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Viernes, 4 de marzo de 2016

ADRIáN MELO

A mano alzada

Se presentan por primera vez en el Museo del Palacio Bellas Artes de Ciudad de México los dibujos eróticos que el cineasta Serguéi Eisenstein hizo en ese país, encantado por efebos, falos y fantasías.

Un toro sodomiza a un torero que a su vez sodomiza a un toro más pequeño que sodomiza a otro torero aún más pequeño. Dos mujeres son penetradas por cruces cristianas. Un obispo se sienta sobre un campanario. Un bello efebo es enculado por una estatua. El muchacho de tres piernas utiliza su parte sobrante para el placer comunal. Y así se suceden las imágenes: orgías y cópulas entre animales (mosca-elefante; liebre-zorro), animales y humanos, adolescentes andróginos y dioses paganos, animados e inanimados, vivos y muertos.

No hay nada en el campo artístico que asemeje en originalidad y temeridad a los dibujos eróticos del realizador soviético Serguéi Eisenstein. Luego de convertirse en el cineasta por antonomasia de la propaganda bolchevique con obras maestras tales como La huelga (1924), El acorazado Potemkin (1925) y Octubre (1928) Eisenstein viajó a México y volvió como él dice en sus Memorias, al “paraíso perdido de las artes gráficas”.

México parece haber liberado los sentidos del artista al punto de llegar al clímax creativo de algunas de sus obsesiones vitales: el sadomasoquismo como correlato de los deseos prohibidos, el Eros y el Tánatos y el exceso de sensualidad experimentado como culpa que lleva a la muerte. Si en el cine Eisenstein se valió de metáforas para expresar su fascinación por el falo y la belleza masculina –los guapos marineros y los tubos alzados de los cañones cual penes eyaculando bombas en El acorazado Potemkin, el chorro de la desnatadora en Lo viejo y lo nuevo (1929), el martirio de los sensuales peones mexicanos de ¡Qué viva México! (1930-1932) -, es en los dibujos trazados solitaria y secretamente por sus manos deseantes (los trazos de sus lápices rojos y azules eran similares a las marcas de los látigos y el color de las heridas) y destinados en principio a no ver la luz (su viuda los mantuvo ocultos por largos años) donde desató su erotismo y liberó su inconsciente. Mientras la revolución rusa trastocaba sus principios con Stalin, Eisenstein buscó otro refugio en el sexo como nuevo agenciamiento social a la vez que transgredía el campo religioso con sus imágenes blasfemas que unían el mundo cristiano con la utopía pagana.

Quiere la justicia poética que los dibujos regresen y sean exhibidos en el lugar donde fueron concebidos y creados.

Los dibujos eróticos de Eisenstein, Planta Baja del Museo Palacio Bellas Artes de Ciudad de México.

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