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Viernes, 19 de febrero de 2016

MERCADO

Divertite con la diversidad

Salió a la venta la Barbie futbolista. Basada en una deportista lesbiana. ¡Es igual a todas las demás Barbies!

 Por Magdalena De Santo

La muñeca representa a Abby Wambach que además de ser futbolista olímpica es lesbiana. La de carne es un conocido tortón grande que se chapó a su novia después de un golazo, de piernas robustas que aprietan a Sarah Huffman y patean 107 pelotas de gol para convertirla en la máxima goleadora mundial. La ganadora del Balón de Oro, retirada a sus 34, tiene gambas que no se parecen en nada a los palitos articulados de plástico rosa. “Voy a tener que salir a correr porque ella se ve un poco mas esbelta” admite Abby Wambach en el lanzamiento internacional de su Barbie, hace poco días, en diálogo con la sub-directora de Mattel.

Hermanadas por las astucias del mercado administrador de diferencias que reparte omnipresencia en cajas cubiertas de papel celofán traslúcido, la versión de carne y de plástico no se parecen en fisionomía pero se emparentan como íconos de gloria. Chicas de bien, millonarias y felices pueden revolcarse juntas en las zozobras del éxito. A todo esto la palabra lesbiana sigue ausente. La empresa le llama inclusión, la mayoría sabemos de otro verbo: cooptación. La nueva Barbie es lesbiana por extensión transitiva. Abby habló de su sexualidad, por suerte la muñeca nunca podrá.

Los juguetes, los primeros educadores del binomio cuadrado perfecto de género, se adaptan al clima de época. Así, el mercado sintetiza los polos clásicamente excluyentes: futbol y princesa en un combo magistral llamado Barbie futbolista. Lo llamativo es que ya existía este arquetipo en las góndolas, era una futbolista rosa que se cotiza con balón original a 8 billetes violetas. Mientras se venden tres muñecas Barbie por segundo en más de 150 países, afirma Mattel con socarrón plusvalor, sus ventas bajaron los últimos años. Entonces la vieja Barbie futbolista de ojos pintados y melena larga tuvo que ser reemplazada por una versión chonga vestida de blanco con rapada al costado, como ejemplar de los valores de tolerancia y respeto que el capitalismo sofisticado prepara para todo buen/x consumidor/x. La cosa es que la Barbie futbolista sigue siendo para niñas ricas. Y aunque no sabemos aún cuanto será el precio de la mini versión Abby Wambach, sabemos que el capitalismo heterosexual y macho se aggiorna con plasticidad y flexibilidad juguetona.

Aunque mudita, Barbie siempre fue muy sexuala. Desde su nacimiento en 1959 inspirada una sex doll alemana que se llamaba Bild Lili, el futuro de las mujeres modernas llegaba con presuntas tetas de adulta y la imaginación sexual de cada niñx se cercenaba con cada detalle a la venta. Después vino la obra de Andy Warhol de 1985 o la joven ucraniana Valeria Lukyanova dedicada a hacer de su propia carne la escultura de 88-47-90. También la versión más trashera y sudaca de Albertina Carri, “Barbie también puede estar triste” con barbies travas y putos carniceros, con Ken golpeador y la voz angustiada de Juana Molina que gime sin parar entre los brazos de su mucama. En todas esas sinuosidades Barbie no se masculiniza nunca. Siempre fue muy minita, y si alguna muñeca experimentó alguna vez un tijeretazo en la cabeza fue puertas a dentro, escondida, en manos de un niña rebelde. Ahora ni eso, Mattel garantizó siempre que los sueños infantiles sean bajo imagen y semejanza de los proyectos sociales destinados a cada una. Ahora, más que nunca, la revolución del juego está coartada por la estandarización de más y más tipos. Y un nuevo tipo ha nacido. Pobre Monique Wittig revolcándose en su tumba. Ella había dicho la lesbiana no es mujer. Ahora es peor, es muñeca.

Yo jugaba con una Barbie que no era de marca. El juego era de observación. La tiraba en la fuente del patio de casa –no había pileta sino una fuente con adoquines robados- y me quedaba allí mirando como las larvas de mosquitos se enredaban en los pelos de nylon. Verla destruirse era mi placer. Como el dengue o el zika amenazan la vida contemporánea, mi juego y deleite era la decrepitud Barbie. El mismo deseo de decrepitud y destrucción le deseo a las ventas.

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