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Viernes, 15 de julio de 2016

¿Y AHORA QUé? > ANALIZANDO EL IMPACTO DEL MATRIMONIO COMO INSTITUCIóN QUE COMPARTEN HOMOS Y HéTEROS, UN AñO ANTES DE QUE LLEGUE LA COMEZóN.

Celeste siempre celeste y una rosa es una rosa

Un paseo por los alrededores de las principales maternidades de Buenos Aires y una visita a los locales donde venden ropa para recién nacidos muestran hasta qué punto se desconoce hoy el sentido de la ley de identidad de género y cuánto falta para que el terror a no cumplir con lo que dicta el celeste y el rosa quede a años luz.

 Por Paula Jiménez España

Rosita y su gemela heredaron de sus padres un negocio de ropa para bebés que se caracteriza por la rigurosidad en la distribución cromática obligatoria según el género. Y lo orgullosas que están de que generaciones y generaciones de niñxs de Barrio Norte luzcan como debe ser. Rosita, que es la que habla, no sabe qué es la identidad de género y mucho menos que hubo una ley. No le importa. Hace 52 años atiende este negocio y para ella “un hombre es un hombre, una mujer una mujer” y sus clientxs respetan esa línea sin excepción, a lo sumo, si alguien le pide neutros, es para los embarazos incipientes, antes que se conozca el sexo biológico del feto. A Rosita nunca fueron a comprarle batitas o baberos dos madres o dos padres y mucho menos personas trans. En cambio, al negocio de María Laura, a penas a una cuadra, desde hace unos años (¿seis?) se cansan de ir familias diversas o travestis (estas últimas, aclara, compran para regalar y en general las parejas de gays tratan de respetar para sus hijxs una línea clásica). La razón por la cual a su negocio lo visita el público lgbti está a la vista: excepcionalmente para su rubro, María Laura expone en la vidriera vestiditos celestes que contradicen los principios cromáticos del binarismo. Pero cuando se le pregunta por los motivos de semejante provocación para Rosita, ella dice que es simplemente una moda, una tendencia que hace furor en Europa.

¿Pero en esta moda no tendrán que ver los avances en materia de identidad, como la ley de identidad de género que se sancionó en Argentina, señora?

–No sé qué es esa ley. Esto es porque así la ropa se puede reutilizar. En cambio, si seguimos con el rosa y con el celeste los hermanitos no pueden heredar la ropita del mayor si es del otro sexo.

Pero aunque María Laura está muy segura, su teoría hace agua en el punto en que no se trata solo del color sino también de la confección: se hace difícil pensar que una madre tradicional, por más europea que sea, vaya a ponerle a su nene un vestido o una pollera solo porque sea celeste. Según Flopy, creadora de la línea Pitty Bimbo, aunque el celeste sigue siendo el color preferencial para vestir a los varones, el rosa comienza a erradicarse a pasos agigantados: “Hay un público que no quiere rosa sino grises, verdes, violetas. Esto sucede desde hace tres años. Es la generación de los de treintipico”. María Repetto, que tiene un poco menos que esa edad y es diseñadora y dueña de un comercio del mismo rubro, se queja de que el invierno se pasa y todavía no pudo vender un osito del color del cielo por habérsele ocurrido ponerle a la prenda un cuello redondeado. La redondez, quién no lo sabe, excepto que se trate de una pelota está indisolublemente ligada, igual que la puntilla o el colorinche, a lo que a Nacha Guevara le gusta tanto ser. “¿Pero a quién se le ocurrió esto? –le reprochó a María una abuela espantada frente al osito–. Mi yerno me mata si le llevo semejante cosa a mi nieto”. Así, de abuela en abuela, los clavos de María se van acumulando en los estantes. Al osito invendible se le suman camisetas blancas unisex para bebés de un mes (¡un mes!) que por el detalle de una puntilla no son aptas para hombrecitos o los Montgomery azul con capuchas floreadas, porque ni el azul ni los montgomerys pueden vestir a una dama. “Para las nenas, tapados”, dice María (y “tapado” no es, convengamos, un significante inocente tratándose de la construcción de la feminidad). En la esquina del negocio de María, Cinthia trabaja en una juguetería donde se venden unos peluches problemáticos. Hay ovejitas que pese a la neutralidad de su pelambre, beige, tienen una falla: orejas rosas. “Esto pasa con muchos animales –explica Cinthia como si en lugar de una juguetería tuviera un zoológico–, porque siempre alguno tiene una parte rosa en su cuerpo. Yo les explico, pero no hay caso. Los colores fuertes también son un tema. Si es fuerte, es para varón, como ese pulpo”. El pulpo, que por lo único que no podría ser pulpa es porque entonces viviría en el interior de un durazno, ostenta unos tentáculos fucsia muy atractivos. Un color que para Myriam, empleada en una casa de ropitas, solo adquieren las madres “contemporáneas”, al igual que otros igual de estridentes como el amarillo o el rojo. Su respuesta ante mi pregunta sobre la ley de identidad de género es que sí la conoce y hasta la puede definir: “Es una ley que defiende a aquellas personas que quieren establecer una familia y son del mismo sexo, como los heterosexuales”. Listo. Una ensalada de frutas, por favor.

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