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Viernes, 22 de abril de 2016

EL PODER Y EL ODIO

Viviana Avendaño (1958-200) fue hija y nieta de madres solteras, hermana de una desaparecida, precoz guerrillera urbana, presa política adolescente, educadora popular y líder piquetera en Cruz del Eje. Fue también una de las primeras lesbianas visibles dentro del Partido Comunista, que enarboló la dimensión política de su identidad sexual, no solo contra la Iglesia y la reacción, sino contra la que por ese entonces era la cultura oficial de las izquierdas. Murió en medio de un conflicto social y al día siguiente de haber sido amenazada por la policía. Alexis Oliva, autor de Todo lo que el poder odia (Ediciones Recoveco), escuchó, entre otros, los testimonios de las mujeres que amaron a Viviana para visibilizar y reconstruir una vida breve y densa que nunca antes había sido contada.

 Por Gabriela Cabezón Cámara

Todos estamos atravesados, constituidos por la Historia. Pero algunos parecen nacidos para ilustrarla. Esos, en general, tienen vidas signadas por la intensidad. Y por la tragedia: la Historia suele ser cruel con sus criaturas. Vamos a hablar de una de esas vidas, la de Viviana Avendaño, ahora relatada en un libro, Todo lo que el poder odia, excelente trabajo del cronista Alexis Oliva publicado por Ediciones Recoveco. Viviana era una morocha aguerrida, una heroína (casi) contemporánea: militante del ERP, presa política de la dictadura, hermana de una desaparecida –Juana del Carmen Avendaño– dirigente del PC, líder piquetera. Y lesbiana visible, una de las “tortilleras de la Fede”, así las llamaban a ella y su novia sus amables camaradas, cuando serlo era bastante duro. Terminaban los 80, se caía un mundo, justamente ese que regía a la Federación de la Juventud Comunista, el soviético, pero todavía no se caía la heteronormatividad furiosa de la izquierda. La de la derecha menos, demás está aclararlo.

Nació en 1958 en un barrio pobre de Córdoba, Villa Libertador. Hija y nieta de madres solteras, heredó el apellido del bisabuelo, un obrero de la sal que cayó muerto, como tantos, mientras realizaba ese trabajo tremendo de salario miserable y régimen casi feudal, dejando a su viuda sin nada: no se indemnizaban las muertes de los trabajadores todavía. Les llegaría después alguna justicia, de mano del primer peronismo, el de Evita y Perón, allá por la segunda mitad de los 40. Esa justicia, y esas cartas que Evita contestaba con palabras, sí, pero, mucho mejor, con acciones concretas, llevó a su madre, Pabla Avendaño, a acercarse al peronismo: “me hizo ser muy política”, se explica en un diálogo con Oliva. Ahí, en un barrio obrero, con una madre militante, creció Viviana. Era extrovertida, divertida, tenía rulos, boca grande, le gustaba jugar “juegos de varones”, tenía pasta de líder y actuaba, bailaba y cantaba en los actos de la escuela. Una profunda injusticia social, la dictadura de Onganía, las revueltas populares que culminaron en el Cordobazo, la parroquia como centro social y los curas tercermundistas signaron su infancia. Y su hermana mayor, Juana del Carmen, que alcanzó grado de sargento en el ERP –la formación revolucionaria que llegó a ser bastante popular en la Córdoba de los primeros años 70– y cayó presa en 1972. La liberaría Cámpora y, poco después, ya durante la dictadura, la desaparecerían los milicos.

