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Viernes, 26 de febrero de 2016

ESTRENO

Transandina

Daniela Vega protagoniza La visita, una conmovedora y sutil película chilena que narra casi sin palabras la relación entre una madre (cis) y una hija (trans) que se reencuentran durante los tres días que dura el velorio del padre. La visita, que ha convertido a Daniela en un personaje público, mediático y arrollador de prejuicios, se estrena el 3 de marzo en Gaumont y Malba.

 Por Gabriela Cabezón Cámara

Daniela Vega es actriz. A diferencia del personaje que la hizo famosa en su país, Elena, la silenciosa protagonista de La Visita, Daniela habla rápido y con precisión, con acento chileno y esa costumbre dulce de poner el artículo determinante antes de cada nombre. Hablamos, entonces, con la Daniela Vega, por Skype, sobre La Visita. La película cuenta una historia pequeña, íntima: la relación de una chica trans con su mamá. Ha muerto el padre y ella vuelve al campo. Vuelve con su transición hecha. La película es hermosa, no sólo un hecho político, es arte. Con su marco verde y lluvioso, todo sucede en silencio: las relaciones familiares, las tensiones, los conflictos desatados incluso. Los cuerpos y los gestos son los que comunican cada cosa que pasa. La madre es una de las mucamas en la casa señorial. Elena debe enfrentarlos a todos, desde la madre a los patrones. Lo hace dulcemente. Para la Daniela, la película, que se estrena el 3 de marzo en el Gaumont y en Malba, fue un cambio de vida:

“Fue muy rápido todo: me contactaron para hacer el personaje y en tres meses ya estábamos rodando. Un poco vertiginoso. Significó una responsabilidad social: personas trans de América latina, Argentina, Brasil, Colombia, de todos lados, querían que yo les dijera cómo se podía hacer para salir y ser “exitoso”. Y que de un día para el otro la gente te reconozca en la calle, te vuelvas una figura pública, te ofrezcan invitaciones a la televisión y a medios de prensa… Fue desorientados para mí. Tuve que aprender a convivir con este nuevo rol público, entender que el trabajo no termina cuando decimos corte; hubo que salir a defender la película, hubo que tener una dinámica de comunicación con los otros. Y hasta ese momento yo había tenido contacto con la prensa pero por otros motivos. Soy trans hace ya tiempo, tengo 26 y empecé la transición a los 15. Y me atreví desde muy chica a dar mi testimonio. Eso significó que entendía la responsabilidad, pero cuando llegó esto masivo del cine, que se pueda ver la película en cualquier parte del mundo, toda esa magia que significa estar dentro de una película, fue un ritmo muy intenso. Pero ya aprendí, ya no siento esa desazón.

La militancia con tanta exposición ya no te asusta.

—No. Nosotros en Chile no tenemos Ley de Identidad de Género todavía, estamos participando en esa discusión y hace casi un año atrás, con un grupo de gente trans, hemos creado una fundación, Transitar, de niños transexuales, hay muy pocas en el mundo, soy la directora y me tiene muy contenta eso. Te puedo decir que es uno de los proyectos que más me enorgullece. No existen muchas instancias reflexivas sobre infancia trans y sobre transición infanto-juvenil y la verdad es que la tarea es ardua. Hay una alta tasa de suicidios, hay que acompañar y contener a los niños y de alguna manera también a los padres, que están transicionando con ellos. Yo comparto mi testimonio. Una persona trans puede ser lo que quiera ser, puede ejercer cualquier oficio y cualquier profesión. Pero siempre y cuando la familia apoye a la persona, porque si la familia es la primera en discriminar, es poco posible que esa persona luego entienda que la sociedad podría ayudarla. Cómo podría entenderlo si desde la primera infancia estas personitas son rechazadas cuando manifiestan lo que sienten que son.

Aunque no se trata de una nena si no de una joven, la película cuenta eso, la relación de una chica con su madre.

