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Viernes, 4 de marzo de 2016

Ante el dolor de lxs otrxs

La alianza Rompiendo El Silencio, integrada por mujeres de pueblos originarios guatemaltecos, feministas y feministas lesbianas ha conseguido gracias a ese entrecruzamiento de fuerzas, logros inéditos en la historia triste de los derechos humanos en Guatemala. SOY conversó con activistas que colaboraron para que las mujeres ixiles sometidas por el ejército durante seis años a la esclavitud actuaran como querellantes en la causa conocida como Sepur Zarco, y comenzaran a leerse a sí mismas por fuera de la culpa y el estigma impuesto por su propia comunidad. En estos días los culpables acaban de recibir una pena ejemplar, lo que sienta un precedente legal importantísimo en una lucha que continúa. El cruce entre comunidades mayas, feminismo, lesbianismo y diversidad sexual, se presenta como un poderoso modelo de lucha, lazos y logros.

 Por Paula Jiménez España

Las propias querellantes en la audiencia por los crímenes de Sepur Zarco, un grupo de mujeres ixiles pertenecientes a la comunidad maya q’qchí, entran con la cara tapada. Son más de veinte, pero solo quince prestan declaración. Su caso es emblemático aunque no único en Guatemala: desde el 25 de agosto de 1982 fueron esclavizadas durante seis años por el ejército que respondía al golpe de Estado encabezado por Efraín Ríos Montt. La esclavitud que padecieron fue sexual (en los primeros seis meses cumplían un turno cada tres días en el que debían “atender” a varios soldados en “recreo”) y también doméstica (entre sus obligaciones estaban las de cocinar, lavar, rezar, cantar y bailar). Desde ese mismo momento, sus maridos, líderes campesinos que habían reclamado el título de propiedad de los campos que trabajaban, fueron asesinados, torturados y desaparecidos. “En esta área, ubicada entre los municipios de Panzós y El Estorha, colocaron una hidroeléctrica – explica la activista lesbofeminista María José Rosales Solano-, y hay mucha minería y por lo tanto desaparecieron comunidades enteras a fuerza de persecución y masacres. Cuando llegó la brigada militar y destrozaron las comunidades necesitaron el servicio de las mujeres”.

Muchos de los niños ixiles murieron, algunas de ellas también, y sin embargo, sus rostros cubiertos en el juzgado lo dicen todo: sienten vergüenza y para declarar han tenido que vencer el terror a perder el respeto de su propia comunidad.

Aquí la vida es jodida

En esta misma audiencia, el grupo de feministas y de lesbianas feministas que las acompañan reciben el acoso de los guardias de seguridad. Váyanse de aquí lesbianas, les dicen al oído los hombres armados. Las conocen. Las tienen identificadas. Pero ellas entran igual. No es que no sientan miedo en su país, donde mostrarse públicamente como lesbianas implica riesgos a veces mortales, violencia sexual, expulsión de sus trabajos, de sus redes de contención, de sus familias. “Porque aquí no es aceptado ser lesbiana, si lo muestras estás segura que recibirás agresiones. Aquí la vida es jodida y tenés que conformar redes para sobrevivir. Eso es lo que sucede con las mujeres y hombres trans, con las personas intersexuales, con las lesbianas, con los gays: somos la basura de la sociedad”, dice “Majo” Rosales Solano. Ella, como otras, por ser lesbiana ha tenido que pelear su lugar dentro de las agrupaciones feministas y aún, pese a haberlo conseguido, cuenta Majo, a diferencia suya, la mayoría de las lesbianas prefiere seguir operando sin visibilizar su identidad sexual. “Aquí somos pocas, aunque muy combativas y estamos en distintos puntos políticos”. Y sin duda es así: por ellas, entre otros logros, el genocida Ríos Montt tuvo que bajar su indecente candidatura presidencial en el año 2007.

