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Viernes, 19 de febrero de 2016

MUÑEQUITAS TERROR

La escena drag local está en un momento de esplendor que hace décadas se venía extrañando. Nuevas caras y cuerpos multiplican la apuesta performática con cada aparición, ya no restringidas a la noche y las discotecas. Las drags toman las calles y los tiempos. Ya no es la representación de la silueta femenina exasperada, es la explosión de otras múltiples siluetas alimentadas por el pop, las fantasías del comic, la moda, las drags históricas y sobre todo la búsqueda personal. En entrevista con cinco de ellas, SOY analiza sus particularidades y aportes al bullicio identitario propio y ajeno.

 Por Ignacio D’Amore

Entrevistada por la publicación británica Dazed & Confused hace algunos meses, la magnéticamente atractiva Pearl Liaison, famosísima egresada del reality de La One de las drags, RuPaul, decía lo siguiente sobre su permanencia en los escenarios: “No hay modo en que pueda hacer esto por veinte años más de la manera en que lo hago ahora. Sería muy afortunada pero no es sano para el cuerpo. No es sano para tu piel. Tengo la pija metida en el culo todo el tiempo y las costillas aplastadas por un corset. Tengo moretones en las caderas, se me caen las uñas de los pies”. Es esta una más de las dimensiones del burbujeante día a día drag, un costado que suele quedar perdido entre ardides visuales y maniobras escénicas. Es que ser drag queen exige al cuerpo mucho más de lo que su dueño o dueña cree imaginable. Los límites de la anatomía masculina, esos que una drag solía transformar por un rato en femenina, son hoy lienzo en blanco para alcanzar otro tipo de cuerpos que exceden los conceptos de géneros binarios. Lo mismo ocurría con lxs drag kings, que mutaban durante unas horas su cuerpo de mujer en uno de hombre. Esos límites no tienen que ver únicamente con lo que para una persona sea viable ser sino con lo que para esa persona sea viable representar, porque justamente el drag es ninguna otra cosa más que la puesta en escena eventual de una identidad posible. Cuando esa identidad emerge se vuelve real, palpable, relacional; y cuando se desvanece, reverdece la identidad “de base”. En el camino, como las de Pearl, irán cayendo uñas cuyas ausencias serán disimuladas con otras, postizas; y los centímetros que excedan un dado contorno de cintura habrán de ser comprimidos hasta el asma. Todo esto parece mucho y aún no hablamos del truque, el más elocuente de los gestos transformatorios (si lxs lectorxes no saben de qué se trata, indaguen con una drag amiga).

Sobran ejemplos de drag queens que evitan atravesar los más convencionales rumbos de la femineidad -asociada casi siempre a la sensualidad- y se inclinan por identidades inspiradas en, por caso, personajes de animé y cómics, fauna de toda índole, representaciones de seres mitológicos o intuiciones apocalípticas que nada observan de glamoroso. Este es el caso de Christeene, una performer y rapera drag norteamericana que escandaliza shoppings y lugares públicos montada de algo semejante a una adolescente adicta al crack, de rimel erosionado y ropa interior ajada. Se arroja sobre las mesas de un McDonald’s o flirtea con los policías que la esposan y meten en un patrullero.

En Buenos Aires no se veía un desenfreno drag tan agudo desde la recordada Escuelita de Sir James, que sobre fines de la década del ‘90 reunió y sobre todo (de)formó a una camada amplia de performers que hoy encabezan marquesina. De allí egresaron La Barbie, Towa Ginger y la fallecida e inolvidable Charly Darling, entre otras. La James se ocupó, en agite permanente, de visibilizar al colectivo drag y de insistir en la evolución de sus alumnas, que más que eso eran, en verdad, sus hermanas.

Las drag queens que presentamos en esta primera entrega son performers personales, auténticas intrépidas, usinas de contenido, popstars al cubo. Cada una de ellas se acerca al montaje con ideas propias, con referentes claros e intenciones revoltosas. Provienen de la noche, de las pistas, aunque no solamente: también se inspiran en la fauna local, en Son malditas deluxe que, para cuando esta nota llegue a manos de lxs lectorxs, habrán ya mutado en versiones diferentes, incluso mejoradas, de sí mismas.

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Imagen: Sebastián Freire
 
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