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Viernes, 28 de noviembre de 2008

ENTREVISTA > CLAUDIA CASTRO

La Fulana cumple

Este año se cumplen diez años de la creación de La Fulana, una organización por los derechos de las lesbianas que funcionó en sus comienzos como refugio, punto de encuentro, y sigue siendo espacio de reflexión y de visibilidad. Claudia Castro, coordinadora de La Fulana, hace memoria, recuerda su llegada a la casa y el impacto que tuvo en su historia personal.

 Por Paula Jiménez

¿Cómo llegaste a La Fulana?

—Entré en agosto del ’99, casi un año después de que se fundó. Yo estaba en La Plata y tenía ganas de hacer algo. Un día pasé por un sex-shop y compré la revista NX. Atrás de todo había un directorio de organizaciones y estaban Lesbianas a la Vista, Escrita en el Cuerpo, La Casa de las Lunas y La Fulana, que era la única que aparecía con un teléfono. Llamé y me atendió María Rachid. Ellas se reunían un día de semana y para mí era muy complicado, porque yo trabajaba en un lavadero y me coincidían los horarios. María me ofreció ir un domingo, después de que las chicas volvieran de jugar al fútbol. Fui y di vueltas a la manzana, no me animaba a entrar, como todas las que pasan por La Fulana. Se me cruzaban mil cosas por la cabeza, que las lesbianas me iban a agarrar... ¡qué sé yo! Después me di cuenta de que a todas les ocurre lo mismo. Al poco tiempo ya me sentía más que cómoda y empecé a tener más libertad de pensamiento, porque había un colchón donde, si me pasaba algo, podía caer. Ya no me importaba si llegaba tarde al trabajo, no me importaba nada. ¡Era tanta la necesidad de hacer cosas, de involucrarme!

¿Cómo te convertiste en una activista?

—A los pocos meses empecé mi relación con María. Y ahí me di cuenta de que había muchas cosas para hacer, como dar la cara en la tele, por ejemplo. Me acuerdo de que al programa de Lía Salgado llegamos tarde, cuando estaban en el corte, y pude escuchar a dos chicas hablando. Una decía: “¿Y a vos cuánto te pagaron?”. “Cincuenta.” Y la otra contestó: “Ah, yo por cien pesos sí, pero por cincuenta ni en pedo digo que soy lesbiana”. A la chica le habían puesto unos anteojos negros, un pañuelo de motoquero, una campera choppera... ¡Aquello era todo un circo donde le estaban pagando a alguien para hacerse pasar por lesbiana! Y ahí me cayó la ficha de que yo no tenía que representar a nadie sino a mí misma. Entonces sentí que yo tenía que ser mi propia voz. Estuvo bueno. Porque a partir del tema de la visibilidad que emprendimos con María se abrieron un montón de cosas. Hace 8 años, cuando empezamos a salir en la prensa, la sociedad era otra. Pero pasaba que al otro día de salir en la tele o en un diario, la gente que nos cruzábamos en la panadería de pronto nos decía: “Chicas, qué bien lo que están haciendo, me hicieron pensar distinto”. Porque cuando te conocen se caen los prejuicios. De verdad, la gente te decía esas cosas, y mucha gente lo hacía. Mi familia también lo empezó a ver de otra forma.

¿Desde el principio tu familia tomó bien que aparecieras en los medios como lesbiana?

—Cuando les dije que iba a salir en la tele, mi mamá me decía que me iba a arruinar la vida. Mi viejo no opinaba. Yo les dije que para mí era necesario hacerlo. Con el tiempo fue cambiando todo, porque cuando vos te visibilizás cambia todo tu entorno. Mis viejos son hermosos, los vecinos los quieren mucho. Y algunos les decían: “Che, Claudia salió en la tele”. Cuando hablé con ellos también les di herramientas para que pudieran decir lo que me pasaba a mí. Les dije que yo quería lograr los mismos derechos que ellos como pareja. Que yo los veía felices, que hace 40 años que están casados, y que yo iba a pelear por tener lo mismo hasta las últimas consecuencias. Mi viejo, después de un tiempo, me llegó a decir que se sentía orgulloso de mí. Eso fue después de mi unión civil con María, en 2005. Hay mucha gente que nos critica porque dicen “que nos hacemos las que representamos al movimiento lésbico”, pero yo no represento a nadie, te repito, más que a mí misma.

¿De dónde vienen esas críticas?

—No sé, pero si quieren también lo pueden hacer, pueden hacer prensa, decir que son lesbianas... Porque hay diversidad de ideas dentro del movimiento lésbico sobre cómo tiene que ser el activismo, en qué hay que trabajar. Yo trabajo en lo que quiero, en lo que me da placer, y si algo no me gusta no lo hago. Para mí La Fulana es un espacio increíble, me encuentro con chicas después de mucho tiempo y me dicen: “Gracias”. Y eso es por haberles dado alojamiento o conseguirles trabajo.

