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Viernes, 7 de octubre de 2016

A LA VISTA

Cómo decir adiós

A los 65 años, justo cuando estaba sin ganas de morirse, se fue la lúcida y valiente poeta lesbiana y feminista Hilda Reis.

 Por Gabriela Cabezón Cámara

Foto: Juana Ghersa

“Nuestro trabajo es ser sujetos de nuestra vida y luchar juntas hasta que ya no sea necesario enunciar una identidad en función de una preferencia sexual, hasta que ya no sea necesario el feminismo”, terminaba la poeta y militante feminista Hilda Rais su ensayo Lesbianismo. Apuntes para una discusión feminista el 8 de noviembre de 1984. La fecha es un dato. Entonces, el único espacio a salvo para las tortas parecía ser el clóset. O ese clóset con amigas que era el gueto. Pocas se animaban a hablar. Y ninguna, o casi ninguna, con la lucidez de Hilda Rais: en ese mismo ensayo decía cosas que hoy nos resultan evidentes sólo porque mujeres como ella lo pusieron de manifiesto. Y había que decirlo en primera persona. Por ejemplo: “Consideremos ahora a una lesbiana arquetípica –no necesariamente representativa de lo real pero sí de lo fantaseado–: es una mujer que, biológicamente capaz de reproducirse, elige no hacerlo; que no depende ni sexual, ni emocional, ni económicamente de un varón, y que tampoco produce para beneficio del mismo. Ya no se trata entonces de una conducta sexual individual perturbadora, sino de la transgresión y el desorden de un sistema.” Después pasaba al análisis de la existencia lesbiana. Hablaba de tipos de violencia padecidos: la “negadora”, si no hay pene, no hay sexo ergo no existen las lesbianas, sólo las tías solteronas de carácter. La “tolerante”, una torta puede ser aceptada en virtud de su éxito profesional, el lesbianismo bien visto como juego erótico para goce de los muchachos y, era brava Rais, “la utilización de la lesbiana en círculos de amigos como toque exótico y garantía de la amplitud de criterio del grupo heterosexual”. Y, por último, la que “ubica al lesbianismo entre la criminalidad y la psicopatología”, esa que sanciona desde la religión y también desde el mercado laboral y el de afectos familiares. No se quedaba ahí: pasaba luego al “gueto” y explicaba lo que esa vida partida, secreta para afuera, de supuesta libertad para adentro, generaba como dinámica. El grupo cerrado, a cuyas miembros sólo las unía el hecho de ser lesbianas, el grupo como defensa del mundo, “que elabora respuestas adaptativas a la violencia exterior sin luchar contra el sistema de dominación, legitimándolo desde el sometimiento, reproduciéndolo al mantener sus valores y su orden”. El ensayo de Hilda de 1984 fue, es claro, un hito en la historia de la visibilidad lésbica. Fue un hecho de coraje de una lucidez que quema. Y no se quedó ahí. Rais era crítica de verdad. Y tenía sentido del humor: en 1987, en Lugar de Mujer –un mojón en la historia feminista argentina– leyó un texto donde contaba que, a partir del ensayo de 1984, la habían invitado leer o a dar testimonio sobre la cuestión en posgrados de sexología. Por qué la invitaban, se preguntaba. Y, luego de considerar que su ensayo podía ser visto como un primer aporte para hablar del tema, se respondía esto: “Ahora pasemos a lo no dicho –corre por mi cuenta– soy ‘presentable’. Me presento como escritora, feminista, integrante de Lugar, una de sus fundadoras. Pero además, no soy vista como agresiva, ni resentida, ni masculina, ni pobre, ni agitativa, ni lumpen, ni tosca, ni frustrada, ni gorda, ni reventada, ni muy fea, ni asexuada, ni exhibicionista. (…) Esto me recuerda mucho al feminismo nuestro de los años setenta. Para decidir quién iba a un programa de televisión –independientemente del pánico– considerábamos que tenía que ser una feminista casada, con hijos, inteligente, linda, simpática, con sentido del humor, didáctica, rápida para responder, con todo claro y bien vestida. El resultado era que ninguna de nosotras podía ir. Digamos que esas eran las condiciones de la época para no ser pulverizadas. Me pregunto ahora: ¿hay que vender un producto?, ¿hay que hacerlo con los cánones de las agencias publicitarias?”.

Hilda Rais murió hace pocos días, a los 65, y con ella se nos fue un pedazo grande de la historia grande del feminismo argentino. Por esto que leyeron más arriba y por todo lo demás: su militancia que arrancó en la Unión Feminista Argentina siendo adolescente, en 1970, que la llevó a Política Sexual, un grupo que trabajó junto al Frente de Liberación Homosexual donde militaba otro poeta díscolo, Néstor Perlongher ‘de formación marxista, de una lucidez enorme’, definiría Rais. Después de la dictadura integró el Frente de Lucha por la Mujer, la Comisión pro Reforma de la Ley de Patria Potestad –sí, hasta 1985 la titularidad sobre los hijos la tenían en exclusiva los varones– y fue socia fundadora de Lugar de Mujer. Entre 1999 y 2007, trabajó en Sudestada, la asociación de escritoras de Buenos Aires. Con otras escritoras, publicó libros colectivos feministas. En uno de esos, uno de sus poemas satíricos más famosos. Se trata del aborto, aquí un fragmento: Hablemos, pues, de persona./ La idealización no evita/ conocer algo profundo:/ persona se es en el mundo/ aunque sea pequeñita/ si en otro cuerpo NO habita./ ¿Es lo humano una ilusión,/ una sombra, una ficción?/ ¿La raicilla, es rabanito?/ ¿Es la yema un pollito?/ ¿Tiene un huevito razón?/ ¿Es la masa un pan horneado?/ ¿Un poroto, es un guisado?/ ¿Es un chocho carbonada/ o la aceituna empanada?/ ¿La escama, es un pescado?/ Tanto ejemplo no es en vano,/ el semen no es un enano,/ el óvulo no es doncella,/ cigoto no es vida bella,/ embrión no es ser humano.”

Además de militante y de escritora satírica, Hilda Rais fue poeta. Una muy buena, muy respetada por sus pares, autora de una poesía reflexiva, de esas que piensan el género. Publicó Indicios (La Campana, 1984), Belvedere (Libro de Tierra Firme, 1990) y, en 2009, Ensayo y serenata. En el último, estos dos versos que evidencian su sentido del humor. Y lo poco que le importan las ganas de nadie a la muerte: “No quise envejecer, era mejor morir/ pero ahora no tengo ganas”.

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