Cautiverio adolescente

A los 15 descubrió dos pasiones: el teatro y la militancia. Si en algún momento estuvieron en tensión, ganó la segunda. Militó en el ERP: primero en la Juventud Guevarista, haciendo tareas de agitación, pero enseguida pasó a la acción. Era decidida: “Una noche salimos con un grupo de compañeros a hacer cagar el local de una empresa multinacional de neumáticos, la Dunlop, que estaba en la avenida 24 de Septiembre. Teníamos pensado romper la vidriera para tirar las bombas Molotov. Y cuando tiramos, no había forma… rebotaban las piedras. Tirábamos hasta con aceritos y no se rompían. Hasta que la Negra Cordero cazó un adoquín, fue y le empezó a pegar hasta que la hizo mierda. Recién entonces pudimos tirar las Molo y salimos re cagando. (…) Era petisa, morochita y ruluda. Por eso le habíamos puesto la Cordero. Muy pila, muy eléctrica y rompe bolas, pero con posturas muy claras. Era una mina predispuesta, que iba al frente… ¡muy jugada! Es más, a veces desde el orgullo del macho te dejaba medio descolocadito”, le contó Marcelo Iturbe, ex preso político y militante de la JG y el PRT-ERP, a Oliva. Decidida y todo, esa militancia callejera y aguerrida le duró poco: cayó a los pocos meses, en octubre de 1975, en una acción. Con dos compañeros poco menos jóvenes que ella robaron un auto y liberaron al conductor inmediatamente. El hombre, como suele suceder, fue directo a la comisaría. En lo que tardaron en robar pintura roja en una pinturería, querían homenajear al Che Guevara con pintadas en el aniversario de su asesinato, media policía de la provincia de Córdoba los estaba buscando. Y los encontraron: fue la presa política más joven de las cárceles de la dictadura en Córdoba. Tenía 16 años. Los detuvieron por robo, un delito común, pero, cada uno tiene su sentido del honor, Viviana les dijo que no, que no era ladrona, que era militante de la Juventud Guevarista. Y ahí, una nenita era, la pasaron de las palizas a la tortura. Y después, a la cárcel, junto a las otras presas políticas. Hasta el comienzo de la dictadura no la pasaban tan mal. Pero después, la vida se puso durísima: si pudieron resistir, fue por la sólida formación política de muchas de las compañeras que a Viviana la trataban con deferencia: era apenas una adolescente, la más chica de todas. Organización. Y cohesión grupal. Así sobrevivieron a los años de cárcel en la dictadura. Fue ahí, en la prisión, donde Viviana tuvo su primer amor con una mujer. Claudia Korol, muy amiga de Avendaño –y ex dirigente de la FJC y el PC, autora de El Che y los argentinos, editora de la revista América Libre y coordinadora del área de Educación Popular de la Universidad de las Madres de Plaza de Mayo– refiere así la historia: “En realidad, a su primera pareja mujer la tuvo en la cárcel, cuando yo no la conocía. Se enamoró mucho de una compañera con la que compartía la celda o el pabellón. Ellas, que eran militantes de la JG, informaron a su dirección en la cárcel que estaban enamoradas y estaban en pareja, y la dirección del PRT las dividió. Una fue a un pabellón y otra a otro. Y no se volvieron a ver durante varios años.” Es difícil pensar hoy la cabeza de los militantes de los 70, es difícil imaginarse reportando a la dirección del partido los propios vínculos amorosos. Pero era así entonces. Y la homofobia era la norma: gran parte de la izquierda consideraba a la homosexualidad una “desviación burguesa”. Dicen que argumentaron que fue por “seguridad”, que un vínculo así generaba vulnerabilidad. Dijeran lo que dijeran, separar a una adolescente de su amor, en cualquier situación y especialmente en una tan traumática como la cárcel de los militares, es, por lo menos, cruel. Pero nada de todo esto debilitó la militancia de Viviana. Al contrario: a medida que las presas políticas de más edad y experiencia se alejaban de las posiciones de liderazgo, ella asumía más responsabilidades. Hasta que llegó el día: 5 años y 6 meses después de ser detenida, salió en libertad.

