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Viernes, 22 de enero de 2016

MI MUNDO

Un buen momento

Representante de figuras que van desde Arnaldo André a Antonio Gasalla, actor de ocasión en películas claves de la transición democrática y el primer hombre en contraer matrimonio civil con otro, el actor Ernesto Larrese, en la Ciudad de Buenos Aires, Alejandro Vanelli, ahora también canta en el espectáculo Siempre es el momento.

Apenas me abre la puerta –y aún a pesar de estar advertido no deja de sorprenderme el síndrome Dorian Gray que se expresa particularmente en su rostro y en sus luminosos ojos azules– de lo primero que me habla es de política. “Es una provocación tras otra, una mala noticia tras otra”, se queja. “Al menos, en todo espacio público que puedo trato de expresar que pude disfrutar mucho de estos cinco años de estar casado”. La juventud eterna se expresa también en su locuacidad. Es un tesoro de anécdotas de una vida muy vivida. “Quiero mostrarte el bien más preciado que tenemos, de cuando nos casamos”. Me muestra un retrato de Cristina Kirchner autografiado con las siguientes palabras: “Para Alejandro y Ernesto, 34 años no son nada vamos por más. Felicidades”. Y dice: “En ese momento Néstor estaba vivo y ellos tenían los mismos años juntos que teníamos Ernesto y yo. Ahora son 40. Me pareció una feliz coincidencia”. El retrato se ubica sobre un mueble bien visible, y en el centro, entre las fotos de las madres y padres de Alejandro y Ernesto y otras tantas fotos de Alejandro y Ernesto juntos. Como si Cristina presidiera las nuevas formas de familias peronistas de manera análoga a aquellos afiches oficiales de otras familias que presidían los retratos de Perón y Eva.

Te decidiste a los 66 años a cantar en Siempre es el momento. ¿Cómo fue la experiencia?

–Nunca nadie pensó que yo cantaba. Y menos canciones en inglés y en francés. De artistas que admiré toda la vida: Elvis, Piaf, Streisand, Mercury, Lila Down. También tangos. Un amigo me hizo el mejor elogio: “¡Alejandro canta el tango como un chongo!”

¿Cómo aparece tu identidad de gay en el escenario?

–Canto “El día que me quieras” y en el fragmento de “al viento las campanas dirán que ya eres mío”. Algunos se dan cuenta, otros no. Y cuando presento “All my loving”, se lo dedico al amor de mi vida, Ernesto. Después cuento anécdotas de mi vida, el colegio, la iglesia y cuando llego a los scouts afirmo: “También fui un boy scout a pesar de… bueno ustedes ya se darán cuenta”.

¿Cómo fue la génesis del espectáculo?

–En 2015, pensaba hacer un espectáculo centrado en las cuatro décadas que vivimos juntos con Ernesto: relatar las veces que estuvimos en cana, cuando nos atraparon los grupos paramilitares, entraron en casa y nos torturaron, lo que hemos padecido y lo que hemos gozado, cómo empezamos a salir a partir de una tragedia.

Del amor y otros demonios

En Riobamba y Sarmiento funcionaba el complejo teatral Estrellas que tenía cuatro salas que en 1975 estaban ocupadas por los espectáculos protagonizados por Nacha Guevara, Cipe Lincovsky, Antonio Gasalla y Tato Bores respectivamente. El 29 de diciembre se estrena Las mil y una Nachas ’76. Alejandro asiste a la función pero aún no conoce a Ernesto, que actúa en la obra. El 30 de diciembre estalla una bomba en el teatro que provoca la muerte de un joven iluminador y le llega una carta a Héctor Ricardo García firmada por la Triple A advirtiendo que si Nacha no se retiraba en 48 horas del país, iban a dinamitar el teatro. Nacha se exilia y la producción del teatro fusiona elencos, recontrata a los cantantes y bailarines y lleva Gasalla for Export a la sala principal para aprovechar las escenografías ya montadas. Como prensa de Gasalla, Alejandro comienza a asistir a los ensayos y conoce a uno chico que en principio no le caía nada bien. “Capaz sin la bomba nos hubiéramos conocido o quizás no. Para ese chico que murió en el baño, el iluminador de Cipe, fue trágico pero siempre siento que nos dejó un pedazo de algo.”

¿Cómo es el pacto de unión con Ernesto?

–Somos muy libres. No quiero media naranja yo quiero naranja entera y yo no te voy a pedir, porque no soy egoísta, y no te voy a dar mi libertad, porque no soy tarado. Nuestra unión está basada en la libertad, en base a dos personas con un nivel de confianza y honestidad importantísima. No nos estamos preguntando “me querés, no me querés”, porque la puerta siempre está abierta. Es un vínculo de decisión diaria. El amor es algo químico y un día se puede bajar lo químico. Hoy abrazarlo a la noche para mí es un gran polvo, una sensación de pertenencia.

Siempre fuiste muy crítico con respecto al matrimonio como institución

–El matrimonio está antiguo, habría que renovar, no habría que obligar por ley vivir en la misma casa, en el mismo cuarto, puede tomar otras formas. Cuando le preguntan a Ernesto sobre las razones de su matrimonio, contesta: “No me casé por amor, sino por dinero. Por amor conviví años con Alejandro y no necesité del aval del Estado. Me casé por los temas patrimoniales”. Cuando lo dijo por primera vez, estaba al lado Taty Almeyda y casi le da un ataque.