La guerra contra las mujeres

La lesbiana feminista española Laura Montes, radicada hace veinte años entre Guatemala y Colombia e integrante de Actoras de Cambio, una importantísima agrupación creada para visibilizar la violencia sexual ejercida sobre miles de mujeres guatemaltecas entre 1960 y 1996, pero especialmente entre los años 1978 y 1984, relata los orígenes de aquella campaña contra Ríos Montt que impidió su postulación: “Cuando se quiso presentar como candidato, creamos un espacio activista que se llamó Nosotras Las Mujeres. Éramos compañeras feministas y lesbianas feministas que veníamos de distintas agrupaciones y nos juntamos para eso, hicimos una campaña que se tituló No más ríos de sangre. Fuimos a las regiones masacradas por Ríos Montt, hicimos volantes, acciones directas y un montón de cosas más en la capital. Éramos un grupo autónomo y con nuestros recursos logramos que Ríos Montt no saliera de candidato. Pusimos en el centro de la cuestión que las violaciones sexuales son utilizadas como estrategia bélica”. La explicación que da la fundadora de Actoras de cambio, Amandine Fulchiron, a cerca de por qué se trataría de una estrategia bélica, no solo tiene que ver con la usurpación y demarcación del territorio a través de los cuerpos de las mujeres y con una táctica de silenciamiento de las voces opositoras (“si se tortura para hacer hablar, se viola para hacer callar”). Para Fulchiron se trata, básicamente, de efectos muy bien calculados por parte del ejército, sobre el desmembramiento que estas violaciones –“manchas en el honor”– producen en el tejido social impidiendo la cohesión popular. “A las mujeres las expulsan, las rechazan. Una de las funciones básicas es romper los lazos sociales para romper toda posibilidad de organización social y comunitaria”, dice Amandine en una entrevista realizada para Feminicidio.net. Pero, paradójicamente, terminó siendo una inesperada alianza entre algunos de los sectores oprimidos, un frente maya sáfico feminista que se llamó “Rompiendo el silencio y la impunidad”, el que resquebrajó el poder del principal cabecilla del genocidio, porque las denuncias que comenzaron allá por el 2007 siguieron su curso y revolvieron el avispero al punto de que algunos años después, el 10 de mayo de 2013, el dictador Ríos Montt fue condenado a 80 años de prisión en una sentencia que cayó a los diez días y por la que las activistas y las víctimas siguen dando batalla. “Cuando empezaron los juicios en 2013 volvimos a activar el grupo de Nosotras las mujeres. Nos metimos de lleno. Nuestro rollo era cómo acompañarlas. Nosotras estuvimos con ellas durante el juicio en lugares donde descansaban y hacíamos turnos para quedarnos con ellas porque las conocíamos. Después del juicio nos fuimos para allá con ellas, para la región ixil. Pasamos unos días preguntándoles cómo se habían sentido. No había sentencia todavía”, cuenta Laura Montes.

Contra el estigma

Desde el 2013 hasta la actualidad, los logros de esta alianza siguen siendo históricos. Por primera vez en Guatemala y en el mundo se ha conseguido enjuiciar casos de esclavitud sexual llamándolos por su nombre. Claro que con mucha menos repercusión mediática que el delito de genocidio, dentro del cual esta esclavitud específicamente está enmarcada. “… Puede considerarse creíble, más allá de toda duda razonable, que las mujeres y hombres fueron víctimas de los crímenes de esclavitud sexual”, expresó en su dictamen pericial del 16 de febrero último el jurista español Arsenio García Cores. Por supuesto que las dudas razonables que el jurista se siente en la obligación de mencionar, de razonables no parecen tener mucho cuando se ve a una de las querellantes esconder su rostro tras las palmas y decir cosas tales como que frente a su marido se vio “obligada a romper su matrimonio”, refiriéndose a la circunstancia en que fue violada en presencia de su familia por primera vez. Las dudas razonables no responden en rigor a ninguna razonabilidad sino a la estructura patriarcal que sostiene cierta noción instituida de la justicia. “Yo creo que la idea de todas estas acciones nuestras apunta a romper con esos imaginarios alrededor del juicio: la culpabilización de las mujeres, la estigmatización de la venta de sus cuerpos –dice Laura Montes–. Nuestros mensajes fueron alrededor de hacer caer esa estigmatización –la estigmatización tiene que caer sobre los violadores– y la victimización paternalista con las compañeras indígenas, que es donde se las ha puesto, para colocarlas ahora como actoras de sus propias decisiones y cambios y de buscar justicia como un acto de resarcimiento. Pero no de devolución de la dignidad, porque la dignidad no la perdieron ellas sino sus violadores. Yo tengo contradicciones con los procesos paternalistas de justicia, de reivindicación. Más bien se trata de ubicar donde está la culpa y quienes son los culpables”.