La vista gorda

Poco tiempo después, comenzaría a militar en la Federación Juvenil Comunista. Su origen político, alejado del estalinismo y su burocracia, la llevó a cumplir un rol preponderante en eso que se llamó “el viraje revolucionario” del Partido Comunista. Incansable, fue la encargada de seguridad. Claudia Korol se lo contó así a Oliva: “La conocí cuando entró en la Fede de Córdoba, donde hacía trabajo territorial. La Negra nunca fue una militante disciplinada con la línea oficial del partido. Venía de la Juventud Guevarista, con posiciones propias sobre muchas cosas y era muy crítica. En ese momento, la Fede intentaba hacer un viraje político hacia posiciones más de izquierda y combativas. Había una tendencia al cambio y había resistencias a ese cambio. Viviana era una persona muy valiosa. Dentro de la Fede, siempre estuvo ligada a un área de autodefensa que hacía la seguridad en las manifestaciones. Sabía y le gustaba pelear. Ponía el cuerpo. Era una tipa valiente para eso. En ese momento, estaba en pareja con una compañera, Marilén Benítez, una piba muy comprometida. Vivían juntas y Marilén fue una persona que Viviana amó mucho, pero nunca lo dijo. Yo, siendo muy amiga, no lo sabía. Hasta un tiempo muy avanzado, cuando me enteré y les dije: ¿Por qué no lo dicen?. La Negra me contestó que no estaba dispuesta a que desde la militancia se juzguen aspectos de su vida íntima.” Hacía referencia, es claro, a la experiencia traumática que había tenido en la cárcel. Mantuvo ese vínculo amoroso en la más estricta intimidad, pese a que con Marilén vivían y trabajaban juntas. Ese secreto le habrá pesado a Viviana como le pesa a cualquiera, pero una circunstancia se le habrá hecho durísima: Marilén murió, muy prematuramente, en 1989. Y ¿cómo explicar la magnitud del duelo a sus compañeros, que no sabían de su vínculo de pareja? “Incluso después de superada la dictadura, siguió siendo tabú, cuando no sancionada, la identidad homosexual”, cita Oliva a Isidoro Gilbert (La Fede – Alistándose para la revolución), quien también señala: “En la FJC a veces se hacía la vista gorda frente al conocimiento de muchachas gays, pero se buscó no promoverlas en la organización. Con el tiempo, eso se modificó al mismo ritmo de lo que ocurría en la sociedad y, para los noventa, incluso el comunismo aceptó como afiliados a travestis y meretrices que jugaron un papel relevante en la organización de sus asociaciones reivindicativas”. Parte de ese proceso lo protagonizó Viviana. Y gente como nuestra querida y extrañada Lohana Berkins fue protagonista: la primera travesti en tener un empleo estatal al convertirse en asesora del líder del PC, Patricio Echegaray, por entonces legislador porteño.

Vivir afuera

De todos modos, y aún con estos progresos en el seno de su partido, han de haber sido duros los comienzos de la década del 90 para Avendaño. A la muerte de su compañera se le sumaron la caída del mundo soviético, la avanzada feroz del neoliberalismo en nuestro país y las loas a una muy anunciada muerte de las ideologías. La muerte de Marilén fue publicada por el diario de la Fede el mismo día en que publicaron una nota que llamaba a resistir el plan Bunge y Born y a “coordinar acciones, promover asambleas y funcionamiento de los cuerpos de delegados en el movimiento obrero y los organismos estudiantiles, vecinales y populares. Realizar encuentros de diversos sectores políticos y sociales afectados por la crisis, para debatir y vertebrar un plan de acción efectivo y enérgico”. Viviana se abocó a la lucha. No conocía otra tabla de salvación. Aun así, su relación con el PC era conflictiva: iba y venía. “Durante sus crisis, se alejaba y volvía. Y en un momento se asumió políticamente como feminista y lesbiana. Cada tanto, la perdía de vista, volvía a aparecer y me contaba sus aventuras. En ese tiempo, se había integrado a un grupo de feministas lesbianas que sacaban una revista. Cuando apareció con esta historia, le dije: Está bueno. Tenés que debatirlo en el partido. Porque, en el PC, ni feminismo, ni lesbianismo; no entraba ninguno de los dos posibles debates. Ella fue una de las primeras que dentro del PC se asumió como lesbiana. Esa fue otra transgresión hacia el interior de esa cultura todavía dogmática, a pesar de que se dijera que habían cambiado. (…) cuando ella lo asumió, lo hizo contra la cultura oficial de las izquierdas, no solo contra la Iglesia y la reacción. Y lo asumió como definición política, no como una definición sexual o personal. Ser lesbiana y feminista amplió su batalla por la libertad. Es decir, no solo contra la opresión y la dominación económica, sino también por todas las libertades. Cuando dijo ´no quiero tener una doble vida´ y visibilizó su opción sexual, fue para luchar contra una hipocresía de signo cultural conservador. Ese fue otro aporte contra toda forma de discriminación y dominación. A la vez, se comprometió con todas las luchas sociales. Dijo: ´Yo soy lesbiana, soy feminista… y soy piquetera´. Es decir, estuvo con lo más jodido en los momentos más jodidos.

