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Viernes, 22 de abril de 2016

RELIGIONES Y DIFERENCIA

REZOS Y ROCES

El primer matrimonio igualitario celebrado en una sinagoga reaviva la relectura de la tradición, sus permisos y excepciones.

 Por Franco Torchia

“Fue nuestro gran casamiento judío”, confirman las esposas, abogadas especializadas en derecho de familia y compañeras de estudio jurídico Romina Charur y Victoria Escobar, horas después de la boda montada en la sinagoga de la comunidad judía NCI-Emanu El, en el barrio de Belgrano. “En 2009 yo buscaba grupos de chicas para no seguir saliendo sola a boliches y en una página conocí a Victoria. Arreglamos ir a bailar en grupo y ahí me enamoré”, cuenta Charur, nacida en una familia observante conservadora, ritualizada y de asistencia casi perfecta a fiestas y eventos de “su” iglesia. Romina había tenido antes otros encontronazos con mujeres pero nunca, dice, “una pareja estable”: “Desde el principio me enamoró la transparencia de Victoria; su sencillez, su bondad y su fortaleza. A los tres meses nos fuimos a vivir juntas. Ella inició un proceso voluntario de conversión que duró dos años”. Fusión religiosa de una en otra y de las dos en “una vida en la que te sentís menos sola”, asegura Victoria. ¿Cómo hicieron?

Desde el siglo XIX, ortodoxos, conservadores y reformistas modelan las tres grandes corrientes internas del judaísmo. En ese horizonte, la religión redistribuye interpretaciones escriturarias y discute existencia y fronteras de permisos y excepciones. Así, el conservadurismo es tercera posición y el rabino Sergio Bergman, el famoso local del cuento. Pero mientras Romina se siente “la mujer más feliz del mundo” y Victoria recuerda que el catolicismo le daba mucha bronca, el ahora Ministro de Medio Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación reinicia su prédica y se desmarca de aquello que, en el súmmum del cinismo, también festeja: “Hay coexistencia de estándares con este tema en el judaísmo pero yo no celebro este tipo de ceremonias y tampoco apoyé el matrimonio igualitario. En mi opinión, el matrimonio está instituido por la tradición religiosa entre un hombre y una mujer”. Sintonía finísima con Bergoglio, claro, que pocos días antes (y dos siglos después) dijo primero “divorciados sí, pero si los obispos no quieren, mejor no”; y luego, gays y lesbianas nunca pero nada de “injusta discriminación” (donde hay que leer “injusta” en maravillosa oposición a “justa”). Mientras tanto, ser judío es “ser diverso por definición” y “la diversidad enriquece”, como dice el diario Clarín que dijo Bergman según otro Sergio (Sergio Rubín, agente de prensa paraoficial del Vaticano que no firma como tal). En suma, habría un hecho histórico habilitado por una norma que no altera sus bases pero, de copada que es, tampoco boicotea sus tangentes. Porque a Victoria de 40 y a Romina de 35 las casó la rabina Karina Filkenstein y ya son, para la unanimidad periodística y cierta parte del ONGeísmo local, “la primera pareja de mujeres latinoamericanas que…”. Vale decir, el puntapié de eventuales, sucesivas unidades sexoafectivas y monocomulgadas que irán a golpear en la región las puertas de los templos. “En septiembre de 2014 nos casamos por civil y para nosotras era sumamente importante pasar por la unión religiosa con el fin de constituir una familia judía y en el futuro poder darle una educación judía a nuestrxs hijxs”. Y como la pirámide católica determina verticalismo y la llanura judía, en cambio, simetría, “nosotras nos sentimos orgullosas de haber participado de esta lucha” afirma Romina. “Tengo una tía muy católica en Gualeguaychú, donde crecí, que está encantada con que refuerce mi fe. Está muy conmovida con mi conversión”, aporta Victoria. El primer (¿y único?) efecto de este acoplamiento matrimonial puede ser sobre todo edilicio e intramuscular: las recién casadas esperan que cada vez más la comunidad a la que pertenecen adhiera a la modificación de la responsa (es decir, la norma judaica) ocurrida en marzo y las uniones puedan darse adentro de las iglesias y no afuera, como hasta ahora. Ante ese deseo, sobreviene una imagen: florecen bodas masivas. El dogma se reproduce, los fieles se multiplican y las sinagogas se llenan. ¿Conquistar igualdad para reforzar la disidencia? No, al menos porque la victoria según Victoria es otra: “Viví parte de mi vida muy complicada conmigo misma. Soy del interior y a los 15 me señalaban por la calle. Me vine a Buenos Aires para poder vivir mi vida. Sentía que me tenía que ir porque era diferente y yo no quería ser la excepción a la regla. Nunca quise ser la excepción a la regla”.

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