Las noches salvajes

¿Cómo era tener 20 años y ser gay en 1968?

–Recién a los veinte pasaditos tuve mi primera experiencia sexual, un polvo casual. Hasta el momento pensaba que el gay era la mariquita del barrio, maltratada, burlada, porque son siempre los que son border, los que la gente ataca, porque son los más valientes. Yo empecé mi vida con mujer, siendo padre muy joven. De hecho creo que yo he salido un poco fallado porque siempre he vuelto a las mujeres.

¿Y cómo viviste tu sexualidad en los años siguientes?

–Desde un lugar arriesgado. A principios de los 70 usaba camisas de colores con agujeros, los pantalones rosa marcando bulto. Yiroteábamos por Santa Fe. Luego por Charcas cuando ya estabas vencido y no pasaba nada. Siempre el riesgo de que la cana te llevara. Hemos pasado noches en calabozo, juntos o separados con Ernesto. A la vez, era todo pre sida, había una especie de locura sexual.

Si tuvieras que elegir un recuerdo que dé cuenta de aquella época, ¿cuál sería?

–Al estar tanto tiempo reprimidas las sexualidades cuando se pudo salir un poco hubo un desmadre. Recuerdo el estreno de Hair con Valeria Lynch, Mirta Busnelli con dirección de Daniel Tinayre y producción de Romay. Fue el musical anterior a que Romay pusiera Jesucristo Superstar y quemaran el Teatro Argentino. Iba fumando porro por la calle y cuando cantaban “Deja que entre el sol”, todo el mundo quedaba en bolas, te sacabas la ropa en el teatro. Lo que antes estaba tapado salía. Era una liberación. Me acuerdo también de ir a estrenos con Isabel Sarli -¡gran amiga y trabajadora!- y que le pincharan con un alfiler una teta para saber si era real. Eran años muy locos

¿Se generaban lazos de solidaridad más fuerte entre los gays por la dictadura?

–No creo. Se realizaban fiestas privadas, para divertirse. Hemos disfrutado muchísimos años a pesar de que en la calle circulaban los patrulleros. La pasábamos brutal. Y lo que tiene el saber que es prohibido para la gente y vos veías gente amorosa, divina que se enamoraba. No se hablaba de la dictadura. Salvo personajes como Jáuregui o Perlongher que se la re jugaron.

Como representante de muchos artistas, algunos de los cuáles nunca salieron del armario, ¿alguna vez tuviste que sacar clandestinamente a alguien de alguna de esas fiestas?

–No. Uno en ese punto tiene que ser responsable. Si accionás, tenés que hacerte cargo. Si sos una figura conocida, sabés a lo que te expones. A veces te puede jugar a favor. Puede generar empatía. También depende del contexto. Es decir, en los setenta era imposible ser galán y abiertamente gay. En Canal 9, después de la intervención militar, había una lista de actores prohibidos por ser gays.

El portero del sexo

Debe haber sido toda una experiencia tu paso por el Ente Nacional de Calificaciones

–A los 20 años, en el 68 entré al organismo de censura, antes de Miguel Tato. Los que opinaban sobre las películas eran un Vice Comodoro ultramontano y una mujer presidenta de la liga de no sé qué moral. Traían a sus amigos. Y la película la veían entera. Después horrorizados ordenaban: “Córtame esa tetita”. Logré que pasaran sin censura Bob & Carol & Ted & Alice, que se trataba de dos matrimonios que terminaban cogiendo los cuatro. Es lógico que terminaran echándome: hacía todo lo contrario de mi función, ayudaba a que no se cortara.

¿Y tu pasaje por el cine argentino?

–A mí siempre me tocó ser entregador. En Otra historia de amor, hago en la ficción de un amigo del personaje que interpreta Mario Pasik: el que les presta el departamento y les da llave para que vayan a coger. Antes hice Momentos y ahí soy amigo de toda la vida de Solá. Su personaje estaba casado con Cony Vera, soy yo quien le presenta a Graciela Dufau y después cogen.

¿Cuándo estaban filmando Otra historia… sabían que estaban haciendo historia?

–¡No! Mi gran amigo Américo estaba más preocupado por poder filmarla. El era asistente en Aries y había escrito el libro con su pareja pero Ayala le dijo: “¿cómo la vas a hacer?”. Se llamó a muchos actores importantes y nadie quería. Están desnudos pero sin tocarse y no hay un beso. No por Arturo y Mario que no tenían problemas. De hecho, cuando entregamos los premios de la FALGBT en 2014 Diego Ramos dijo: “Esto merece un pico”. Y se dieron el ansiado beso. En el mundo, sobre todo en España, aman la película. En su momento la gente salía enamorada. A pesar de no tener un beso era una película sobre el amor. l

Siempre es el momento. Miércoles a las 21, La Biblioteca Café. Marcelo T. de Alvear 1155. Con Nacho Mascardi (piano) y Simón Da Silva Martins (violín). Bajo la supervisión vocal de Gipsy Bonafina y la mirada atenta de Coni Vera y Ernesto Larrese.

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Imagen: Sebastián Freire
 
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