Poner el cuerpo en la ruta

Luego de la muerte de Marilén, Viviana le dio un giro a su vida. Conoció a una chica, María Alejandra Ferradás, en una fiesta de la Fede. Ella tenía 30 y la chica 16, sin embargo fue la adolescente la que la llevó al activismo gay-lésbico. Pero fue después, cuando consolidó una pareja con Verónica Portillo, que asumió públicamente su sexualidad y pasó a ser claramente una de “las tortilleras de la Fede”. Más o menos rápidamente se fueron a vivir juntas. Un fugaz romance de Viviana con una profesora de gimnasia puso un paréntesis en la relación con Verónica, que se fue a vivir a San Marcos Sierra con una nueva pareja. Para Viviana, fueron años duros: su situación económica era difícil y su vida sentimental muy inestable. Esa inestabilidad cesó cuando conoció a una mujer mayor que ella que tenía una santería en La Boca y se fueron a vivir juntas. Hasta que volvieron a encontrarse con Verónica. Y se fueron a vivir juntas, primero a Villa Carlos Paz, después a San Marcos Sierra. Se compraron un utilitario, hacía fletes, hacía papel artesanal, trabajaba en la organización del pueblo, creó un centro de educadores populares, Juana Azurduy, en Villa Carlos Paz –militaba en educación popular junto a Claudia Korol– y trabajaba en la revista América Libre, incluso distribuía con su utilitario. Su vida fue más o menos tranquila hasta que en 1999 conoció a una chica, Laura Lucero, que tenía 24 y era profesora de gimnasia. Se enamoró, Verónica se dio cuenta y la dejó, y al poco tiempo, Laura fue su nueva pareja. Era feliz, dicen los que la conocieron. Pero le faltaba algo: más militancia, no le alcanzaba con el Centro Juana Azurduy ni con América Libre ni con el trabajo en educación popular que hacía con Claudia Korol. Necesitaba un proyecto que pudiera contener toda su energía. “La Negra Viviana no se quedó en los 70; rescató los 70, pero hizo un proceso crítico, autocrítico y de síntesis, que después la llevó a lo que hizo en Cruz del Eje. Ella me enseñó que hay una masa crítica mucho más grande que los partidos de izquierda. Ya lo planteaba a fines de los 80 y lo afirmaba cuando vino a Cruz del Eje: Si las organizaciones preexistentes. decía, nos van a venir a imponer la hegemonía, por favor que se queden donde están y sigan siendo sectas. Y si quieren estar, estarán”, le cuenta sus impresiones José Bollo –secretario general del PC de Córdoba de 1995 a 2000– a Oliva. Entonces, el amor era hermoso, la vida en San Marcos maravillosa pero algo faltaba. Lo encontró un día del año 2000 al costado de una ruta: una carpa de desocupados de Cruz del Eje. Se acercó, se tomó unos mates con los muchachos y salió de esa carpa con un proyecto nuevo: construir poder popular ahí, con esa gente. Y se puso a trabajar. Poco después, ya transformada en una líder piquetera, empezó a poner el cuerpo en la ruta. Con todo, como siempre, contra las balas y los perros de la policía, contra la represión feroz que las fuerzas de seguridad realizaron contra los piqueteros. Ese día de balas de goma y mordidas de perros policías fue el 8 de junio de 2000. Al día siguiente, Viviana arengó por volver a cortar en una asamblea. Y así fue. La policía ya las tenía marcada, a ella y a Laura. La apuraron. La apretaron. Como los piquetes no aflojaron, el gobierno de Córdoba les ofreció 360 planes de trabajo. La asamblea pidió también la liberación de los detenidos durante el corte del día anterior. Un grupo marchó con Viviana hacia la comisaría para exigirlo. El jefe de policía la calificó de “infiltrada”. Y le hizo una “advertencia”. Al día siguiente chocó: de un modo extraño, mientras subía una pendiente, su camioneta se salió de carril y se dio de frente con un camión. Viviana murió inmediatamente. Laura, con quien planeaban hacer uno de esos casamientos informales que se hacían antes de la ley de Matrimonio Igualitario, murió dos días después. Hubo quien dijo que fue un atentado, que la mató la policía. No se pudo probar. Y murieron las dos juntas, en esa ley de Avendaño que era vivir en amor y en política.

