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Viernes, 10 de junio de 2016

TEATRO

Tres años locos

Siguiendo la máxima de Cole Porter “No lo digas, cántalo” el musical Porter descubre las delicias de un triángulo amoroso.

 Por Adrián Melo

“Deseo poseer el amor en todas las formas disponibles. Y nunca lo encuentro en la misma persona ni en el mismo sexo”, dice el Cole Porter (Alejandro Gallo Gosende) de la versión musical Porter de Carlos Vittorello. La frase funciona como un slogan de la filosofía de vida del genial compositor, particularmente entre 1934 y 1936. El conflicto que supone esa manera de amar se representan en las tensiones, concesiones, dulzuras y amarguras experimentadas por el triángulo que Porter conforma con la comprensiva pero por momentos sufriente esposa, Linda –la actriz Bárbara Vieytes, conmueve en su papel de incondicional e inclaudicable mujer de un hombre gay– y su amante Kevin (Patricio Arellano), más pasional y menos proclive a sufrir los vaivenes de Porter y su tendencia tan pronto a refugiarse en los brazos de Linda como en llenar la piscina de muchachos viriles y gozar de sus cuerpos musculosos. Lo que sobre todo la encantadora Linda parece entender mejor que el inseguro Kevin es que Porter se nutre de esas experiencias sensuales para componer sus magníficas creaciones. Y en efecto, esos fueron los años de mayor producción musical del artista.

La puesta en escena así como la dirección a cargo de Flavia Vitale presentan varios aciertos. Los años treinta, que fueron como los veinte también años locos para el egocéntrico Porter, se recrean a partir de un piso neoyorquino –en este sentido el salón pequeño del teatro La Comedia contribuye al ambiente histórico e intimista– con un piano, algún mobiliario de época, un glamoroso vestuario plenos de batas, camisones y mariconería, la abundancia de copas de champagne y el abuso del cigarrillo. Siguiendo la máxima de Porter “No lo digás, cántalo”, el amor entre los jóvenes Kevin y Cole se narra a través de la interpretación de la canción “Night and Day”, el dolor por la muerte de un innominado (¿un antiguo amante de juventud? ¿un mozo de cuadra que le enseñó el placer en la estancia de su madre?) provoca a Porter a cantar “Everytime we say goodbye”, y así se suceden las canciones delicadamente interpretadas, alguna de ellas pasionalmente por Arellano y la última canción por los tres intérpretes como símbolo de la consumación del trío amoroso. Quizás justamente lo que salvó a Porter del destino de Oscar Wilde es que nunca dijo nada, simplemente lo cantó en ingeniosas canciones.

Transcurridos casi seis años desde la sanción del matrimonio igualitario, la comunidad lgbti puede sentirse lo suficientemente madura para pensar triángulos amorosos estables, nuevas formas de familia y diversas uniones amorosas como las que termina proponiendo la obra. De ahí su actualidad. Y eso que lamentablemente la obra desaprovecha el costado lésbico que Linda sí supo aprovechar según narran numerosas biografías de la pareja. Cuando al fin Kevin se percata de que “si no puedes con tus enemigos, mejor únete a ellos” y decide bailar al son de Porter y junto a Linda, es un poco demasiado tarde y se escuchan los signos que presagian la tragedia (en 1937 Porter sufre un terrible accidente al caerse del caballo lo que pone fin a esos años maravillosos) y que dan, una vez más la razón a Cole respecto de la necesidad de gozar y de ser libre teniendo en cuenta la brevedad de la vida y los infortunios del destino siempre acechando.

Lunes a las 20.30, Teatro La Comedia, Rodríguez Peña 1062

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