Sin dudas, es este el punto clave: la ubicación de la culpa. Que las mujeres q’qchíes no son culpables parece ser lo más difícil de comprender, tanto para sí mismas como para las comunidades que integran y, en general, para la difícil sociedad guatemalteca. Cuando a muchas se les preguntó, en los comienzos de la alianza, si sabían porque habían sufrido lo que habían sufrido, contestaban: por lo que tengo ahí, señalándose la vagina. Pero además, ese delito, el de tener genitales femeninos, no ha sido el único. Su estigma tiene peso histórico y no empezó en 1960 con la guerra sexual moderna sobre sus cuerpos, sino que viene instalándose desde el colonialismo. “No olvidemos que fue un feminicidio étnico. La mayor parte de las mujeres violadas son mayas. Las mujeres mayas son vistas como sirvientas – explica Amandine-. Actualmente, lo ves donde sea: en un bus, en la escuela, en la calle… Solo por estar vestidas con su traje, su hüipil y corte, inmediatamente las llaman marías; y marías hace alusión a sirvienta. ¿Qué hay detrás de la idea de sirvienta? Que están disponibles para cualquier cosa y que podemos usarlas en cualquier momento. Para asuntos domésticos y servicios sexuales. El derecho de pernada está implícito ahí. En Guatemala las desigualdades de género, articuladas al racismo y a la estructura económica de esclavitud de los pueblos indígenas, están sintetizadas en esa idea. Están totalmente deshumanizadas. Toda esta ideología permite que luego se justifique cualquier tipo de barbaridad y crueldades porque al final no importan tanto”.

Sos la vida de tu abuela

Mujeres Transformando el Mundo es una organización guatemalteca fundada en el 2009 por un equipo de abogadas que cuatro años más tarde se constituyó como multidisciplinario al implementar un modelo de “Atención Integral” para que las víctimas de violencia y discriminación reconstruyan sus vidas. Esta agrupación junto con la Unión Nacional de Mujeres Guatemaltecas (Unamg) y el Equipo de Estudios Comunitarios y Acción Psicosocial (Ecap) integra la alianza Rompiendo El Silencio, dentro de la cual operan las lesbianas feministas (como ya fue dicho en esta nota, no existen organizaciones lésbicas independientes).

“Se suponía que para poder democratizar la sociedad tenía que haber procesos de justicia ante el genocidio, ante los delitos de lesa humanidad– dice María José–. Por lo tanto, el Estado está comprometido a conformar esa institucionalidad y muchas organizaciones, como el MTM (Mujeres transformando el mundo) se meten a ese trabajo y ven que el camino para poder tener una sociedad más justa son otras formas, como los procesos políticos y de sanación que hacen posible moverte de esta violencia femicida y constituir otros tejidos. Las lesbianas feministas han estado en estos procesos de poder ir transformando al poder, construyendo la memoria histórica de estas mujeres y creando metodologías para poder trabajar la violencia sexual”.

¿De qué metodologías hablás?

De los procesos de sanación que mencioné antes. Hay varias propuestas que están tratando de crear metodologías para transformar esta sociedad violenta y dolorosa. Algunas organizaciones lésbicas feministas y de mujeres mayas están tratando de colocar estos procesos que tienen parte de la cosmovisión maya. Cómo, energéticamente, puedes moverte e identificar la memoria de tu cuerpo a través de tus células, de la química que te atraviesa. Tu cuerpo está metido dentro de una constelación y sos parte de una dinámica, sos la vida de tu abuela y de tu mamá y de las mujeres que están alrededor tuyo.