Hablamos con Alexis Oliva, el autor de Todo lo que el poder odia, la excelente biografía de Viviana Avendaño:

Es notable que la cuestión del lesbianismo de Viviana Avendaño es un poco tabú para parte de los entrevistados.

–Fue uno de los dilemas más interesantes de esta búsqueda, resuelto a poco de arrancar cuando pude comprobar que la identidad lésbica de Viviana tenía una dimensión política esencial, antes incluso de que ella la asumiera públicamente. Desde su experiencia en la cárcel dictatorial, invisibilizada por “seguridad” o porque contradecía la “moral revolucionaria”, pasando por la solapada marginación dentro del Partido Comunista en los 80 y 90, hasta aquel rótulo de “tortillera” que junto al de “infiltrada” le puso el poder político-policial al final de sus días para demonizarla y deslegitimar su liderazgo en la protesta piquetera de Cruz del Eje, un estigma visible hasta en la solemne formalidad de los expedientes judiciales. Por todo esto, comparto lo que dicen por lo menos dos entrevistadas: Ser mujer y lesbiana en un mundo machista y heterosexual le agrega valor a su lucha. Es interesante el proceso subjetivo de su madre frente al lesbianismo de Viviana, que le resultó más difícil de asumir que la militancia guerrillera de sus hijas. Recién por estos días, con el libro ya publicado, lo estamos conversando abiertamente y hasta se anima a discutirlo en público en alguna de las presentaciones en que participa.

¿Qué te transmitieron sus parejas?

–De las cinco parejas de ella que contacté, sólo dos aceptaron ser entrevistadas, y una de ellas con reparos. Tal vez influyó en esta reticencia que yo sea un hombre (y para colmo periodista), aunque en algunos casos fue porque tenían otra pareja hetero u homosexual a la que el recuerdo de Viviana podía molestar. Creo que la libertad sexual, en particular la de las lesbianas, sigue siendo en gran medida un tabú, a pesar de los avances y conquistas de los últimos años. Al margen de estos tabúes y limitaciones, en todos los casos percibí que Viviana dejó en las vidas de sus ex parejas -hombres o mujeres- la huella imborrable que dejan los seres humanos que se atreven a seguir el mandato de sus pasiones y deseos.

La pasión la define

–La libertad sexual debería ser un derecho universal, que Viviana vivió con plenitud. Sin embargo, para ella fue un recreo en una vida dedicada a ponerle el cuerpo hasta las últimas consecuencias a aquello que su referente, el Che, escribió: “Sean siempre capaces de sentir en los más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo”. Antepuso la solidaridad a su propia felicidad. El gran amor de su vida fue la revolución. Le entregó a ella su libido y su alegría, como cuando al recuperar la libertad se trepó al monumento del Quijote y le mandó las fotos a sus compañeras en la cárcel. Trascendió el vanguardismo de su primera militancia al sumar la educación popular a sus vocaciones políticas, trascendió al guevarismo al añadirle la lucha por los derechos inherentes a la subjetividad.

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En la tapa: El camión de los piqueteros, un año después de la muerte de Viviana Avendaño, salió a la ruta con su foto al frente.
 
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