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Viernes, 14 de octubre de 2016

FELIZ DíA

Soy tu madre

 Por Santiago Loza

Soy tu madre y me traés una porquería de arcilla y dedos, pintado de colores en forma de cenicero y yo, habiendo dejado de fumar, con todo lo que me cuesta. Soy tu madre y me hacés estos regalos inútiles y tengo que hacer la que me alegro, y festejar que al nene se le ocurrió un mundo colorido y anduvo pintando las paredes de su cuarto y quiere usar calzado colorado porque vio una película de una bailarina con zapatitos mágicos que, al ponerlos, no paraba de girar. Soy tu madre y te crié como dios y la virgen mandan, fuerte y derecho, y no me vengas con que no vas a jugar a la pelota con los otros chicos porque es el único momento que me quedo sola y en silencio. Soy tu madre y ahora mismo te das un baño y te lavás lo que creas necesario, si querés te refriego el pelo, ahora que tenés pelo y antes de que se haga de noche del todo. Soy tu madre y no me hagas esperarte si me decís que venís y andar por ahí media inquieta por la casa. Soy tu madre y te ando mirando por más que te alejás ahí en el parque, te miro de reojo, como juntás piedritas y hacés un muro diminuto, especie de trinchera para esconderte de mí. Yo te miro. Soy tu madre. Te miro aunque creas que no estoy. Soy tu madre.

No tengo la culpa de tener esta letra torcida. De chiquito me incliné. O amanecí así, para este lado. Soy tu hijo, vine de tus adentros. Te regalé, sucesivamente con los años, un cenicero que hice con mis manos. Una tarjeta blanca que decía feliz día y la huella de la palma de mi mano marcada en témpera verde. Un portalápices hecho con un tarrito de arvejas y un hilo sisal que lo envolvía. Una medalla de la virgen de Luján que nunca usaste, con lo devota que sos. Un pareo de flores grandes que me parecía divino. Un collarcito que me vendió un artesano moreno, de rastas y musculosa exhibidora de tatuajes marinos en los torneados brazos, en una playa del sur de Brasil. Un libro que nunca leíste. Una blusa de seda que no te quedó bien. Un perfume que tenía un olor que te mareaba. Te regalé además disgustos varios. Soy tu hijo, el de la letra torcida y la gran introspección.

Yo que te di todo y vos me traías porquerías. No hablo sólo de regalos. Me faltan los dedos de mis manos para enumerar todo lo que se podía esperar de vos. Soy tu madre, estoy al borde de vos mismo. Siempre anduve cerca cuando vos me querías alejar. Yo me agachaba en tu cuna y rozaba con mi mano tu nariz cuando dormías para comprobar que seguías vivo.

Soy tu madre y, ahora que te has ido, cada tanto te pienso, a veces con bronca, para que mentirnos y otras con nostalgia. ¿Te cuidás? ¿Seguís siendo alguien tan solo? No me cuentes, no quiero ni me interesa saberlo. ¿Comés bien y variado? ¿Tomás todos tus remedios? Sabés que si algo pase, ahí en tu desgracia, con los brazos más que abiertos estará tu madre. Y así apretado en un abrazo te hundiré hasta el fondo de mi misma para que no salgas más.

Cuando estés roto y triste, venís conmigo. Yo voy a estar en todos los finales. Como estuve al principio, por los siglos de los siglos. Soy tu madre.

Con esta letra torcida daré uno y más rodeos para contarte. Con esta letra a punto de caer te mando saludos desde lejos. Te dejo mis regalos toscos. Te mando señales telepáticas. Tuve vidas paralelas, me volví loco, escribí, me mudé mil veces, viajé un poco, conocí gente, tuve amores y amigos y, siempre, les hablé de vos. Como una condena, fuiste tema recurrente. Como el agua que se filtra en las paredes, anduviste por mi vida sin que lo pueda evitar. Te descubrí una mañana en otro continente, a la vuelta de una calle demasiado angosta, oí tu voz y me di vuelta y supe que tu voz venía de adentro.

Y te imaginé vencida, quieta, detestable, amable, cariñosa, fría, distante, pegajosa y te quise odiar mientras te seguía queriendo.

Yo tu madre, me saludo en este día, inventado para que me regales algún electrodoméstico en cuotas que va a quedar en un rincón de la cocina con poco uso y con una luz media reflejando en los azulejos y con desgano prepararé una comida rápida que nos saque del paso y hablaremos un poco de pavadas y después haremos silencio y te miraré sin decirte lo mucho que has crecido, casi no te reconozco, no sé bien quién sos, ni a qué has venido, pero tu mirada me calma. Estoy vieja y algo sorda y veo poco, pero tu presencia me hace bien. Se agradece. Después te abro la puerta, y que te vaya bien, volvé cuando quieras o puedas, esta es tu casa. Me olvidaba, soy tu madre.

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