¿Son procesos grupales?

Son procesos en los que nos juntamos a hablar y buscamos identificar de donde vienen las cosas que has vivido, para poder hablar de las violaciones y las desapariciones. ¿Sabes lo que significa una persona querida que ha desaparecido? ¿Sabes que significa saber que esto implica tortura y dolor? Ha habido meditación y budismo para hacer algo con esto. De veras esto te ayuda para poder salir de eso. Y las lesbianas feministas han aportado también desde ahí: con el reiki, los masajes, recuperando prácticas ancestrales como el temazcal, han hecho procesos rechulos con muchas mujeres y muchas lesbianas.

Cuenta Amandine Fulchiron que en los comienzos de estos procesos de sanación, las psicólogas acusaron a las feministas de estar locas: los cuerpos de las mujeres violadas no se deben mover, arguyeron. Seguramente se referían no solo a los masajes y al reiki que ponen al cuerpo en juego, sino a otras prácticas más tabúes, por su relación con el sexo, la confianza y el amor: “Para la reapropiación del cuerpo usamos muchísimo las caricias, las autocaricias y, poco a poco, también fuimos al encuentro del otro cuerpo y empezamos a tocarnos entre nosotras; abrazándonos, dándonos masajes y acariciándonos. Tres años fueron necesarios para reactivar todos nuestros potenciales vitales y desactivar la vergüenza”.

No soy yo, soy vos

Cuando se habla de sanación como parte del proceso de justicia a los crímenes sexuales, en el discurso de Majo y de Laura aparece ineludiblemente el nombre de Sara Álvarez, una sanadora maya q’qchí integrante de CALDH y de Caqlá, cuyo acompañamiento a Flor de Maguei, la agrupación de mujeres ixiles, fue crucial: “Yo me he formado con Caqlá –cuenta Laura Montes–, ellas tienen todo el conocimiento y las herramientas, las que han iniciado todo el proceso de sanación con practicas ancestrales. CALDH ha hecho el proceso sistemático antes, durante y después del juicio. Nosotras desde las plataformas activistas hemos hecho acciones puntuales, solidaridad y denuncia. El proceso sistemático lo lleva Sara, es un apoyo de trabajos de años que tiene mucha profundidad”.

¿Cómo han recibido la ayuda las mujeres ixiles?

Al inicio he podido ver ciertas resistencias, preguntas como éstas: quienes son o qué quieren. Pero hemos llegado hasta ellas a través de gente que las conoce y que ha abierto el camino. Nunca nos hemos metido contra su voluntad, siempre hemos hecho enlaces incluso con gente de la propia comunidad.

¿Cómo es que una comunidad en semejante situación de represión como la lésbica, saca fuerzas de donde no tiene para apoyar a otra?

Con todas las dificultades y los miedos que podamos tener, lo nuestro es estar con nosotras y con las otras. Solidaridad, acompañamiento, apoyo: en el fondo esperamos que nos den lo mismo si las que lo necesitamos somos nosotras.

En general suelen ser los sectores GLTB los que se pliegan a otras luchas y no al revés, esto último quizás sea por miedo a la estigmatización…

Es cierto, no suele ser al revés. Pero para nosotras acompañarlas es parte de nuestra propuesta de vida.

Coda

Con tantas mujeres violadas en Guatemala – un millón de soldados atacaron con las mencionadas metodologías durante años a una población de doce millones – se puede suponer que muchas o algunas de ellas, habrán sido, son, lesbianas, y que dentro del grupo de las lesbianas que integran la alianza de la que se ocupa esta nota – también agredidas, violentadas, estigmatizadas – muchas de ellas son indígenas. Pero ¿será necesaria una identificación étnica o sexual para movilizarse por otrx? O más bien, tomando la enseñanza de la cosmovisión maya que nos integra a una sola dinámica y nos hace girar en la misma constelación, la pregunta que surge es todavía más esencial: ante el dolor, ante el amor, ¿hay otrx?

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