¿Ya no aloja más mujeres La Fulana?

—Ya no, porque tuvimos muchos problemas. Se comenzó a hacer para ayudar a algunas chicas que eran echadas de sus casas y que estaban solas acá, porque en general venían del interior, pero después empezaron a venir casos más serios. En un momento éramos muchas y cayó una chica que después trajo a su madre; las dos estaban sin trabajo. Nosotras le bancábamos todo, hasta las toallitas femeninas. Y de pronto empezó a haber problemas de robo, y nos dimos cuenta de que era ella. Fue terrible la noche que desapareció el dinero de una chica con el que pagaba sus gastos universitarios, fotos personales, una agenda, todo un dramón. Cuando la otra finalmente se fue, quedó adentro viviendo la que era su novia. Pero los robos continuaron y resultó que ella también nos robaba, lo sabemos porque lo confesó. También le pedimos que se fuera y de pronto apareció en una lista de Internet una denuncia en la que decía que María y yo la habíamos forzado a tener relaciones con nosotras, un delirio. Y después llegó la policía a hacer un allanamiento porque denunció que le habíamos robado cosas personales y su DNI.

¿Y cómo logró que fuera la policía?

—La comisaría 6ª nos la tenía jurada. Tuvimos muchos problemas con ellos. Al principio nos filmaban, filmaban a la gente que entraba a La Fulana. Teníamos problemas también por las quejas de los vecinos, por las fiestas. Así que no bien hizo ella la denuncia se elaboró la orden de allanamiento y vinieron en 3 patrulleros, con 6 o 7 canas que se llevaban cosas que ella, la denunciante, decía que le pertenecían. Esa fue una denuncia penal y duró tiempo el juicio, siguió su curso, nunca nos presentamos a declarar y ella tampoco. Pero fue un trago amargo para nosotras. Y de mucho temor. Era la primera vez que entraba la policía a La Fulana.

¿Se hicieron muchas fiestas durante estos diez años?

—Sí, muchas, muchas, y era redivertido, venían más o menos 50 mujeres cada vez. Y hubo shows, venían Vivi Scalizza, Carla Calafiore. Nosotras hacíamos el lugar al que nos gustaría ir. Sobre todo las fiestas del lugar de la calle Rivadavia, cuando nos habíamos ido del espacio de Venezuela. Hacíamos muchas actividades, estaba buenísimo. Pero cansaba mucho. Con María vivíamos ahí, para no tener tantos gastos y que se pudiera hacer todo. Y ya con la decisión de que no viviera nadie más que nosotras, debido a los problemas que te comenté antes. Y por algunas otras situaciones de violencia también, de chicas que se peleaban, o que tenían conflictos psicológicos muy grandes que no podíamos enfrentar.

¿En este momento estás vos sola al frente de La Fulana?

—Sí, desde hace dos años. María está como presidenta de la Federación, a la que La Fulana pertenece. En la Federación —donde hay como 40 organizaciones— nosotras abrimos una Secretaría Lésbica, porque era un espacio necesario, ya que lamentablemente hay muy pocas agrupaciones de chicas y todas las cosas terminan girando en torno de temas mayormente de hombres. Desde la Secretaría nosotras nos conectamos con chicas del interior que quieran hacer algo y las asesoramos sobre cómo conseguir apoyo económico, por ejemplo. La Fulana, en cambio, tiene una función más de base, grupos de reflexión, asesoramiento jurídico —por ejemplo, ahora con el tema de la obra social—, atención psicológica; también hacemos una radio. Además, los grupos de reflexión derivan en actividades recreativas.

El 14 de febrero, María Rachid y vos pidieron fecha para casarse por civil. ¿Cómo fue eso?

—Elegimos ese día para que la prensa nos de más bola, iba a ser una nota de color porque es el Día de los Enamorados. Estaba bueno hacer esa medida que andaba gestándose ya en la Federación. Obviamente que la respuesta iba a ser que no, que nos lo negaban, y lo que hicimos fue elaborar previamente un amparo con abogados, abogadas y activistas que aportaban información. Así que fuimos con la prensa, para que vieran cómo nos decían que no y así comenzó una lucha que ya lleva casi 2 años. El amparo fue a un juzgado de familia, ahora está en la Corte Suprema, tiene que pasar por esos lugares y esperaremos a ver qué deciden. Si lo aprueban, nos casamos, y sería buenísimo para que todo el mundo lo pueda hacer. Si no lo aprueban, la idea es llevarlo a la Corte Interamericana de Derechos Humanos.

¿Y qué pensás que va a pasar?

—No sé... en este momento los jueces que hay son bastante progres y tienen una decisión en sus manos que puede cambiar la historia del país. o

La Fulana funciona en Corrientes 1785, 2º C. Grupos de reflexión: jueves de 20 hs a 22 hs.

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Imagen: Sebastián Freire
 
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