma: un hombrecito “hecho y derecho”, no una mariquita viajada, se calzó unos trapos carísimos y aceptó ser una modelo más. Conmoción en las redes. Acompañada de las reglamentarias declaraciones del director creativo de la marca de lujo, Nicholas Ghesquière, quien se hace cargo del fatal compromiso de la moda con la transgresión.

Desde el remoto sur, y cagada de calor, una no puede sino extremar la desconfianza y considerar todo este circo críticamente, y hasta con cierto fastidio. Ya no estamos en el año 2000, cuando una Madonna con veleidades feministas se preguntaba en “What it feels like for a girl” si vestirse de mujer era degradante porque ser mujer era degradante. Si la pregunta podía llegar a tener cierta urgencia hace más de 15 años, hoy parece absolutamente fechada. En los últimos años, distintas zonas de la cultura de masas se han dedicado a cuestionar los marcos que regulaban la estabilidad de los géneros, sin que esto signifique, como lo sabemos con dolor, que hayan mejorado sustancialmente las condiciones de vida de quienes trastornan dichos marcos en su práctica cotidiana. Como sea, tenemos ejemplos de esta verdadera obsesión con la plasticidad de los géneros en la TV, el cine, arte del videoclip, el café concert y la vida misma. Acaso el más rutilante sea el éxito y la hipervisibilidad que coronaron la testa de Ru Paul y su efectivo Drag Race, una celebración ATP de las distintas ramas y tendencias del arte del drag, es decir, la inveterada costumbre que tienen los varones cis de jugar a ser mujeres aunque sea por un rato. Es paradójico entonces que el último grito en este campo lo haya pronunciado la moda, industria convencionalmente asociada con la experimentación y la novedad. Una se pregunta por qué la moda llega a este gesto en el momento en que ha perdido toda posibilidad de escandalizar. Es posible que la pregunta contenga su propia respuesta: la moda es un campo que hace de la transgresión mera mímica, o, mejor, que imita los gestos de la transgresión toda vez que estos ofrezcan garantías de no quebrar ninguna regla fundamental de convivencia.

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