—La historia cuenta los tres días de velorio del padre: esos tres días en que el cuerpo del padre está ahí presente. Y termina cuando van hacia el funeral. Lo bonito que tiene es que estos personajes, el que hace la Rosa Ramírez y el que hago yo, logran entender la poética que se da entre la una y la otra en esa soledad y esa cosa inhóspita del campo, de la provincia, que te conecta contigo mismo: hay sólo árboles y pájaros y el silencio es real. No hay edificios, ni televisión, ni internet. El ejercicio era inducirse a la soledad de mi personaje y a la soledad de la madre y entender de alguna manera que se tenían la una a la otra. Y había dos opciones: o continuaban solas, cada una en su lugar, en su oscuridad, o se volvían a reunir. Eso que muestra la película es muy ilustrativo respecto de cómo viven las madres y como viven las hijas transexuales su transición en muchos casos. No en el caso mío particular, porque yo recibí el apoyo de mi familia, pero sí en el caso de muchas personas trans que no pueden encontrarse con su familia. Y ese es su dolor.

Transmitir todo eso sólo con el cuerpo y los gestos ha de haber sido muy difícil

—Lo más difícil de esa película desde el lugar de la actuación, el técnico digamos, fue la cuestión de la falta de texto. Es una película pensada para que hablen los silencios. El cuerpo tenía que estar disponible para entregar esa emoción justo en ese momento; la forma de inducir esos personajes entre nosotras dos fue pasar mucho tiempo juntas durante el rodaje, conocernos muy íntimamente, para que los personajes pudieran exponer ante la cámara esta relación pendiente que queda a cargo de las emociones gestuales, que desde el lugar actoral es una de las cosas más difíciles de hacer. El riesgo era ponerse delante de la cámara y entregar desde algo que podría llamarse la biografía no vivida, porque yo no sufrí lo que Elena sufrió aunque podía entender todo su dolor.

Hablemos de tu biografía vivida: ¿cómo fue tu camino hasta acá?

—Muy de chica cantaba en el coro del colegio, y la música acompañó todo mi proceso. Después de dar vueltas sin saber bien qué hacer, en el colegio, decidí volver a cantar pero en serio y conocí a mi maestro de canto, un tenor, en una peluquería donde yo trabajaba. Empecé a estudiar con él, llevamos 6 años juntos cantando. Por otro lado, yo fui a acompañar a mi hermano, que es actor, a la universidad donde el estudiaba. Yo no me atreví a ir estudiar por el miedo de pasarlo mal como en el colegio. Entonces, un día me ofrece participar en una obra que él estaba haciendo para el ramo de dirección teatral. Acepté, y fui a cantar para ellos. En cuanto subí al escenario supe que ahí quería vivir, amar y morir ahí. Así que desesperada por aprender, le propuse al curso de mi hermano maquillarlos y diseñarles los looks de sus personajes a cambio de entrar a las clases, sólo como oyente, pero para mí estaba bien. Así pude “estudiar” con ellos 3 años. Entre medio, un director de teatro y músico supo de mí y me escribió una obra, un monólogo que habla de mi vida, se llama “La mujer mariposa”. Es teatro de gabinete, se representa ante una sola persona cada vez. Llegamos a los 1000 espectadores a casi 5 años desde su estreno. Entre ese vértigo, llegó un dia al teatro el director de La Visita a ofrecerme el personaje de Elena, acepté, lo hicimos, estrenamos el año pasado y en pocos meses viajamos por América. Y fue en marzo o abril del año pasado que la peli ganó el premio a Mejor Película en el Festival de Cine de Marsella y yo gané como Mejor Actriz. Entre medio protagonicé un par de video clips de bandas chilenas y ahora preparo mi siguiente protagónico en cine.

Sé que uno de tus videos clips se está viendo hasta en el metro de Santiago.

—Sí, el metro de Santiago compró el videoclip: en un acto sin precedentes, aparezco yo, como persona trans, todos los días en las pantallas del metro, que lo usan mas de 3 millones de personas por día. El video clip se llama María, es de un gran cantante chileno, Manuel García. Es el primer cantante pop en escribir y componer una canción para una persona trans.

¿Se puede ver en YouTube?

—Sí.

Entonces ahí te vemos.

—¡Sí! Espero ir a Argentina para el estreno.

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